La Garlopa Diaria

17 enero 2008

Molina y la cultura


Está muy bien elegida esta foto oficial en el castillo de Molina. Aparecen el concejal de Cultura del Ayuntamiento molinés, el delegado de la Junta, la consejera de Cultura, el alcalde, la delegada y el gran arqueólogo Jesús Arenas. Hoy la consejera, que me parece que lo está haciendo bastante bien al frente de su departamento, ha anunciado que el Gobierno regional, por fin, va a construir un centro cultural en Molina con teatro auditorio con capacidad para 300 o 400 personas. Como quiera que los periodistas siempre solemos fustigar a los poderes públicos (es parte de nuestra obligación), me parece que hoy merece un elogio la iniciativa de Marisol Herrero. Por méritos, no por compensación. Molina se merece un centro cultural de esa magnitud y ahora lo que tienen que hacer es construirlo lo más rápido posible, primero, y dotarlo de una programación adecuada, después. Seguro que la cosa no es sencilla.

Hace un par de meses, durante una entrevista a Riansares Serrano, delegada provincial de Cultura, le hice una pregunta que la sorprendió. Fue esta:

«Cuando se habla de cultura, desde un punto de vista institucional, suele hacerse desde una política de contenedores culturales, es decir, se habla de museos, salas de exposiciones, archivos, bibliotecas, etc. ¿Dónde queda el espacio para fomentar la creación?»

Clavó la mirada durante cinco segundos, suspiró y me contestó que «hay que trabajar en ambos sentidos». Es cierto. Totalmente de acuerdo. En ambos sentidos, pero Guadalajara adolece de una política cultural planteada con el objetivo de fomentar la creación en todos los territorios de las artes. Es decir, no basta con remozar el Moderno o levantar el Buero Vallejo, aunque negar su importancia sería de necios. Hay que trabajar en esos dos sentidos que apunta la delegada, a fin de potenciar a los artistas locales. Que los hay, y muy buenos. Está muy bien traer a Serrat, a la Caballé y hasta las galas de José Luis Moreno. Pero me parece que no hay que olvidarse de los de aquí.

No se trata, desde luego, de que el Estado, en este caso las autonomías, tengan que tutelar ningún apadrinazgo cultural de forma permanente. Pero sí que de promocionen, que aviven un caldo de cultivo lo suficientemente pródigo como para fomentar la cultura. Acaban de publicitar en rueda de prensa las distintas líneas de ayudas de la Consejería de Cultura. Y destacaron la de los castillos, presentando como novedad algo que no es ninguna novedad: que ayudan a los propietarios para rehabilitar estos edificios. Hace ya tiempo que eso es así. Y no basta con eso. Está demostrado que no basta con eso. Hace falta más empuje, más empeño político en restaurar y aprovechar el enorme patrimonio cultural de esta provincia. Podríamos aprender de Francia en algo. En cómo rentabilizar los monumentos, y los paisajes, sin caer en la tentación de destrozarlos.

Pero está claro que no basta con subvencionar obras a quienes lo piden. Los ciudadanos contribuyen a mantener una administración pública para que, en el caso de los responsables de Cultura, se muevan de sus despachos y velen por la defensa del patrimonio. Y eso no se consigue, sólo, con publicar una orden en el Diario Oficial de Castilla-La Mancha. Por seguir con el ejemplo castillero: Serrano me dijo que la Junta estudia un plan de intervención en la arquitectura defensiva, pero no hay todavía ni proyecto, ni plazos ni financiación. Y la rehabilitación del patrimonio es una urgencia. Y una obligación pública. De todos, pero especialmente de nuestros políticos. De la misma forma que la construcción de contenedores culturales no es suficiente, el aumento de las ayudas oficiales tampoco es garantía absoluta de protección de aquello que hemos heredado de siglos. Falta dinero y la falta de dinero es la muestra más evidente de que la Cultura no se toma del todo en serio entre la clase política, salvo excepciones honrosas. Cuando Zapatero debutó como oponente a Aznar en su primer Debate sobre el Estado de la Nación, una de las iniciativas que anunció fue la celebración del Año del Quijote por todo lo alto en 2005. La carcajada fue general. Hasta sus propios correligionarios se lo tomaron a risa. Los columnistas de la prensa madrileña, ávidos de rumores y no de información, se hincharon a pergeñar ácidos artículos. Y Aznar no se lo tomó en serio. Fue sólo una metáfora del sentimiento que produce la cultura entre buena parte de nuestros dilectos representantes.

Una pena todo.