Mario Camus y Sigüenza
Esta noche ha saltado la noticia del día: la decisión de Rajoy de prescindir de Gallardón en la lista electoral del PP. He tenido que recurrir a internet para ampliar la noticia porque todas las emisoras de radio, todas, estaban retransmitiendo un partido de fútbol. No tengo nada en contra del fútbol. Al contrario. Soy un aficionado apasionado y no me escondo, tal como hacen otros rendiendo así pleitesía a la filosofía del buenismo. Pero todo tiene un límite. ¿Nadie puede ofrecer algo diferente a los demás? ¿Por qué hay que imponer una única visión? ¿Sólo el dinero o el negocio lo explica? Sorela cree que no. Que existe un trasfondo. Que es una actitud que adopta la prensa fruto de un ego elevado a la enémisa potencia. La clásica vanidad española, parece ser que acentuada entre los periodistas.
Algo de eso habrá y, mientras tanto, se nos fugan las cosas importantes de la vida. La Vanguardia ha publicado una excelente entrevista al director de cine Mario Camus. Un tipo huraño, introvertido y, según él, aburrido. «Tengo la sensación de vivir en un mundo estúpido», titula la periodista. Camus dice cultivar el pesimismo, pero ha facturado algunas películas que son obras maestras. Me gusta destacar siempre «Los santos inocentes», en una adaptación formidable de la novela de Delibes. También «La colmena», aquel tugurio de España que retrató el Nóbel que vivió en Guadalajara. Camus lo que cultiva es el whisky y el paquete de tabaco. Pero dice cosas interesantes. Acaba de estrenar El prado de las estrellas, rodada en su tierra, Cantabria. Precisamente, le preguntan esto:
Es usted muy cántabro.
Sí, claro.
… Prefiere los silencios a las palabras.
Exactamente, pero no sé si tiene que ver con ser del norte o del sur.
Sus personajes no ríen.
Ya. En Sigüenza la gente se ríe cuando en una cuesta que se hiela desfilan los turistas, pero en la película no se dan esos casos.
En Sigüenza la gente se ríe. Dice que en la película no se dan esos casos, lo cual es probable porque las películas de Camus son amargas, aunque intensas. Camus defiende la alegría en el trabajo. Y el peso del paisaje. La convicción de vivir en tranquilidad. La sencillez en los placeres: sentarse en el campo después de un rodaje y abrir un melón. En Sigüenza o en Cantabria. El silencio del paisaje que desactiva el ruido que llega, cada mañana, desde la prensa.