Tengo un amigo en el diario La Nueva España de Asturias que hoy ha publicado su primer artículo. Está el hombre que no cabe en sí mismo de euforia. El primer artículo es como el primer polvo: no sale perfecto pero resulta imposible de olvidar. El primer artículo produce una mezcla de vértigo, emoción y alegría. Y yo me alegro por la gente buena que se lo curra y alcanza sus objetivos. Hay becarios que no miran el tiempo ni las condiciones y otros que se apean a las primeras de cambio. Una cosa es querer ser periodista y otra muy distinta ponerse a trabajar para conseguirlo.
Mi amigo ha escrito sobre un concurso de castillos de arena en la playa de Gijón (www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pNumEjemplar=1687&pIdSeccion=73&pIdNoticia=536291). La evolución que nos piden los directores de los periódicos es la siguiente: empezamos a hablar de las fiestas y de las cosas propias del verano y luego nos lanzan a la política, como si lo segundo interesara más al lector que lo primero. Un error. Hace poco, una compañera me decía que los comentarios en su digital le permitían orientarse sobre los intereses de sus lectores. Cierto. Pero luego acabamos hablando de Barreda, de sus consejeros y hasta de Jaime Carnicero. Lo hacemos todos, caemos todos en esa equivocación. No es que no haya que hablar de todo eso. La pregunta si es necesario hablar tanto.
Precisamente, escribo estas líneas escuchando el debate entre Zapatero y Rajoy. Éste le ha reprochado al presidente del Gobierno que utilice un debate sobre el estado de la nación «para hablar cosas de subsecretario», en referencia a cuestiones sociales, de familia o de empleo. ¿Pero qué cree el señor Rajoy que interesa a la gente? ¿Su proyecto político, como él pregona, o lo que toca a pie de calle?
Y entonces llegamos a lo de Fuller: «Nacemos llorando, vivimos quejándonos y morimos desilusionados».