Acabo de levantarme. Puede que sólo el nacimiento de un hijo, por lo que me cuentan los que lo han vivido, produzca una emoción mayor que tu equipo marque en el último segundo del tiempo de descuento del último partido de la última jornada de Liga el gol que le permita seguir entre la élite. No sabía si llorar de emoción o de rabia. Pero lloré, coño, lloré. Y me puse a sudar como un pollo después de estar diez minutos en Segunda. Después me tomé unos pelotazos a la salud de las lágrimas de los 50.000 pericos que ayer llenaron Montjuic, de Lo Pelat, de Tamudo, de Zabaleta, de Posse, de Poche (ver a los argentinos llorar no tiene precio), de Jarque, de Lotina. Y también de Coro, que es un chico de Banyoles que representa el orgullo de la mejor cantera de España y de un sentimiento del que nadie, ni siquiera los que son del Atleti, pueden ni imaginar.