La victoria del optimismo legítimo
Causa mucha tristeza y mucha pena, al menos para el ciudadano de a pie, la moderada alegría con la que se han tomado la ruptura del alto el fuego de ETA algunos dirigentes del Partido Popular y algunos de sus corifeos mediáticos más insignes. Causa tristeza y pena, ciertamente. No creo que la actitud de la derecha española pueda homologarse a la derecha de los «tories» ingleses. Allí, cuando el proceso de paz en el Ulster flojeaba, apoyaban a Blair y su Gobierno. Aquí no. Aquí se le exige al presidente del Gobierno, que según la Constitución tiene la obligación de dirigir la política antiterrorista, que «rectifique», o lo que es lo mismo, que haga lo que la oposición desea, no los ciudadanos que le han otorgado la mayoría.
Causa tristeza y pena, mucha pena. Porque dice bastante de la clase de país que somos y de la calaña de muchos de sus habitantes. Nadie cuestionó a Aznar ni a su Gobierno cuando se produjo el atentado del 11-M (fue después, fruto de una desastrosa gestión de la crisis). Nadie cuestionó a Aznar y a su Gobierno cuando ETA rompió la penúltima tregua. Ahora, sin embargo, todo el mundo realiza especulaciones indecentes con la figura de Zapatero y de sus ministros, sobre todo con Rubalcaba.
Causa tristeza y pena la utilización torticera y despiadada que está haciendo el PP con la sangre que provoca ETA. Tampoco entiendo por qué muchas personas le reprochan al presidente del Gobierno su intento de buscar una salida. ¿Qué pasa, que porque no lo hayan logrado sus antecesores él no podía intentarlo? No entiendo la lógica que defienden algunos políticos y periodistas. No entiendo qué quieren que haga un presidente del Gobierno.
Las críticas lacerantes del principal partido de la oposición son una pena. Tienen muchas cosas con las que criticar a Zapatero en su política antiterrorista. Quizá pecó de ingenuo. Quizá está siguiendo demasiado el guión de la hoja de ruta que ha copiado de Blair. Quizá se fió demasiado de algunos de los que tiene alrededor. Quizá no entendió la ilógica filoterrorista del entorno de la banda armada. Quizá. Pero lo que no logro meterme en la cabeza es por qué algunos (muchos) políticos, periodistas y ciudadanos de este país le echan en cara a Zapatero, con insultos, con insinuaciones, con barbaridades, que haya intentado alcanzar el final de ETA. Nadie entiende en Europa (invito a leer los editoriales de hoy de la prensa francesa, por ejemplo) que un jefe de Gobierno tenga oposición en el seno de la élite política y mediática de su país por intentar legítimamente, sólo por intentar, extirpar el mayor cáncer que lastra nuestra democracia.