Por razones que no alcanzo a entender, ninguna de las películas españolas que pueden ir a los Oscars se ha estrenado todavía. En cambio, sí está en los cines un bodrio infumable y soporífero que ayer noche me tragué en unos cines de Canillas: Salir pitando. La historia, aburrida, y los actores, mediocres. No me divertí.
Los liberales critican con ahínco la política de «excepción cultural» que tanto defienden los franceses. Aznar, el hombre, considera que «la excepción cultural es el refugio de las culturas que van en retirada». No es para tanto. Lo que sí es cierto es que debería fomentar más la calidad. Es curioso que las mejores películas españolas, las más interesantes, sean producciones que han salido adelante con cuatro duros y al margen del circuito comercial, es decir, las que no son publicitadas en los telediarios. Sin embargo, hay una cantidad importante de películas que, francamente, no dejan bien parado al cine español. Y siguen dependiendo demasiado del dinero oficial. Ahí tienen, si no, a la ínclita Icíar y su alianza con Barreda, aunque he leído a los críticos deshacerse en elogios. Todo depende de los resulados, desde luego, pero está claro que las subvenciones no garantizan nada.
Lo mejor de la película de ayer, la interpretación que hace de sí mismo Manolo Lama. Qué tío. Está en todas partes.