La Garlopa Diaria

16 marzo 2008

Saint-Exupéry y un sentido a la vida

Los corresponsales en París y Berlín de El País publican hoy un artículo en el que señalan quién disparó contra Saint-Exupéry. El resto de la prensa también se hace eco. Se trata de Horst Rippert, un alemán de 86 años que, durante la II Guerra Mundial, trabajó para la Luftwaffe. «Todo ocurrió cerca de Toulon. Él volaba 3.000 metros más alto que yo, que estaba efectuando una misión de reconocimiento. Vi sus insignias tricolores y maniobré para instalarme a su cola y derribarle», ha explicado Rippert a los periodistas franceses Vanrell y Pradel. Éstos publicarán el próximo día 20 un libro titulado «Saint-Exupéry, l’ultime secret».

Saint-Exupéry fue un tipo aventurero y ahora se ha convertido en un personaje histórico excitante. Fue un pionero de la aviación. Escribía como los ángeles. Luchó con los aliados en la 2ª Guerra Mundial. Sobre todo, se le conoce por «El principito», pero yo recomiendo dos libros suyos. Uno es «Tierra de hombres» y el otro es un pequeño y delicioso volumen que publicó Círculo de los Lectores (es muy difícil de encontrar ya, quizá en Iberlibro.com) y que recoge las crónicas que publicó Saint-Exupéry sobre la Guerra Civil española. Se titula «Un sentido a la vida. Visiones de España 1936-1938». Pocos lo saben, pero quizá firmó algunas de las mejores páginas y la prosa más brillante de nuestra guerra. Escribe de forma sencilla, pero con una riqueza semántica que atrapa desde la primera línea. El libro, además, se lee de un tirón. La periodista alcarreña Julia Luzán publicó este estupendo reportaje en El País Semanal donde da muchas claves de Saint-Exupéry y del resto de corresponsales extranjeros en la Guerra Civil. «La de España fue la última guerra romántica. Todos los grandes escritores, de Hemingway a Dos Passos, de Saint-Exupéry a Orwell, asistían en primera fila a la guerra y se planteaban la obligación moral e intelectual de contarla», escribe Julia.

Las crónicas de Saint-Exupéry de la Guerra Civil española se las encargó el periódico L’Intransigeant. Luego, desde Madrid, escribió para Pais-Soir. Su redacción es de gran calidad y hace disfrutar al buen lector. Yo me lo pasé en grande leyendo sus páginas. Hay algo en su manera de escribir que trasciende el acontecimiento que narra, la persona que describe o el lugar adonde se desplaza.

El primer artículo, publicado el 12 de agosto de 1936, empieza así:

«Después de Lyon, he girado a la izquierda, rumbo a los Pirineos y a España. Sobrevuelo ahora unas nubes muy limpias, de verano, nubes para aficionados, con grandes agujeros que parecen tragaluces, a través de los cuales veo Perpiñán como en el fondo de un pozo.

Me encuentro a bordo solo. Me inclino sobre Perpiñán y me dejo llevar por los recuerdos. Viví aquí durante algunos meses. En aquel tiempo efectuaba pruebas con hidroaviones, en Saint-Laurent de Salanque. Cuando terminaba el trabajo, regresaba al corazón de esta pequeña ciuydad en la que siempre es domingo. Una plaza mayor, un café con música y, al atardecer, el vino de Oporto. Desde mi sillón de mimbre contemplaba aquella vida provinciana. Me parecía un juego tan inofensivo como el de pasar revista a unos soldaditos de plomo: aquellas chicas primorosamente maquilladas, aquellos transeúntes desocupados, aquelo cielo límpido…

Ya esoy sobre los Pirineos. He dejado tras de mí la última ciudad feliz.

Aquí están España y Figueras. Aquí la gente se mata. Lo más extraño no es descubrir el incendio, las ruinas y las muestras de aflicción de los hombres, lo más extraño es que no se ve nada de esto. Esta ciudad se parece a cualquier otra. Miro con atención: ningún indicio en este montículo de arena blanca; esa iglesia brilla al sol, pero sé que la han quemado. No consigo distinguir sus heridas irreparables. Se ha disipado ya el humo pálido que se ha llevado sus dorados, que ha disuelto sus artesonados, sus devocionarios y sus misales en el azul del cielo. Ni una sola línea se ha alterado. En efecto, esta ciudad se parece a cualquier otra, asentada en el corazón de un abanico de carreteras, como el insecto en el centro de sus redes de seda. Como las demás ciudades, ésta se nutro de los frutos de la llanura que le llegan por carreteras blancas».