La Garlopa Diaria

27 enero 2008

Italia


Italia me ha parecido siempre un país atractivo, seductor y relativamente barato para un español medio de hoy día. Los vuelos entre Roma y Madrid están tirados de precio, incluso prescindiendo de una compañía de low cost. Eso sí, cuidado con entrar en algunas boutiques de Via Veneto o en las galerías de Milán. El peligro para el bolsillo está ahí. Recuerdo que la última vez que estuve con mi pareja cenamos un día en un restaurante muy cerca de la Fontana Di Trevi. Nos sirvieron platos generosos de pizzas y una cerveza estupenda que no era italiana. Nos costó menos de lo que pagamos en cualquier bar del centro de Madrid por una comida “típica española”. Cuando viajé con mis amigos, hace ya algunos años, salimos de fiesta y me di cuenta de que en Italia no se ven mujeres en las discotecas. ¿Hay algún país más machista que España? Pues sí, parece que debajo de los Alpes.

Esta mañana, dando un paseo para desayunar, he pasado cerca de la embajada italiana en Madrid. Es un hermoso palacete con muchas balconadas. Está entre Lagasca, Juan Bravo y Velázquez y contrasta con los adustos bloques de su entorno. Tiene un porte señorial y recargado que hace honor al país del que proceden los diplomáticos que trabajan dentro. Esta embajada, según he leído en algún sitio que no recuerdo, estaba antes en la calle Mayor y fue trasladada en 1939. El edificio actual había pertenecido al Marqués de Amboage, hombre de inmensa fortuna que ostentaba un titulo de nobleza concedido por el Vaticano. Curiosamente, el edificio lo diseñó un arquitecto español basándose en el estilo barroco francés. La tranquilidad de esta mañana allí contrasta con la convulsión que viven estos días sus compatriotas. De todas maneras, me ha dado por pensar que esta tranquilidad y esta resignación que emana de la embajada italiana en España es un fiel reflejo de la actitud con la que los italianos afrontan sus crisis políticas.

No es extraño ni anormal en Italia que los gobiernos caigan, que los ministros dimitan, que la camorra abuse, que la corrupción aflore con absoluta impavidez o que los dirigentes de un partido se pasen al bando contrario sin perder la sonrisa en el programa de Bruno Vespa (en la Rai 1, «Porta a porta» se llama, si tienen parabólica no se lo pierdan). El milagro, por lo menos hasta ahora, es haber compatibilizado esta tendencia con amasar la séptima potencia económica mundial. Dicen los analistas que la economía italiana está de capa caída. Incluso hace pocos días aparecieron unas estadísticas de Eurostat, cogidas por los pelos, que señalaban que en algunos términos macroeconómicos, España había adelantado a Italia. Da igual. Sea como fuere, el caso es que la sociedad (y los empresarios) van por un lado y los políticos por otro. El señor que ha hecho caer al Gobierno presidido por Prodi, un tal Clemente Mastella, es un dirigente político regional que tiene poco más del 1% de los votos. Es como si aquí Labordeta se hubiera cargado al Ejecutivo de Zapatero. Triste. Injusto. Un fraude democrático. Porque la Ley Electoral, que en España no respeta a las minorías con implantación en todo el Estado y sí a los nacionalistas, en Italia les concede un poder tan apabullante como para derrocar gobiernos. Berlusconi, que fue el primer ministro que más ha durado desde la 2ª Guerra Mundial, apenas resistió cinco años. ¡Y es el más longevo! ¿Cómo fomentar la estabilidad económica, la salud laboral, la productividad o el empleo en esas circunstancias de tambaleo gubernamental? Esa es la pregunta que los europeos llevamos tiempo haciéndonos mientras tomamos pizzas y hasta algún vino Chianti, que por cierto, lo digo por experiencia, están bastante catables.

