He colgado esta entrevista que le hacen hoy a Plàcid Garcia-Planas, un periodista catalán de La Vanguardia que ha viajado a varios conflictos. Una recomendación: lean su libro estas Navidades.
«Ahora la corresponsalía de guerra es un deporte de masas»
Plàcid Garcia-Planas, redactor de la sección de Internacional de La Vanguardia, ha cubierto para este rotativo la Primera Guerra del Golfo (1990-91), todos los conflictos de los Balcanes (de 19991 a 1999) y la Guerra de Irak (2003). Ahora presenta La revancha del reportero un libro que, lejos de narrar sus vivencias como reportero de guerra, narra sus impresiones como reportero de guerras muertas, etiqueta con la que dice sentirse «mucho más cómodo». Garcia-Planas vuelve donde los que reporteros que le precedieron narraron las dos grandes guerras mundiales, la Guerra del Vietnam o la Guerra Civil. El libro, para sorpresa de su autor, está cosechando éxito entre la literatura de no ficción y se ha colado en el ranking de algunas librerías.
-En el libro encuentra numerosos paralelismos entre las guerras de siglos pasados y las actuales, incluso cita a una alta comisionada de Naciones Unidas que dice que los humanos con el tiempo «hemos aprendido a ser más perversos»…Qué descorazonador…
-Sí, pasa el tiempo pero no aprendemos y vamos repitiendo errores, multiplicándolos, espesándolos…
-¿Podemos llegar a cometer las mismas barbaridades que antaño?
-Sí, sólo hay que darse cuenta de que se están cometiendo. De hecho, sabemos más de matanzas de la Segunda Guerra Mundial, que ocurrieron hace 60 años, que de matanzas que se han producido los últimos 20 años en Sudán, por ejemplo.
-Dice a modo de aforismo, «la última palabra de toda crónica de guerra no la tiene el último disparo. La tiene el tiempo». ¿Qué aporta?
-El tiempo lo acaba marcando todo, guerras y no guerras. Cuando estaba en los Balcanes, cubriendo el conflicto, me di cuenta de que había periodistas de mi mismo periódico que habían cubierto una guerra allí hacia años. Eso hace que te preguntes qué vieron ellos pero, sobre todo, qué palabras habían utilizado para describir lo que veían y qué había ahora después de cien años. Así pasé de corresponsal de guerra, etiqueta con la que me siento muy incómodo, a ser corresponsal de guerras muertas, etiqueta con la que me siento mucho más cómodo. Se ve más lo que ha sido una guerra cincuenta años después que inmediatamente.
-Hablando de la Segunda Guerra Mundial explica que recientemente Francia y Alemania han consensuado libros de texto de historia del «periodo más fácil», es decir, de 1945 en adelante. ¿El tiempo pone las cosas en su sitio?
-Fíjate en la Europa unida, que no tiene fronteras y comparte leyes, franceses y alemanes aún no se han puesto de acuerdo para consensuar unos textos de antes de 1945… Hay guerras justas, guerras injustas, en las que unos son más buenos o menos malos y lo que hace el tiempo es desnudar toda la inutilidad de la guerra de una forma muy cruda, sea justa o injusta. El tiempo en sí es la peor pólvora: despoja de utilidad la absurdidad y el dolor de muchos actos humanos. El tiempo en sí es un misterio y guerra también tiene un punto de misterio, juntando amos tenemos dos misterios.
-Además del tiempo hoy se habla mucho de memoria, incluso algunos de sus personajes la citan, ¿qué papel juega?
-La memoria es otra arma, hay memoria interesada, memoria desinteresada, memoria sana, memoria insana…Más que trabajar con ella yo trabajo con los rastros en el paisaje, en la arquitectura, en la piel de la gente. De muchas de estas guerras ya no queda ni memoria colectiva.
-Como ese payés francés que se encuentra que colecciona toda clase de objetos de la guerra que aparecen al arar la tierra: cascos, balas, fusiles, hebillas y hasta una lata con sardinas dentro.
-Eso no es memoria, es otra cosa para la que aún no he encontrado el nombre. Ese hombre era un personaje fascinante.
-Hay anécdotas mucho más duras. Niños macedonios que juegan sobre un descampado lleno de tumbas de soldados alemanes cuyas lápidas disponen los chavales para convertirlas en porterías…
-Sí, la cuestión es que no se trata de ir a una montaña donde serbios y búlgaros se peleaban por ese territorio y ver cómo los agricultores de la zona usan cascos de la Primera Guerra Mundial como recipientes de pienso para gallinas. Lo más inquietante es ver un agujero en uno de esos cascos tapado para que la comida no salga. Ese agujero es de una bala que un día atravesó ese hierro e hizo explotar el cerebro de un soldado que lo llevaba. Yo sigo este tipo rastros, de situaciones, de postales que más que explicar las cosas, abren nuevos interrogantes.
-¿Reflexiona sin moralinas?
-Sí, no busco ni moralina ni moraleja.
-No hay moraleja pero sí desánimo.
