Ojos de gata
A veces me pregunto por qué me suscribí al diario El País hace cuatro años. Dudo, pero acabo sucumbiendo cuando leo artículos de opinión sin insultar, las crónicas de sus corresponsales y cuando me encuentro portadas como la de hoy. Una foto a cuatro columnas, obviando la cargante campaña electoral, de los trabajos de restauración que se están haciendo en dos cuadros de Goya que son una delicia: Los fusilamientos del 3 de mayo y La carga de los mamelucos. El autor de la información, firmada en Primera, es Rafael Fraguas. Es uno de los periodistas de Cultura más sabios, cultos e inteligentes de la prensa española. Me encanta su corrección y su exquisita sencillez. Hace pocas semanas tuve el placer de escucharle durante su invervención en un seminario sobre prensa y patrimonio organizado en el auditorio de la Fundación Lázaro Galdiano. Estuvo sublime, como siempre. También me ha gustado de El País la contraportada. Ese estupendo desayuno de Juan Cruz con Jesús Ayuso, el dueño de la librería Fuentetaja, el librero mayor de Madrid, un reducto del viejo oficio de vender y entender (al mismo tiempo, he ahí lo extravagante en estos tiempos) y un alcarreño de Moratilla de los Meleros que nunca lo disimula. Cuando le conocí, me sorprendió su humanidad y su humanismo, que no son sinónimos. Quedó muy agradecido con la entrevista que le hicimos. Es un hombre querido y respetado. Tiene una conversación inabarcable e interminable. Se pasan los minutos volando con él. Me alegro que el ministro Caldera haya tenido el acierto de darle una medalla al mérito en el trabajo. Se lo merece.
En la cafetería donde he desayunado, en Moncloa, le han robado el bolso a una señora sentada a mi lado. Y ninguno nos hemos enterado. La mujer se ha puesto a dar voces, pero cada cliente ha hecho como que no la oía y todo Dios ha seguido comiendo cruasanes. Por cierto, un café con leche birrioso me ha costado un euro y medio, es decir, 240 pesetas de las de antes. Suena el móvil. Es un amigo de Barcelona que me pregunta cómo van las cosas.
Luego he bajado andando, aprovechando que tenía que hacer obligaciones, hasta la plaza de Oriente. He visto el cambio de guardia real por primera vez, y la verdad, no es para tanto. Mucho atuendo y solemnidad. Y con poca chicha. En todo caso, la mañana era abierta y soleada. Hace un tiempo en Madrid que parece primavera y no invierno. En Sol, unos manifestantes sindicales pedían la dimisión de Esperanza Aguirre. En la calle Preciados, una señora se quejaba ante dos policías: «lo hacen para echar al PP, siempre contra el PP, es una vergüenza». Uno de los policías respondió: «sí, señora, debe ser eso». La señora se refería a lo que resume hoy muy bien ABC: «los sindicatos UGT y CC.OO. han comenzado a apoyar con profusión convocatorias de huelga en Madrid que afectarán a buena parte de los servicios públicos y que tienen una incidencia directa en la calidad de vida de los madrileños» [la crónica sigue].
Muy cerca de donde estaba quejándose la señora del PP, en Casa Labra, los camareros servían cañas y pinchos de tortilla vestidos con chaqueta blanda. En este restaurante, Pablo Iglesias se inventó el PSOE, la UGT y el periódico «El Socialista», que todavía dura en versión digital. La chaqueta blanca, la fritanga de algunas tascas y el vermut de grifo son señas del Madrid más auténtico, del que nunca despega y del que tampoco nunca acaba de morir. Ni es deseable que muera. Porque Madrid tiene un punto, si se me permite la expresión, entre moderno y paleto que es donde reside su encanto. Confieso que esta sensación me vuelve loco y me da energía.
