«La ciudad que fue»
Hace un par de semanas me leí (de un tirón, una tarde-noche hasta las 3 de la madrugada y apoyado en un Cune estupendo que me regaló mi padre) el último libro de Federico Jiménez Losantos: «La ciudad que fue», que me había mandado Temas de Hoy unos días antes. Lo acompañé de Rioja porque la cosa prometía emociones fuertes y sólidas. No defraudan, desde luego. Ni el vino ni el libro. Aunque por diferentes motivos.
El volumen se compone de 568 páginas. El autor relata su largo peregrinar, desde su militancia en la izquierda radical catalana (durante sus tiempos de estudiante aragonés emigrado a Barcelona en busca de libertad, bohemia y un caldo de cultivo intelectual) a su actual militancia en la derecha extrema, el liberalismo salvaje y la doctrina ideológica a través de sus homilías radiofónicas.
Una vez llamé a un concejal en el Ayuntamiento de Guadalajara, identificado con la línea dura de su partido, para hacer un reportaje sobre el parque de La Concordia, y charlando sobre Jiménez Losantos me dijo que, a él, lo que decía este locutor en la primera hora (a las 6 de la mañana) le resultaba muy fuerte. ¡Muy fuerte! Ni siquiera los más derechizados del PP soportan a Jiménez Losantos. Cualquiera de ellos que viviera el triunfo de Aznar sabe que, sin moderación ni ese famoso viaje al centro que nunca terminan de acabar, el billete a La Moncloa se complica.
El libro traza un relato, trufado de experiencias personales del autor, de la Barcelona de los años setenta. La que Jiménez Losantos considera la «verdadera», la ‘fetén’, dicho en tono castizo. Nada que ver, a su juicio, con esta Barcelona de ahora sumisa al nacionalismo y corroída por unas estructuras que oprimen al castellanohablante. Recuerda el episodio del atentado que sufrió de Terra Lliure, que le rompió una pierna y le pudo costar la vida. También realiza una diatriba contra sus clásicos: el socialismo y el comunismo. Denosta a Pujol y ensalza a Tarradellas (Qué curioso, Esperanza Aguirre quiere poner de nombre Tarradellas a ese colegio catalán que va a abrir en Madrid…). Ataca a la «gauche divine» (los Regàs, Tàpies o Bohigas) como antecedente de los que ahora, desde su púlpito en la radio, califica de ‘titiriteros’ al servicio de Zapatero. Y, sobre todo, de forma incomprensible, intenta demostrar que la Barcelona que vivía bajo el yugo de la dictadura era más libre y más crítica que la de ahora. Lo de más crítica, en mi opinión, puede ser discutible. Aunque el autor pierde la razón por las formas que utiliza en su lenguaje, quizá sí la lleva cuando fustiga la autocomplacencia de los políticos catalanes. Sin embargo, sostener que la Barcelona de los 70 era más libre que la de ahora, sencillamente por cuestiones espureas vinculadas al idioma, me parece no decir la verdad. Ni más ni menos. Hablo con conocimiento de causa. Barcelona, aunque ahora me pilla lejos, es mi cuna, mi ciudad, donde he crecido y donde siguen viviendo mis padres y algunos de mis mejores amigos. Por cierto, casi todos castellanohablantes. Y ninguno ha tenido nunca el más mínimo problema. Los que tienen problemas con el castellano en Cataluña, o bien se mueven con prejuicios, o bien son casos absolutamente excepcionales. Y como tal deben ser tomados.
Los defensores más acérrimos de las tesis del Partido Popular, con Jiménez Losantos a la cabeza, están empeñados en pintar un panorama de Cataluña desolador. Se supone que es una tierra convertida en una especie de ratonera para el que habla castellano, donde no se puede escolarizar a sus hijos en esta lengua, donde hay presión de corte etnicista y donde, en definitiva, se excluye a todo lo que huela a flamenco y centralismo.
No voy a negar que excesos, tanto por parte de los nacionalistas como de los que no son nacionalistas y les apoyan, han existido. Es cierto, y convendría que sus autores los reconocieran. Pero de ahí a dibujar un país excluyente resulta repudiable. Daría bochorno si no fuera porque España se ha acostumbrado a lidiar con sus propios traumas. «El problema de Cataluña no se puede solucionar, hay que conllevarlo», proclamó Ortega y Gasset. Quizá por eso se explican que los socialistas y conservadores, igual que en tiempos de Azaña, insistan en sus ataques a los burgueses nacionalistas catalanes, incluso con los de izquierda, para luego pactar con ellos las leyes fundamentales del Estado. O sea, de la nación.
