REPORTERO EN BAGDAD
En la guerra del Golfo de 1991 murieron cuatro periodistas, nueve en la de Afganistán, 27 en el conflicto de Chechenia y 13 en la de Irak, a pesar de que “tan sólo” duró 21 días. Desde 1990 hasta la fecha un total de 270 han perdido la vida en zonas de guerra. Uno de los supervivientes, Francisco Peregil, pasó con rapidez de reunir en una misma mesa al alcalde de Guadalajara y al presidente de la Junta de Castilla-La Mancha para una página de política en El País, a aceptar el reto propuesto por este diario de cubrir la última guerra del imperio. El resultado se materializa en decenas de crónicas de una factura exquisita y en la publicación de “Reportero en Bagdad. Historia de una guerra polémica”.
Más que la historia de la guerra, lo que el autor narra en sus casi doscientas páginas es la intrahistoria de la misma, especialmente la que vivieron sus compañeros de profesión y él mismo en los hoteles en los que se hospedaron, las calles que transitaron y los hospitales que visitaron. El estilo que utiliza es sencillo. Se resume en el axioma de los clásicos: sujeto, verbo y predicado. Contar lo que se ve, aunque ya decía Josep Pla que “describir es más difícil que opinar”. Peregil describe con ternura y realismo la estampa de Bagdad antes, durante y después de la ofensiva aliada. Y lo hace en tercera persona (recurso estilístico eficaz para no caer en la egolatría), y acercándose a los auténticos protagonistas, la gente del pueblo. A escuchar sus historias para contar a la gente sencilla “lo que la gente sencilla siente cuando los tanques avanzan”.
Peregil es primerizo en la corresponsalía de una guerra. En los once capítulos del libro relata su experiencia con la ilusión y las dudas de un novato. Comienza aceptando que “por nada del mundo merece la pena arriesgar la vida” y que “después de dos semanas de barro, sangre, bombas y balas en el frente iraquí con los marines, nuestro corresponsal pidió regresar a casa”. Una mezcla de interés informativo, de optimismo (piensan que nunca les va a alcanzar un disparo) y de vanidad (en dosis moderadas necesaria para salir adelante en cualquier actividad profesional), conforman la sustancia del reportero de guerra. Esto hace que en una ciudad abrasada por la metralla, los diplomáticos y políticos salgan en estampida mientras los periodistas se quedan. Nada menos que 25 periodistas españoles vivieron la guerra de Irak desde dentro, la mayoría alojados en el hotel Palestina, el lugar donde fueron asesinados impunemente por un tanque norteamericano el cámara de Telecinco José Couso y un compañero de la agencia Reuters. El autor narra todas sus vivencias. Analiza el comportamiento de la Prensa, de las tropas ocupantes, de los lacayos de Sadam y concluye con la feliz noticia de la concesión del premio Ortega y Gasset a toda la “tribu” desplazada a Bagdad. “Hay una clase periodística madura” (Josemi Aizpiroz, Cope). “Hemos dado una lección de independencia y rigor” (Ángela Rodicio, TVE). “Es un premio a un compañerismo que ha primado entre nosotros” (Fran Sevilla, Radio Nacional). “No nos hemos creído lo que nos contaban ni los del Pentágono ni los iraquíes” (Vicente Montagut, Canal 9). Pero, al cabo de miles de muertos, Peregil contempla la probabilidad de acudir a una próxima guerra. “Y ¿entonces? Pues cogerás la guitarra, el chaleco antibalas, la máscara antigás, el botiquín, las pastillas potabilizadoras, los bolígrafos Bic, el teléfono satélite y procurarás contar de nuevo lo que veas”.