La Garlopa Diaria

20 febrero 2008

Pi y Margall


Estoy leyendo estos días un librito antiguo que me han recomendado y que lo encuentro estupendo: Oradores Políticos (Perfiles). Lo escribió en 1890 el periodista Miguel Moya, que dirigió El Liberal desde ese año hasta 1906. Fue el primer presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid. Con un lenguaje inteligente y mordaz, a veces cáustico, Moya desgrana las semblanzas de algunos de los principales políticos y oradores que ha dado nuestro país. Desde Cánovas a Castelar pasando por Silvela, Alonso Martínez o Sagasta. Y otros menos conocidos como Pidal o Moret. En definitiva, aquellos hombres por cuyas cabezas pasó la historia de España en el siglo XIX. Revoluciones conservadoras, liberales, progresistas. Constituciones democráticas y orgánicas. Y monarquías y repúblicas. Y siempre con España en la cabeza. Tenían estos hombres, además, según cuenta Miguel Moya en su libro, una capacidad sublime para relacionar la actividad política con la historia, la jurisprudencia o las artes. Eran intelectuales metidos a políticos. Sus discursos, unos reaccionarios y otros más aperturistas, solían ser en todo caso brillantes. Y su elocuencia está recogida, in tempore, en el Diario de Sesiones de las Cortes.

De entre todas las cosas curiosas y entretenidas que narra Moya, me ha llamado la atención una cita de Pi i Margall, que fue presidente de la 1ª República. Corresponde a un discurso que pronunció en 1874. Me parece que no tiene desperdicio recordarla ahora que estamos ya casi enfangados, de nuevo, en la batalla por el poder:

«Aspiro sobre todo a sacar ilesa mi honra. Mi rehabilitación política es lo que menos me preocupa. Han sido tantas mis amarguras en el poder, que no puedo codiciarle. He perdido en el Gobierno mi intranquilidad, mi reposo, mis ilusiones, mi confianza en los hombres que constituía el fondo de mi carácter. Por cada hombre leal me he encontrado diez traidores; por cada hombre agradecido, cien ingratos; por cada hombre desinteresado y patriota, mil que no buscaban en la política sino la satisfacción de sus apetitos».