Zapatero Vs. Pedro J.
He necesitado casi una hora y dos cafés en la calle Corazón de María (a punto he estado de pedir un orujo) para leer, analizar, destripar y digerir la entrevista-récord que Pedro J. Ramírez publica hoy en El Mundo (aquí, un resumen) con José Luis Rodríguez Zapatero. La más larga hecha jamás a un presidente del Gobierno en España, según anuncia su autor en la entradilla. No me extraña. Portada, carta de los domingos, siete páginas y editorial. ¡Y anuncia más para mañana!
Los bloggers, algunos con una pátina de autocrítica, comienzan a sacarle partido a la escena del melón con jamón. Resulta que en el almuerzo inmediatamente anterior a la charla, Zapatero come melón con sal porque dice que se lo enseñó su abuelo como reminiscencia de un tiempo en que los pobres no podían añadir jamón al melón. Al presidente, la anécdota, le sirve para seguir abonando su imagen del progresismo ‘light’, y al periodista le concede un estupendo subterfugio para arrancar un diálogo potente. Todos contentos. Primero fue el café, y ahora el melón.
El éxito profesional de Ramírez es conseguir, casi siempre, dar el primero. Al margen de la opinión que nos pueda merecer la forma en que tiene de practicar el oficio, lo cierto es que el director de El Mundo es un animal periodístico absoluto. Cuando un día echaron a un insigne columnista del ABC, le pregunté a Leguineche el por qué de ese triste final para un hombre que llevaba más de veinte años escribiendo para ese periódico. Sin vacilar, me contestó: «porque es aburrido y un periodista puede ser de todo, menos aburrido». La gracia de Pedro J. es que entusiasma a los suyos y provoca interés en sus adversarios. Algunos son sus enemigos y otros aparentan serlo para medrar. La entrevista de hoy, por ejemplo, la van a leer con la misma avidez, el consejero delegado de Prisa, por lo que le toca, que los currantes que compran El Mundo creyendo encontrar el parnaso progresista que echan de menos en El País. Esa transversalidad (el propio presidente del Gobierno, en la entrevista, afirma no saber dónde colocar a El Mundo ideológicamente) añade dosis de talento a Pedro J. Elevó a Aznar a los altares, pero no tuvo reparos en echarle varios jarros de agua fría cuando le negó su apoyo en la guerra de Irak. Felipe González tiene dicho que, en su época, detestó tanto a Anson como a Ramírez, con la diferencia, a su juicio, de que con “el primero no comparto su código ético, pero lo tengo, y el segundo directamente no tiene código ético”. Lo que está claro es que es el amo de su finca y que hace y deshace a su antojo. En la entrevista de hoy se pasa de frenada en las fotos (aparece él casi tanto como el propio Zapatero) pero nadie puede decir que sea aburrida. Y eso, tratándose de siete páginas, es un mérito incuestionable que quizá sólo los periodistas podemos calibrar en su justa medida.
Esto desde un punto de vista profesional. En lo que se refiere a la entrevista, de titulares anda floja. Es difícil sacarle titulares a Zapatero, tan remilgado, tan sosegado, tan plomizo casi siempre. Con Zapatero me ocurre que resulta más interesante las entrevistas que concede a la prensa, donde las respuestas están más concentradas y los diálogos más pretos, que en la radio o la televisión, donde explaya a gusto su palabrería en la fugacidad del directo. Algunos de los diálogos mantenidos con Ramírez (sobre todo respecto al proceso con ETA, la sentencia del 11-M y la guerra mediática) son extraordinariamente más vivos y directos que cualquier charla emitida por radio o televisión. Mucha gente en la derecha subestima el poder político o la mandíbula de Zapatero. Creo que se equivocan y algunas de las respuestas que le da a Pedro J. demuestran que llega a los comicios del 9 de marzo con las lecciones -incluso las de economía- bastante bien aprendidas y un discurso coherente con su política. La primera entrevista que concedió Zapatero tras ganar las elecciones fue a Jiménez Losantos. Y el crispador de la Cope, en los estudios, frente a frente, le dijo: «que usted esté aquí demuestra que es más peligroso de lo que algunos piensan». Ojo con subestimar a los políticos que son capaces de hacerse un hueco en la primera línea de la política. Vengan de donde vengan. Del partido que sea.
