El partido de ayer en el Bernabéu, que tuve la desgracia de presenciar en directo, fue un homenaje al mal gusto por el fútbol. No acertaron ni el Madrid ni el Betis, a cual peor. Lo que siempre me llama la atención de ese estadio es la sorprendente frialdad con la que la afición se toma los partidos de su equipo. No hay apenas gritos, ni voces, ni ruidos, ni bocinas, ni casi insultos. No hay ánimos. Si no fuera porque, normalmente, suele jugar rematadamente mal, resulta más divertido ir a ver un partido del Atleti. Por lo menos hay más ambiente.
Lo mejor de ayer, desde luego, los bocatas de jamón que trajo la madre de mi novia. Y una pregunta: ¿quién es la cabeza de chorlito que dijo que había que fichar a un tal Heinze? ¿Quién mandó traer a un desastre con botas llamado Higuaín? ¿Por qué Schuster es tan cabezón con la táctica?
Preguntas insondables en el abismo madridista. Y, pese a todo, somos líderes. El fútbol es el deporte más generoso que existe.