La sesión en el Senado italiano del otro día fue detestable a ojos de cualquier “ciudadano normal”, que diría Rajoy. Gritos, insultos, amenazas, agresiones. Parecía el Parlamento de Taiwan y no el de un país fundador de la Unión Europea. Leí un comentario de Ezio Mauro, el director de La Repubblica (el diario El País de allí, más o menos): “Otra vez Italia”. Así de gráfico y expresivo. Con tres palabras se entendía todo. La pregunta es: ¿la imagen de este país ha quedado muy deteriorada por estos sucesos? Quizá no más, pero tampoco menos, de lo que lo estaba antes. Hay algo inexplicable en todo esto, pero Italia ha sabido manejar con absoluta maestría su proyección internacional mientras se llaman “pedazo de mierda” en sus propias cámaras legislativas. El aceite italiano ha tenido, hasta hace cuatro días, mejor reputación que nuestro aceite virgen de oliva. No digamos la gastronomía, los coches, las motos, el turismo y, por supuesto, la moda. Los empresarios italianos son comos esos jugadores de fútbol que escuchan a su entrenador y luego, en cuanto éste se da la espalda, desoyen sus explicaciones y aplican su propia técnica. Creo que es así como Italia ha construido su fortaleza económica, a pesar de los achaques de ahora.

Me ha gustado siempre seguir la evolución de la política italiana. Es como un culebrón. Las crónicas de Enric González (dicho sea de paso, recomiendo leer su libro de crónicas «Historias de Nueva York», de RBA) están escritas con un estilo irónico inconfundible. Con rigor y con talento. La prensa italiana también es interesante. Ojo a la renovación del Corriere que nos avanzaba El Mundo ayer. Va a estar curiosa. Durante mi último viaje, compré un ejemplar de casi todos los periódicos en un kiosco al lado de la piazza di Spagna (por cierto, ojo allí con los carteristas, que son más listos aún que los de Atocha o Sol). Cogí la prensa autóctona y también El País y La Vanguardia, los dos únicos españoles que había. El quiosquero me miró, cobró agradecido y me preguntó, en un castellano macarrónico, cómo estaba la prensa en nuestro país. Le contesté que mal porque en España somos un poco cazurros y leemos poco. Él me contestó que lo más vende cada día es La Gazzeta dello Sport. ¡Porca miseria!

El editorial de El País decía ayer que “Italia vive una profunda crisis de confianza que sus políticos parecen infravalorar. El rifirrafe ayer en el Senado culmina un espectáculo que avergüenza a la gran mayoría de italianos. Que están también hartos de una situación que, si estos días puede tener como espejo el amontonamiento de basuras en Nápoles, se manifiesta con mucho mayor calado en un progresivo declive económico y una menguante influencia internacional”. El caso es que, después de Prodi, ¿qué? Los conservadores piden elecciones inmediatas porque saben que las encuestas van a su favor y tienen opciones de recuperar el gobierno. La izquierda, o el centro izquierda, propone reformar el sistema electoral. Fini, un neofascista reconvertido en demócrata por la obra y gracia del partido Forza Italia, dice que “eso de cambiar la ley electoral sería como perder el tiempo”. Italia vive, como titulaba su editorial El Periódico de Catalunya, un “infausto ritornello”, la repetición de un fragmento musical. O lo que es lo mismo, la inestabilidad política y los cambios de Gobierno constantes. De entre todo ello veo sólo una cosa buena: el previsible ascenso de un líder entre los demócratas de izquierda (no comunistas) que se llama Walter Veltroni. Es el alcalde de Roma desde hace la tira de años y en las entrevistas que le he leído (la prensa española ha publicado bastantes tras sus encuentros con Zapatero o Gallardón, por ejemplo) me ha parecido un tipo sensato y capaz de reinventar a la fragmentada izquierda italiana. O lo que quede de la misma.

El viernes por la noche, por cierto, fui a cenar a un restaurante italiano cerca de Alfonso XIII. Se llama Fragola y hacen un risotto ibérico con virutas de jamón estupendo. Eso sí, no tienen ni pacharán ni licor de hierbas. Lástima que no se me ocurrió pedir un limoncello (compré en Capri una botella y aún me queda algo). A lo mejor es lo que toman los italianos para digerir a sus insoportables políticos.