La Garlopa Diaria

18 enero 2021

Exiliado

Ayer le hicieron una buena entrevista a Pablo Iglesias en La Sexta. Recomiendo verla a quien lo haya hecho. De verdad. El periodista hizo las preguntas y repreguntas pertinentes. Fue incisivo dejando hablar al entrevistado, que es lo suyo. Le situó frente al espejo de sus contradicciones, pero sin la agresividad que se gastan algunos compañeros que confunden el periodismo con el boxeo.

El resumen del programa, que está editado, podría ser: el mundo conspira contra mí, todo el día recibo presiones -pese a que mi cometido oficial empieza y acaba en la Agenda 2030- y si yo no cumplo las promesas con las que me llené la boca en campaña es por culpa del pérfido PSOE. Sus palabras fueron un monumento al cinismo: pretender ser gobierno y oposición al mismo tiempo, supongo, debe de tener algún tipo de explicación que excede la política. Con todo, la declaración más hilarante, y al mismo tiempo también la más hiriente, fue la comparación explícita que estableció entre la condición jurídica en la que se encuentra Puigdemont y la que sufrieron los republicanos represaliados tras la guerra civil. Dijo, porque el periodista le preguntó por ello explícitamente, que el ex presidente de la Generalitat es tan exiliado como los que en el 39 tuvieron que salir huyendo de la dictadura.
Confieso que cuando escuché eso me dieron ganas de apagar el televisor y mandar a hacer puñetas al personaje. Soltar una patochada así no tiene justificación desde ningún punto de vista, ni siquiera, si estás a favor de la vía del diálogo en Cataluña. Uno puede tener la opinión que sea sobre lo que hizo o dejó de hacer Puigdemont. La mía la he expresado con claridad muchas veces en el periódico: quebró las leyes, vulneró el Estatuto, liquidó el autogobierno, intentó amputar los derechos de ciudadanía a la mitad de los ciudadanos de Cataluña. Y solo la fuerza coercitiva de la ley se lo impidió porque llevaron lo que él y los suyos denominan «el mandato del 1-O» hasta sus últimas consecuencias parlamentarias. Es mucho más grave que un delito de naturaleza económica porque atañe al marco legal y de convivencia, para entendernos, a las reglas del juego democrático. En todo caso, insisto: uno puede tener la opinión que quiera. Puedes llegarte a creer incluso que este tipo es un mártir de la causa soberanista. Allá cada cual con sus paranoias. Cuestión distinta es que el vicepresidente del Gobierno y autoerigido líder de la izquierda española pisotee la memoria democrática de quienes fueron exiliados y represaliados, ellos sí, por defender sus ideas políticas. Porque si dices eso, como vicepresidente, no solo estás erosionando la posición del Estado en el trámite de suplicatorio en el Europarlamento, sino que demuestras que vives completamente enajenado de la realidad. Ni siquiera los intereses electorales de tu formación en Catalunya justifican un atropello de este calibre. La izquierda no puede coadyuvar en el discurso nacionalista. Supone una contradicción ideológica insalvable. Pero mucho menos hacerlo mancillando el legado de los españoles que fueron expulsados de su país por defender un sistema democrático equiparable al que ahora permite a Pablo Iglesias, libre de responsabilidades institucionales de envergadura, hacer el cantamañanas para contentar no se sabe muy bien ya a quién y a cuántos.

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