En la Taberna Real me he sentado a leer la prensa. He comprado todos los periódicos nacionales y dos regionales: el Avui, que está escrito en catalán y cuyo propietario es el mismo que el de La Razón; y El Día de Guadalajara, que es el único diario de la tierra que se vende en la capital. El dueño del Avui es José Manuel Lara. Los del Espanyol le conocemos bien, es el mayor accionista y un señor especializado en arruinar medios de comunicación y, de paso, el prestigio de su padre. En Avui leo varios artículos poniendo a parir el debate entre Zapatero y Rajoy, por bronco y por malos modos. Como si los políticos catalanes fueran hermanitas de la caridad. ¡Ah, el oasis catalán! ¿Qué fue del oasis catalán, del «seny» y de la «rauxa»? «Si eso es España, que no se extrañen que haya cada día más nacionalistas en Cataluña», escribe en la última un columnista. En La Razón me encuentro con una transcripción de la entrevista que Antena 3 le hizo la noche anterior al candidato del PP (¿para qué publican un diario entonces?). En El Mundo subyace una euforia poco comedida sobre el supuesto triunfo de Rajoy en el debate. «Espero que España se lo agradezca», remacha Jiménez Losantos. En La Vanguardia, Jordi Barbeta dice que «la tensión ha entrado en campaña». El Día de Guadalajara, entretanto, abre con las sanciones a los graffiteros. Por cierto, por una caña doble pago 2 euros con 40 céntimos, casi 500 pesetas de las de antes. Eso sí, los boquerones y las aceitunas de la Taberna Real son una garantía para abrir boca. Repito y pido otra caña.
Madrid estaba hoy en calma tensa, como la campaña, que por un lado es un coñazo pero por otro está entrando en terrenos resbaladizos. En la Casa del Libro he estado mirando ejemplares raros y me he encontrado hasta con un «manual de autopsias». Es increíble lo que la gente llega a escribir para publicar, pero produce alegría ver a tanta gente metida en una librería. En la calle hacía algo de calor y una brisa muy agradable y poco frecuente en estos días. Y en el ABC he leído unos versos hermosos de Lope de Vega, un madrileño de pura cepa, un escritor portentoso, un «fénix de los ingenios» -así le llamaban-, un follador nato:
«Hablar entre las mudas soledades, pedir prestada, sobre fe, paciencia,y lo que es temporal llamar eterno; creer sospechas y negar verdades, es lo que llaman en el mundo ausencia,fuego en el alma y en la vida infierno».
Vuelve a sonar el móvil. Es una amiga que organiza una comida entre amigos. Le digo que sí, que por supuesto. Tengo anotada una frase que dice que «amigos son aquellos extraños seres que nos preguntan cómo estamos y se esperan a oír la contestación».
La ciudad no necesita aderezos. En una mañana, en pocas horas: un atraco, una manifestación, unos soldados vestidos como en la época de Alfonso XII haciendo maniobras absurdas, una señora vociferando contra los manifestantes delante de dos policías nacionales, una orquesta de trompetistas tocando en pleno solano y un borracho atufando en el metro. Sin cuentos, sin aliños. Madrid no necesita «dramatizar» nada para tensionar su propia vida.
A las cuatro de la tarde, en clase de Estructura Constitucional, el profesor nos ha hablado de la politización de la justicia. También ha explicado que para reformar la Constitución hace falte una sucesión de cuatro pasos complejos que pasan, entre otras cosas, por un acuerdo parlamentario mayoritario (más que mayoritario en realidad), disolución de las Cortes, convocatoria de elecciones, aprobación de las nuevas Cortes e incluso un posible referedum. Una compañera le ha preguntado si se va a reformar la ley sálica. El profesor, algo trastavillado pero muy irónico, le ha contestado: «con el ‘ambientillo’ que tenemos en estas elecciones, ¿usted se cree que algún gobierno se va a meter en estos berenjenales?».
Cierro con Lope otra vez: «Ir y quedarse, y con quedar partirse, partir sin alma, e ir con alma ajena…».
Y hasta aquí esta crónica madrileña que he dudado en escribir porque, acaso, me ha quedado demasiado introspectiva. He acabado haciéndolo, aunque sólo sirva como excusa para recomendar una de mis piezas favoritas. Durante la comida, en un restaurante de la Gran Vía, nos han puesto «Ojos de gata», una canción preciosa de Los Secretos que copio aquí porque merece la pena entregarse, incluso un día cualquiera, a las cosas que son verdaderamente importantes.
Suban los altavoces, olvídense de la mala gente y disfruten escuchando.