Que el cabo de la Guardia Civil en Condemios ponga una denuncia al subdelegado del Gobierno me parece kafkiano, pero es fruto del clima adusto y alejado que emanan las cosas en la Sierra. Da la sensación, por el comportamiento de determinados sujetos, que Guadalajara no va con ellos. Lo que es normal en la Sierra, es anormal en otros lugares. Puede que responda a cuestiones ancestrales o antropológicas, no lo sé. En cualquier caso el tema del cabo está bastante claro: su actitud desde que llegó no ha sido la más adecuada. Mantiene una relación distante con los alcaldes, vive a más de treinta kilómetros de la zona (con lo que supone esto en invierno, aunque también es verdad que el cuartel está hecho una pena) y ha mostrado gestos públicos propios de un persona altanera, no de alguien que representa al cuerpo benemérito.
Durante la Semana Santa y el verano del año pasado montó varios líos, al menos en Galve: multaba a las señoras mayores que paseaban por la carretera sin el chaleco reflectante; multaba a los que iban en coche sin cinturón en trayectos irrisorios dentro del casco del pueblo; se parapetaba detrás de la primera curva a la salida del pueblo para pillar a los conductores despistados e incluso llegó a acumular un reguero de coches enfrente del hostal para multarlos a todos por diferentes motivos. A los alcaldes, hartos de las quejas de la gente, se les hincharon las narices y convocaron una reunión en Galve con el subdelegado y el teniente Bachiller. Una cosa es aplicar las reglas y otra cosa es buscar broncas y montar escándalos en pueblos tranquilos. Así que no me extraña que a este señor le hayan apartado el arma por tener «una conducta emocional extraña». Las declaraciones a La Tribuna de Juan Pablo Herranz ignoro si serán constitutivas de delito. De lo que estoy seguro es que el cabo de Condemios no es precisamente un ejemplo a seguir, y llueve sobre mojado en la sierra porque la situación -repito- se arrastra desde hace más de un año.