Tengo un amigo psicólogo (suena a invento para expresar mi opinión, pero es cierto, es psicólogo y se llama Víctor), fiel lector de El País, que está quejoso con los últimos cambios en el diseño de ‘su diario’. Le parece especialmente sangrante el ejercicio de hedonismo del que hacen gala los redactores de este periódico y sus entrevistados en la última página. Al lado del texto y de la foto correspondiente, se añade una nota con el almuerzo o el desayuno detallado, y la cuenta, que suele ser generosa. La de hoy asciende a 201 euros, 100 por cabeza. A mi amigo no le parece mal que los redactores de El País desayunen en el Palace o coman en Zalacaín. Lo que le resulta extraño es que hagan alarde de ello. Que lo aireen. Que lo publiquen. ¡Ellos, un periódico progresista!
Ya le he explicado yo a mi amigo la teoría de la relatividad, aplicada en versión periodística. Pero no se ha quedado satisfecho. Así que vuelvo a la carga replanteándole la relatividad de los precios. Este mediodía he comido en la cafetería Van Gogh, la antigua Galaxia, en Moncloa. Justo el sitio donde hace más de veinte años se gestó el golpe del 23-F (conste que, evidentemente, no he ido allí por eso, sino porque me pillaba de paso). He pedido un menú del día. Y me han cobrado (café incluido) 12,80 €. ¿Les parece caro? Para un día de diario, pienso que sí.
Mi novia, que tiene la desgracia de trabajar cada día en Guadalajara sin vivir allí, no encuentra un sitio para comer decentemente, por un precio moderado, en el centro de esta ciudad. En toda la calle Mayor y aledaños no hay un sólo restaurante medianamente normal, de los que te sirven un primer plato, un segundo, un postre, una bebida y un chusco de pan, y a correr. Y que te cobren 9 euros. Ni uno. Hagan el ejercicio un día de estos, pero lleven la billetera (por si entran a un restaurante más caro) o preparen un bocadillo. A los dos nos gusta mucho ir a restaurantes que merecen la pena, pero hay días en que uno necesita comer sin agobios pero con rapidez, razonablemente bien y barato. No es tan raro. Madrid o Barcelona, incluso Azuqueca, están llenos de este tipo de bares. En Guadalajara no me extraña que el Búho Rojo y pocos más estén cada día llenos. Repasen la oferta y comprobarán por qué.
Así las cosas, no me parece tan caro que un periodista almuerce, trazando una entrevista larga y distendida, por más de 60 euros. Aunque sea de El País. Los progres también comen.