Rodríguez Zapatero viajó el domingo pasado hasta Barcelona para asistir a una reunión interna de los socialistas catalanes. Estuvo toda la mañana hablando y escuchando los discursos de sus «compañeros». Después, a mediodía, desapareció. Y la prensa se quedó a dos velas. Y Maragall también. El presidente se fue a comer con unos amigos, según dijo, ajenos a la política. Algunos han criticado este hecho. Sin embargo, supongo que a otras personas, entre las que me incluyo, les produce una tranquilidad bastante agradable que el presidente pueda aparcar su trabajo durante dos horas, como cualquier español un domingo a la hora del telediario. Creo que hay que desconfiar por sistema de aquellos políticos, e incluso de aquellos periodistas, cuyo núcleo de amistades se reduce a su profesión.