Somos, por desgracia, un país incapaz de aprovechar las divergencias culturales. No reconozco en absoluto a la Barcelona que perfila Jiménez Losantos en su libro. No la siento como propio. Lo he explicado en artículos ya varias veces: provengo de una familia castellanohablante que ha vivido en un barrio castellanohablante y en una ciudad, Hospitalet, crecida por el aluvión de la emigración española. Y nunca, jamás, he tenido ningún problema ni he visto a ningún estudiante o trabajador que lo tuviera. Jamás. Qué casualidad que los jiménez losantos de turno siempre se encuentran con el catalán que, mira tú por dónde, tiene problemas con la lengua… Este discurso socava la imagen de España, alienta a los nacionalismos periféricos y desvirtúa la auténtica cara tanto de Cataluña, como de España. Porque ni Cataluña es un Guantánamo lingüístico ni España un nido de fachas.
En su libro, Losantos escribe: «Cataluña puede pedir al resto de España lo mismo que ella está dispuesta a dar a los españoles, de nacimiento o de adopción, afincados o de paso, que en ella viven. Pero si los españoles que viven en Cataluña pero han nacido fuera de ella no pueden alcanzar la plenitud de su condición ciudadana en régimen de igualdad con los catalanes de nacimiento, sea por razones de origen o de idioma, ni puede hablarse de ciudadanía en Cataluña ni, mientras Cataluña sea parte de España, podrá hablarse de ciudadanía española» (pág. 196).
Bueno, pero ¿por qué esta obsesión por enfrentar a catalanes y españoles? ¿Por qué este empecinamiento en dividir? ¿Por qué siempre hay que fracturar, incluso en el lenguaje, a españoles y catalanes? Perdonen la sinceridad, pero mi padre es de Guadalajara, del Real Madrid y del Partido Popular, y puedo asegurar a todos los lectores de este blog que se siente plenamente ciudadano en Cataluña. Se queja, eso sí, de una cierta mofa que se hace en Cataluña hacia España o lo español, que decía Julián Marías. Eso se debe, sin duda, a los excesos nacionalistas a los que me refería un poco más arriba, empeñados, porque les interesa políticamente, en identificar a esta España con la de Franco. Pero, al margen de ello, ¿de qué carajo de Cataluña y España están hablando Jiménez Losantos y sus seguidores? ¿De verdad hay gente dispuesta a creerse que tanto España como Cataluña son así? Y otra cosa: si las partes de los extremos se siguen dedicando a tensionar la cuerda, ¿cuál es el fin último? ¿Alguien ha pensado en las consecuencias de seguir atizando las bajas pasiones?
La personalidad de Jiménez Losantos es múltiple. Nadie puede negar su cultura ni su talla intelectual. Lo difícil es aceptar esa realidad teniendo en cuenta sus insultos, sus calumnias (ojo al 11-M) y su falta de respeto absoluto a todo bicho viviente que no piense como él. Eso se llama sectarismo, desde luego, pero ha conseguido contagiar al principal partido de la oposición. Un amigo mío periodista preparó un trabajo hace un tiempo sobre la trayectoria del locutor de la Cope. Lo tengo colgado aquí. No se puede entender que un periodista con su capacidad de influencia, la use para demoninar a la media España que no sigue sus postulados. Triste, pero es así. La voz de Jiménez Losantos no tiene porqué acallarse. Lo que sí deberían cesar, por el bien de esta profesión, son sus ofensas, sus insultos y sus descalificaciones permanentes. ¿Le conviene a la Cope y sus propietarios seguir manteniendo este nivel de crispación? ¿Qué pinta Blázquez frente a Rouco y compañía?
La última bofetada de Jiménez Losantos fue el viernes, precisamente en Albacete y acompañado de Mª Dolores de Cospedal. Dijo: «Yo aviso a los polonios de que como se les ocurra utilizar mi libro o mi persona no voy con la Guardia Civil porque no está a mano, pero el querellón no se lo va a pagar ni toda la corpo… si quieren reírse que se rían de su padre o de su madre si lo conocen». Con lo de polonios se refería a un programa de humor de TV3, la televisión autonómica catalana, que se llama Polònia. Un programa de calidad y de humor donde se practica la sátira política, muy poco habitual, por cierto, en el resto de televisiones del Estado. Yo lo veo a través de la televisión por cable y me encanta. También tienen su espacio en RAC 1, la radio propiedad de la familia Godó. Es curioso como una persona, acostumbrada a la chanza, la ofensa y la mofa personal en su programa de radio, como Jiménez Losantos, se queja de ahora sea él pasto de una sátira, por cierto, bastante más educada que la suya. Denota su intolerancia. Y una actitud retrógrada que tira para atrás.
¿Seguro que un tipo inteligente y preparado como Jiménez Losantos necesita utilizar el guerracivilismo como método de trabajo?
¿Interesa más a la Cope que el PP llegue al poder o le interesa más al PP que la Cope siga tensando la cuerda?