Los buenos vinos
Estábamos cenando el sábado pasado unas gambas y unas chuletas con un Condado de Haza en un restaurante de Guadarrama. Un crianza de 2004, una añada excepcional en Ribera del Duero. Y surgió la conversación de forma natural: ¡qué buenos vinos se hacen en España! Me he acordado de ello después de leer una de las últimas entradas en el blog que Lluís Foix, un extraordinario y mesurado periodista, mantiene en la edición digital de La Vanguardia. «Los buenos vinos nos salvan de la crisis», decía Foix en referencia a los problemas que arrastra Cataluña en otros ámbitos, como la economía o las infraestructuras. La reflexión parece frívola pero a medida que uno avanza en el artículo se da cuenta de que es justo lo contrario. Un país mediterráneo que cuida a sus viñedos, que comercializa bien sus caldos, que innova en la vendimia y que muestra este éxito en los mercados nacionales e internacionales más competitivos no es un país que funcione mal. Al revés, «es propio de un país civilizado», concluye Foix. Creo que lleva toda la razón. Produce alegría y sorpresa comprobar las mejoras impresionantes que han llevado a cabo la mayoría de las denominaciones de origen españolas. Hoy todo el mundo sabe que no sólo puede encontrar excelentes vinos en las etiquetas clásicas o con más renombre como Rioja, Ribera o Albariño, sino también en el Priorat, en el Penedès, en La Mancha o en Somontano, que tiene un Viñas del Vero que quita el sentido. Me he acordado también de todo esto por la Feria del Vino que se ha celebrado en Mondéjar este fin de semana. No fui a cubrirla porque no me tocó trabajar en redacción, pero me ha parecido muy acertada la exaltación que hacía Eusebio Mariscal de unos vinos que, cualitativamente, aún les queda mucho camino por recorrer. La competencia es enorme, pero Mariscal dijo: «hay que defender nuestros vinos a capa y espada». Es un poco racial la arenga pero en otros lugares se ha demostrado eficaz. Los vinos del campo de Tarragona eran hace diez o quince años reducto de payeses y agricultores, de aquello que los franceses llaman «vino de mesa», despectivamente. Ahora se pagan a precio de oro en las enotecas de Nueva York. Incluso Ribera, antes de que el bodeguero Alejandro Fernández pariera su monumental Pesquera, no era más que el oasis de Vega Sicilia. No es lo mismo la tierra del Alto Duero que la Alcarria Baja, pero Mondéjar hace muy bien en creer en sus vinos. En todo caso, su fe no servirá de mucho si no profundiza en la mejora del tratamiento de la uva, en el gusto por la calidad y no tanto en la producción.