Casa de Guadalajara
En 1932, España era una república y alrededor de 40.000 alcarreños vivían en su capital. Según cálculos de Tomás Gismera, cofrade de la Caballada de Atienza, excelente persona y secretario de la Casa de Guadalajara en Madrid, actualmente unos 90.000 guadalajareños viven en el Foro. La Casa empezó como una reunión de café entre arriacenses con nostalgia y ha acabado siendo «la última embajada romántica en Madrid», en feliz definición del maestro Javier Sanz. Durante muchos años, sobre todo en los cincuenta y los sesenta, fue un importante nexo de unión para los alcarreños en la capital. La gente se juntaba allí para verse, bailar o beber. Había morriña porque entonces Guadalajara era una provincia atrasada que sangraba por la herida de la despoblación. Ahora han cambiado mucho las cosas. Guadalajara se ha convertido en un «barrio» de Madrid y las gentes de la otra Guadalajara va al pueblo con frecuencia, no sólo en verano. Las distancias se han hecho pequeñas. La morriña, quizá también. De todo esto hemos hablado esta tarde en una tertulia organizada por SER Guadalajara, dirigida por Alberto Girón, en el salón de la Casa, con algunos de los socios más veteranos, dos artistas vinculados a la entidad y su presidente, José Ramón Pérez Acevedo, un señor de los pies a la cabeza que tiene talla y labia para representar a Guadalajara en la sede de la plaza Santa Ana. Hemos hablado de Guadalajara, que es una de las cosas que más nos gustan, y hemos hablado de todo lo que ha hecho la Casa a lo largo de sus 75 años de historia, cuyo aniversario se cumple en junio. José Ramón ha anunciado el ciclo de conferencias que se presenta este martes (tengo la suerte de moderar una de ellas sobre el futuro de la provincia) y recordó la anécdota de Cela que, celebrando una fiesta en la Casa, una señora gallega se puso a cantar una alborada a capela. El premio Nóbel, sotto voce, se dirigió a José Ramón y le dijo: «y esta gilipollas ¿qué quiere? ¿que estemos hasta la una escuchando sus gritos?». Después me he ido a tomar una cerveza con Javier Sanz y hemos seguido charlando de muchos temas, sobre todo de Sigüenza. A Javier le cambia la sonrisa cuando se lleva el nombre de su pueblo a la boca. Quizá nos pasa a todos los que tenemos la inmensa suerte de tener pueblo. También hemos comentado lo poco que la ciudad del Doncel aprovecha a todas las gentes de letras a las que está vinculada. Javier Sanz es un intelectual muy preparado, excelente conversador y humilde, que no es poco dados los tiempos que corren. Comentando el futuro de la Casa, hemos llegado a una conclusión: pase lo que pase en el futuro, que le quiten lo bailao, como diría un castizo. La Casa ya ha hecho historia para la provincia.