Las partes más flojas de la entrevista de Ramírez son las que hacen referencia a la supuesta discriminación del castellano en Cataluña y al incumplimiento, según él, de la Ley de Banderas en el País Vasco. Son temas manidos, que sobrepasan el tópico y que Zapatero despacha comiéndose con patatas las preguntas del jefe supremo de El Mundo. En el epígrafe sobre el 11-M, el presidente del Gobierno consigue darle la vuelta a la tortilla a las consabidas preguntas de Ramírez: «si yo hago autocrítica por la declaración antes del atentado de la T-4 y por el caos del AVE, ¿tú por qué no la haces sobre el 11-M?». Esta es la tesis que abona Zapatero y en la que sale victorioso frente a su interlocutor. La sentencia del 11-M razona jurídicamente que el concepto «autor intelectual» no tiene fundamento en el Estado de Derecho. Y que, en todo caso, los que planearon y diseñaron la matanza de Atocha se suicidaron en Leganés. Atrás quedan todas las sábanas inmensas de informaciones, de Múgica o de Antonio Rubio, sobre las cintas coránicas, los confidentes de la trama asturiana, las furgonetas Kangoo y toda la teoría de la conspiración que nadie parece reivindicar ahora, tras la sentencia implacable de Bermúdez. El tema lo explotará Zapatero hasta el infinito de la campaña y Rajoy, atado durante cuatro años a los sectores más radicales de su partido y sus corifeos mediáticos, los que han abonado esa delirante teoría, poco podrá decir o añadir al respecto. La sentencia llegó en tiempo y forma. «Díganos por favor en qué asuntos tenemos que hacer autocrítica en El Mundo«, le interpela Ramírez a Zapatero. Y éste le viene a decir: bastante tengo con reconocer los míos, que son de bulto. Pero lo tiene fácil el periodista: compárese el texto de la sentencia con el alud de artículos publicados sobre los mismos puntos. Ahí está la verdad.
Hay bloques de la entrevista sumamente interesantes. Y punzantes. Porque Pedro J. pregunta sin complejos y Zapatero responde más directo que en ninguna otra ocasión. Como en el Parlamento, se crece cuando le pinchan y se empobrece cuando tiene delante un entrevistador, u oponente, desnatado. Pedro J. utiliza en muchas cuestiones el método de la prensa anglosajona: preguntas cortas, directas y a poder ser con un punto de ironía. Será difíci que, utilizando este sistema, el entrevistado no abadone en alguna ocasión el piloto automático y responda algo de interés. Lo cual es difícil porque el presidente del Gobierno tiene una argucia consumada para escabullirse en las preguntas más complejas y comprometidas. «¿Le molestó que le llamara «aprendiz de brujo»?», pregunta Ramírez por las negociaciones con ETA. Y Zapatero responde: «Hubiera tenido más credibilidad si usted le hubiera llamado eso a Aznar cuando se refirió al Movimiento de Liberación Nacional Vasco». Aquí gana Zapatero, en mi opinión. Pero cuando se le cuestiona por el trato dado a De Juana Chaos, es el periodista quien golpea con precisión: «Si volviera a ponerse en huelga de hambre, ¿qué haría usted ahora?».
Es interesante leer la entrevista entera. Interesante y aleccionadora sobre ciertas cosas. Al presidente del Gobierno, desde sectores en teoría muy cercanos a su política, se le achaca vacuidad y pocas ideas. Como si todo fuera fanfarria o fuegos de artificio. Pero en esta charla deja claro que tiene ciertos principios, con los que se podrá estar o no de acuerdo, pero que aplica con arreglo a su política.
La entrevista, en definitiva, abusa de los temas clásicos que han sido arietes del PP durante esta legislatura. El entrevistador, en ocasiones, más parece un contrincante político que un periodista que realiza una entrevista para extraer información del entrevistado. Esa es la esencia de la entrevista y no otra. ¿Es positivo o no lo que hace Ramírez? Sobre este asunto recuerdo que hace un tiempo le hice una entrevista al obispo de Guadalajara, bastante dura, un diálogo muy sincero, respetuoso pero duro. Algunas personas consideraron que, más que una entrevista, parecía un debate. Escuché esas apreciaciones. No es que me arrepienta, ni mucho menos, pero aprendí la lección. ¿Jugamos limpio o no con el lector? Sin embargo, a estas alturas, y después de leer con atención todo lo que hoy publica El Mundo, me asalta la duda de si lo que quiere la gente es ese tipo de periodistas, más parecidos a lo que practican las cadenas nortamericanas o Gabilondo en España. O, en cambio, lo que prima es el periodista «estrella», donde él es tanto o más importante que la persona que tiene enfrente. Sigo creyendo en lo primero, pero la realidad quizá camina por otros derroteros. Francamente, tengo dudas sobre todo esto.