Turismo rural y empleo
Vamos a desbrozar las palabras que ayer manifestó la directora general de Desarrollo Rural del Gobierno de Castilla-La Mancha, Ana María Parras. Fue en FITUR, esa feria de los egos turísticos donde, por definición, por moda o simplemente porque sí, los gestores de la cosa pública que afecta al turismo presentan novedades, publican guías y regalan tacos de queso.
Parras dijo: “El turismo es un fenómeno global que se produce a nivel local, por lo que hay que planificarlo muy bien, pues supone un reto y una gran oportunidad para fijar población en el medio rural”. Pues es verdad. Existe una dimensión de masas del turismo en la que Castilla-La Mancha, ni por supuesto tampoco Guadalajara, ni entra ni sale. Pero hay otro turismo, el de interior, el de «tierra adentro» que dice Serrano Belinchón, que es el que la provincia tiene que aprovechar al máximo. Planificar. Preparar a los pueblos para recibir turistas. Cuidar el patrimonio. Explotar los recursos endógenos. Proteger la naturaleza. Todo eso son las bases consabidas del turismo rural. La pregunta clave para los pueblos es otra: ¿tiene o no el turismo capacidad de generar empleo y, por tanto, de atraer población?
El estribilllo oficial en toda la España seca, no sólo en Castilla-La Mancha, es que el turismo es la tabla de salvación. Una esperanza. La última salida para los pueblos. Y, francamente, tras la experiencia de los últimos años, no lo tengo tan claro. He tenido la oportunidad de hablar con muchos empresarios de turismo rural, con gente que ha abandonado la ciudad para invertir mucha pasta en crear alojamientos rurales, sean casas, hostales o simples apartamentos. Y no veo que gocen de bonanza económica ni que hayan creado puestos de trabajo (salvo los imprescindibles en las tareas de limpieza). Siempre he creído en el turismo como un factor de dinamización para los pueblos, para atajar su marasmo, para sacarles parcialmente de su eterna modorra. En cierta medida se ha conseguido. Ana Isabel Parras sostenía ayer tajantemente: «el turismo es un fenómeno que se debe aprovechar para fijar población en el medio rural». Se debe aprovechar, sí. Pero: ¿se está aprovechando? Probablemente la directora de Desarrollo Rural de la Junta estuviera advirtiendo de una realidad que no existe, pero tampoco se puede decir que la Administración tenga los resortes suficientes para que eso ocurra. O lo que es lo mismo: no se sabe a ciencia cierta si el turismo atrae población a Guadalajara, se desconoce cuáles son sus límites potenciales en este terreno.
Antonia, que es la dueña de una casa rural en Aragosa, en el valle del Dulce, me explicaba que hay que desmitificar el turismo: «la gente se cree que esto es jauja, abrir una casa bonita y que caiga el dinero». Ciertamente, no es así. Hace falta mucha inversión, una orientación profesional adecuada y un servicio permanente que esté a la altura de la calidad que demanda el usuario medio de esta clase de turismo. En caso contrario, el fracaso está asegurado. Jaime Mesalles, uno de los propietarios del complejo hotelero en Imón, cerca de Sigüenza, me insistía otro día: «da igual que potencien mucho el turismo, si no mejoran, por ejemplo, las carreteras o las comunicaciones, de nada sirve y seguimos casi como antaño». Jorge Corona, que ha montado una casa rural en Condemios de Abajo, me decía: «existe una sensación de abatimiento, como si las cosas no pudieran cambiarse”.
Abundando en todo esto, también recuerdo lo que me contaba hace pocos días Manolo Esteban, hermano de Eugenio, diputado provincial del PP, y propietarios de un extraordinario negocio familiar en su pueblo, Tamajón: «Raúl, convéncete, estamos ‘aguantando’ la provincia entre unos pocos que mantenemos negocio o los que se siguen dedicando al campo. El turismo atrae a la gente, pero no garantiza el futuro porque sin trabajo no hay futuro y encima nadie nos ayuda a los comerciantes». Él me concretaba esta situación en la Sierra: «¿Cuántos pueblos tienen negocios abiertos? ¿Cuántos empresarios hay en la sierra que hayan apostado por abrir una tienda, un restaurante o cualquier otro local? ¿Cuántos puestos de trabajo y familias se ‘sujetan’ gracias a estos negocios y cuantos gracias al turismo rural? Bueno, pues encima a los que montan una casa rural les pagan un huevo en subvenciones y a nosotros, como a cualquier autónomo, nos fríen a impuestos».
La tesis de Manolo, un tendero de los que ya van quedando pocos en los pueblos, es que hay una realidad en Guadalajara que nadie quiere ver ni ayudar. Y es precisamente esa realidad donde permanece anclada la raíz de nuestra tierra: familias enteras que se han resistido a abandonar sus pueblos, negocios familiares que heredan hijos y nietos (con lo que eso supone para el mantenimiento de escuelas) y comerciantes que no pueden hacer vacaciones en agosto. Porque es cuando los pueblos se llenan.
¿Qué tipo de ayudas conceden las administraciones a estos emprendedores, tal como ocurre en la ganadería, la agricultura o el turismo rural? Y más aún: ¿Quién sostiene con pulso las constantes vitales de la provincia?