Estrenar el oficio
Escribe Miguel Delibes que salir al campo cada mañana es como estrenar el mundo. Humildemente, añadiré que asomarse a las páginas de una publicación por primera vez es como estrenar el periodismo, ese trabajo hierático y furioso al mismo tiempo que nos embarga de por vida. «El mejor oficio del mundo», según García Márquez, cuyo volumen de notas de periodismo de sus obras completas recomiendo vivamente a quien no lo haya leído. Espectacular. Un placer de la vida.
Cuelgo esta entrada en un día especial en el que empiezo a escribir para la revista El Decano, una cabecera histórica y señera de la prensa de mi tierra. Doble orgullo, por tanto. Y doble agradecimiento a quien corresponde.
El 25 de noviembre de 1906, Luis Cordavias escribió en Flores y Abejas:
«¿Qué periodista provincia, por muy desahogadamente que viva, puede alardear de independencia? Quien no es esclavo de un partido, lo es de cualquier influyente persona; y aquel que no depende ni del uno ni de la otra, vive a expensas de todo el mundo; le manda el alcalde, el diputado, el concejal, el comerciante, el industrial, los obreros, el pueblo todo en resumen; y como las tiranías de abajo suelen ser mucho más odiosas que las de arriba, de aquí que los periodistas provincianos seamos una especie de autómatas, movidos a su antojo por alguna inutilidad, incapaces, sí, de crear nada; pero muy aptas y muy poderosas cuando se trata de echar por tierra el fruto de largos años de incesantes vigilias y cavilaciones.
Nosotros, los periodistas de provincias, somos objeto de la consideración de nuestros ciudadanos en tanto prodigamos elogios y alabanzas, sirviendo las más de las veces de pedestales para que suban y medren y alcances todo género de honores y prebendas algunas medianías que, sin el eficaz concurso de la prensa, jamás saldrían del montón de los anónimos mortales; pero cuando en un periódico -cumpliendo la misión que nos está confiada- denunciamos abusos e injusticias y de tales denuncias necesariamente sale lastimada la falsa reputación de cualquier convecino nuestro, entonces no hay seres más despreciables que los periodistas, y todos los tormentos de la Inquisición serían pocos para nosotros si algunos Torquemadas de guardarropía pudieran hacernos blanco de sus flechazos».
Imposible añadir nada más.