La trinidad que no existe
Mantener una comunicación por internet tiene un defecto insoslayable: impide el contacto físico y la visualización en carne y hueso de la persona a la que te diriges. Sin embargo, ostenta una virtud que muy pocos medios de difusión pueden esgrimir: la capacidad de acercarse a seres que están a cientos de kilómetros y con los que, de otra forma, jamás entrarías en canal.
Acaba de enviarme un correo Óscar Rodríguez. Es un periodista catalán, de Granollers. Me felicita por este blog y yo hago lo mismo con el suyo, que es excelente. Lean si no: http://diariodeunjovenperiodista.blogspot.com
Hablar de la televisión con un sentido crítico, constructivo, es un ‘rara avis’. Los análisis serios y rigurosos brillan por su ausencia. Sin embargo, no por ello la televisión rebaja su brutal capacidad para influir en el pensamiento y el comportamiento de la gente. “Lo que no sale en la tele, no existe”, reza un adagio popular. No sé si es cierto, lo que tengo claro es que la manida trinidad en la que se asienta los objetivos básicos de la televisión (informar, educar y entretener), parece inexistente. El primer objetivo está gangrenado por las presiones políticos y los excesos comerciales; el segundo sencillamente resulta inverosímil y el tercero está condenado, al menos en España, a la estulticia de los programas vacíos y putrefactos. ¿Informó Televisión Española desde el 11 hasta el 14-M? ¿Educó Telecinco manteniendo en su parrilla a Crónicas Marcianas? ¿Entretuvo Nieves Herrero y su psicodrama con las niñas asesinadas en Alcàsser? Evidentemente, no. Informa la radio, las agencias tal vez. Creo que la televisión (ahí tienen el informativo conducido por Gabilondo) se reserva cada vez más para la imagen y el análisis, igual que la prensa escrita. Educan las escuelas y los padres. Y entretienen, si acaso, las películas, el deporte o las series de ficción. Aunque esto también es muy subjetivo, claro.
A pesar de este triste panorama, estoy de acuerdo en que las excepciones son brillantes. La televisión pública británica, la prestigiosa BBC, acaba de darnos una clase magistral a todos juntando en torno a una mesa, delante de varias cámaras y con el apoyo moderador de un reverendo, a víctimas y verdugos del conflicto norirlandés. El experimento salió bien: no hubo gritos ni chabacanería. Hubo diálogo, llanto. Y hubo, sobre todo, arrepentimiento y perdón. Fue una lección de servicio público desde el periodismo, no desde el espectáculo televisado. Se pregunta Óscar en su blog si algo así sería posible en nuestro país. La respuesta asusta.
Tampoco sé si sería posible un episodio como la espantada de Berlusconi a la periodista de la RAI que le estaba entrevistando. Ella dijo que el suceso demostraba que el presidente italiano no sabe tratar a los periodistas. Gregorio Morán, en su último artículo en La Vanguardia, la tilda de “imbécil” y dice que es al revés, que somos nosotros, los periodistas, los que no nos damos cuenta de que esa es la forma que tiene el poder de tratarnos. La reflexión es provocativa y brillante, aunque no sé si precisa. No veo que nadie se comporte como Berlusconi en Europa. Las preguntas de Lucia Annunziata, que así se llama la entrevistadora, no sé si fueron estériles porque no vi el programa. Lo que sé es que fueron incómodas para un señor acostumbrado a manejar a su antojo la información y a los informadores. Pues bien, a pesar de este ejercicio de independencia, tan sano, tan extraño, resulta que luego los palos se los lleva ella. Me pregunto qué debería haber hecho: ¿dejarse llevar por la senda del magnate? ¿Plantear la entrevista como las que hacía Urdaci a Aznar? Y de nuevo: ¿algo así sería posible en nuestro país?