-Más que eso es perplejidad delante del espectáculo de la hecatombe. Perplejo como Sentís en Dachau, pero más perplejo, si cabe, cuando vas cincuenta años después y está convertido en un campo memorial y ves a la gente paseando tranquilamente en bicicleta. Cubres una guerra y piensas, ¿qué habrá aquí dentro de cincuenta años? Un enorme descampado y un lagarto mirándote. Para mí el periodismo es como mandar postales de situaciones.
-¿Qué ha cambiado de las postales de Gaziel, Sentís, Boada o Alcoverro a las actuales?
-Antes la profesión era un oficio con vocación y ahora es una carrera contra el tiempo, contra ese mismo tiempo que yo intento reencontrar. Ahora todo tiene que ser inmediatez, lo más importante es llegar el primero y con tanta velocidad se pierden muchas cosas. Yo intento reivindicar este tiempo para pensar más y el tiempo que dejas entre lo que pasa y el momento en el que lo explicas. Para mí, por ejemplo, los historiadores tienen demasiado tiempo para pensar. Por contra, los periodistas tenemos demasiado poco.
-La imagen del reportero de guerra tienen cierta mitología, cierto romanticismo, ¿por qué?
-Sí. Para mí el buen corresponsal de guerra es el que se mira al espejo y admite los gramos de estupidez que conlleva la profesión. La estupidez que supura del roce entre el ego propio y el dolor ajeno. El bueno es el que admite eso.
-¿Hasta qué punto cree que el reportero o el periodismo puede ser una arma para cambiar la realidad?
-Yo con eso soy bastante escéptico. Pueden cambiar cosas pero es limitado. Estás ahí y te juegas la vida por muchos motivos pero el mayor de todos es la propia gloria. A través de tu propia gloria, la víctima acaba llegando al público. Yo siempre me he sentido incómodo con lo que Reverte llama «la tribu» (referencia a nos cuantos corresponsales de guerra clásicos) la encuentro endogámica, superficial, turística.
-¿Qué es lo que reivindica?
-Yo no reivindico nada, no busco nada ni reclamo ningún ideal. El único ideal que reivindico en periodismo es el de la lucha por la palabra correcta. Evidentemente la objetividad no existe, pero sí existe la honestidad.
-Una lucha muy Flaubertiana…Sorprende al lector de hoy cómo los periodistas se posicionaban con un ejército o una causa…¿Se puede ser objetivo así?
-Tanto José Boada en Melilla como Francisco Carrasco de la Rubia en la Guerra Civil creían que estaban siendo honestos. De la Rubia ha sido el único periodista fusilado en la historia de La Vanguardia. Vuelvo al símil, hay que intentar que el ego propio, el querer hacer la crónica redonda, bordada, beneficie a las víctimas del lado que sea. Yo nunca he sido incrustado (periodista en operaciones militares) y me molesta un poco el disfrace de corresponsal de guerra, son medidas de seguridad pero también hay algo de figurar. A veces hay mucho papanatismo en el mundo de la corresponsalía de guerra, la crónica de guerra es demasiadas veces muy plana.
-A diferencia de los grandes reporteros de hace un siglo.
-Ahora la corresponsalía de guerra es un deporte de masas. En la Primera Guerra del Golfo ya había bastante gente, pero ahora llegan autobuses llenos. Hubo una inflexión en Kosovo, a partir de ahí se ha convertido en un deporte de masas y la cantidad acaba marcando la calidad. Todo el mundo va a los mismos sitios y escribe sobre lo mismo. Cuando entraron los primeros 2.000 soldados de Estados Unidos en Afganistán, había 4.000 periodistas esperando: dos periodistas por cada soldado. Cada vez hay más medios y se tiende a hacer mayor espectáculo. La guerra en sí, siempre lo ha sido (coge el libro y rebusca en sus páginas), Boada en 1893 describe un bombardeo como un «espectáculo imponente» y Gaziel, en la Primera Guerra Mundial, 22 años después, habla de un bombardeo como un «espectáculo magnífico». Ya en 1893 y en 1915 se utilizaba la palabra espectáculo…Ahora, no digamos.
-¿El cartel de PRESS en una guerra hasta que punto es garantía para no ser tiroteado?
-Un corresponsal de guerra es como un torero o un piloto de fórmula 1, está en un sitio de riesgo y puede morir, ya sea por casualidad o por que alguien te dispara aunque seas periodista o precisamente por eso. Parece que se da más ahora que antes, supongo que porque los medios tienen más influencia social, aunque también depende del acceso a los campos de batalla. En toda la Primera Guerra Mundial sólo murieron dos periodistas y estamos hablando de cuatro años de guerra con millones de muertos. Además hoy las guerras son más difuminadas, en países, digamos, menos ordenados. En cualquier caso, los que más se sacrifican son los periodistas locales, esos son los auténticos héroes. Los demás tenemos un punto de pornográfico y turista, ellos no.
-Para acabar, estas imágenes de escenarios en guerra que 20 o 50 años siguen igual nos lleva a la conclusión de que no avanzamos.
-El problema es que nuestra vida es limitada. Podemos transmitir libros y experiencia pero el dolor vivido en la propia carne, eso no se puede transmitir. La experiencia del dolor es única, intransferible y carnal. Ahora ya no hay ningún líder europeo que haya vivido en primera persona la guerra. Puede que volvamos a caer en los mismos errores, sí: bienvenidos a la historia de la humanidad.