Isaías Carrasco
Qué terrible paradoja. A mediodía, poco antes de comer, cuando estaba leyendo sobre mi mesa algunos de los periódicos del día, la televisión anunció el tiroteo a un ex concejal del PSE en Mondragón. De pronto, la campaña se heló y los periódicos del día me parecieron más viejos que el legajo de un archivo. Ya nada tenía sentido, ni sobre el papel ni sobre la palabra. Ni las promesas, ni los proyectos, ni las elecciones. Otra vez ETA. Otra vez la muerte. Otra vez la repulsa internacional. Otra vez cerrando la campaña. Otra vez el epílogo macabro de quien quiere cercenar la democracia española.
Produce asco y un cierto pudor condenar, de nuevo, los atentados de la banda terrorista más longeva de Europa. Produce asco y un cierto pudor, pero hay que hacerlo para volver a dejar claro donde está cada uno. Produce miedo comprobar cómo siguen existiendo vascos empeñados en destruir su propio país. Produce vómitos comprobar la actitud de la alcaldesa de Mondragón, yendo al hospital para llorar el cadáver de una víctima de la que es incapaz de condenar su magnicidio. Produce algo de sonrojo ver a los partidos políticos en el Congreso, unidos en torno a una enorme y ovalada mesa para firmar una declaración institucional que aporta poco, acaso un rato de calma política. Produce pena que los partidos sólo sean capaces de ponerse de acuerdo cuando cae un féretro más.
Isaías Carrasco ha muerto descerrajado de cinco tiros. La sangre de sus heridas se desparramaron sobre su propia mujer y su hija mayor. Todos los crímenes son terribles, pero hay algunos que tienen sobredosis de crueldad. Según informan los medios, era un currante. Miembro del Partido Socialista y de la UGT. Trabajador en un peaje de autopista. Su esposa está en el paro. Antes de encontrar la muerte, venía de tomar unos vinos con un amigo. No llevaba escolta porque él mismo lo decidió, según han contado sus propios compañeros de partido. Sé que no añado nada a lo dicho en todos los sitios, pero me apetece utilizar este humilde foro para decir lo evidente. Y para gritar en calma. Y para proclamar que hay que tener muy poca conciencia y muy pocos escrúpulos para tirotear a un hombre indefenso en la puerta de su casa, cuando se disponía a ir a su puesto de trabajo. Hay que ser canalla y fascista. Hay que tener mucha sangre fría y pocos cojones para disparar contra alguien que no lleva protección. Hay que ser un desalmado.
La fecha del atentado nos ha retrotraido a todos, inevitablemente, a la masacre del 11-M. Hoy, como hace cuatro años, he vuelto a salir a la calle con un pinganillo en la oreja escuchando la radio. Oyendo una declaración oficial del presidente del Gobierno. Oyendo condenas ampulosas. Oyendo palabras de alivio y mensajes de esperanza. Oyendo cosas hueras, pero cargadas de fortaleza. Hoy, como hace cuatro años, la campaña se ha vuelto a suspender. Los mensajes de móviles han funcionado, aunque menos, y los periódicos han desviado la atención hacia los terroristas. Negar que casi todo, salvo por fortuna el número de víctimas, nos recuerda a lo que sucedió hace cuatro años, sería hipócrita y estéril. Porque la gente tiene muy vivo el terror de los trenes, y todo lo que pasó después, como para olvidarlo en tan sólo una legislatura.
Esto no quiere decir, en mi opinión, que haya que ligar necesariamente ambos atentados. O que se extraigan análisis similares. Porque no tienen nada que ver. Lo que es indudable es que el asesinato de Isaías Carrasco ha suscitado un análisis político. Incluso alguna vileza execrable como las palabras del presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Incluso algún comentario insultante que nos retrotrae a la vieja España de sacristía, que hablaba Machado, pero en versión negra.
Durante los últimos cuatro años, los principales partidos políticos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para afrontar la amenaza terrorista. Esto no es una opinión. Es un hecho contrastado. Durante este tiempo ha habido un partido que no ha dudado en utilizar el terrorismo como arma arrojadiza en la farragosa arena de nuestra política. Una utilización descarada, miserable, repleta de epítetos que no reseño aquí porque hoy no es día para ello. Se ha acusado al presidente de todos los españoles de agredir a las víctimas, de gastar el dinero de los españoles para llenar los bolsillos de los terroristas, de vender la patria, de seguir negociando durante la campaña y de todo aquello que, al parecer, en idénticas circunstancias, no hicieron sus antecesores en el cargo. Se ha manoseado a las víctimas y se ha vilipendiado la lucha de las fuerzas de Interior y de los jueces, puestos en cuestión cuando ETA decretó el alto el fuego permanente. ¿Qué se supone que tiene que hacer un presidente del Gobierno cuando una banda terrorista decreta una tregua y deja de matar durante dos años? ¿No debió recurrir al Parlamento y pedir autorización para iniciar contactos, tal como hizo Zapatero? ¿Quedarse en La Moncloa firmando acuerdos con la oposición? Conviene centrarse en lo que une, más que en lo que nos separa. De acuerdo. La política depende de factores personales porque son personas quienes la practican. La pregunta es si existe el mito de la unidad.
No pasa nada por hacer un análisis político del terrorismo. Porque por mucho que les pese a algunos, una cosa es consecuencia de la otra. O viceversa. Que ETA se encuentra débil es una evidencia: una banda terrorista que utiliza el disparo en la nuca ya deja a las claras cuál es su capacidad y su infraestructura. Pero suena a inmoralidad y a humo decir que «está derrotada» una organización terrorista que acaba de asesinar a un ciudadano. No está derrotada porque todo el país lleva hablando de ellos desde la una y media de este mediodía. No está derrotada porque hacer el mal es fácil y ETA es una serpiente de siete cabezas, cuya reproducción encuentro eco en el caldo de cultivo ‘abertzale’. No está derrotada porque sigue haciendo daño a la sociedad. No está derrotada porque algunas personas, incluso ex presidentes de Gobierno, siguen recurriendo al terrorismo para conseguir votos. No está derrotada porque ha sido capaz de poner patas arriba la campaña electoral con cinco disparos. Y no está derrotada, sobre todo, porque alrededor de 200.000 personas siguen jaleando sus muertes, su chantaje y su extorsión.
Me pongo en la piel de los hijos de Isaías Carrasco y se me cae la rabia al suelo. Se me cae el alma. No encuentro palabras. No me llega el aliento ante una salvajada que no tiene vuelta atrás. Que no tiene nombre.
He escuchado en la radio a la hermana de otro asesinado, Joseba Pagaza, decir que es ahora cuando esta familia tiene que sentir nuestro calor y nuestro cariño. Que sepan que hay una sociedad que está con ellos. Y no detrás, sino delante. Pero me da la sensación de que todas las condenas políticas, todos los gestos, todas las muecas de seriedad en Madrid, de poco sirven mientras la gente de Euskadi que apoya a los terroristas no se revuelva contra ellos. Que se rebelen y que les planten cara. Como hizo el Sin Feinn con el IRA. Que busquen una salida, la única que les queda después de agotar la negociación, y que se acabe esta pesadilla que parece no tener fin.