«Guadalajara de España», dice Arcadi Espada en su columna de hoy.
Socava
El Mundo
28.11.07
El Mundo socava la democracia, según ha dicho el director del diario El País en una ciudad de Méjico. No es frecuente ni está bien visto que una acusación de este calibre se formule en un país extranjero. Se esgrimen para ello razones patrióticas, que a mí me resultan indiferentes; pero es obvio que en una ciudad remota es más fácil vocear sin réplica. La acusación supone una rara ofensa. Desde que a principios de la transición El Alcázar se rindiera no recuerdo que se le haya llamado golpista a ningún diario en España. Pero el adjetivo no es más que una consecuencia del embrutecimiento lingüístico socialdemócrata. La socialdemocracia española ya no sabe vivir sin fascistas, de un modo sospechosamente parecido a cómo los nacionalistas no sobreviven sin traidores. Esta necesidad provoca que jóvenes delincuentes callejeros se vean repentinamente ennoblecidos con el grotesco apodo de antifascistas. O que los disidentes del apocalipsis climático vean cómo les prenden en la solapa la negra estrella amarilla de negacionistas. Un grave problema es que el desprecio del sentido y estas sombrías maneras liquidacionistas hayan pasado de la sudoración del mítin a las columnas de los periódicos.
No hay periódicos sin democracia, y viceversa (tampoco hay periódicos donde hay hambrunas, y viceversa), y esta ley llega hasta el más ínfimo tabloide. Es improbable que el director de El País desconozca esta regla de dos. Cuando el director de El País acusa a este periódico de trabajar contra la democracia está pensando, probablemente, en la matanza de Madrid. Nadie puede discutirle su derecho a discrepar del discurso central que El Mundo ha mantenido sobre el asunto. Algunos otros también hemos discrepado. Y por cierto: ha sido más de una vez y en propias páginas del periódico socavante. Yo también discrepo con algunos discursos centrales de El País. Y con algunos de sus métodos. Me parece lamentable, por reciente ejemplo, que para tratar de negar una información de otro periódico, El País entreviste por funcionario público interpuesto a un terrorista. Mucho peor: que publique y legitime la palabra del terrorista (se llame De Juana o Henri Parot) sólo cuando secunda sus puntos de vista.
Si a partir de estos ejemplos yo concluyera una tarde, incluso en Guadalajara de España, que El País socava la democracia el público mejor dispuesto se reiría suavemente en mi cara. El periodista Javier Moreno, por el contrario, conoce el grado de la impunidad moral que le protege. Paradójicamente procurada por fascistas (veraci, como le vongole) y su largo hierro infamante sobre España.
(Coda: «La definición del fascismo como fenómeno general, convertido ya en nombre común, suele presentar dificultades». Eduardo Haro Tecglen, Diccionario político, 1995).