Dos ejemplos en los que, humildemente, pienso que la opinión prima sobre la información sin advertírselo al lector:
Primer ejemplo: en un periódico nacional, titular en portada a cuatro columnas: «Por primera vez en democracia un órgano político sentencia a un medio informativo». Se refiere al informe del Consejo Audiovisual de Cataluña que advierte de los excesos de la cadena Cope. No es un tribunal, no hay ninguna sentencia, pero el periódico en cuestión emite un comentario fruto de una noticia tergiversada. Y encima lo lleva a su primera.
Segundo ejemplo: en otro periódico de ámbito nacional se publica una entrevista con la madre de uno de los fallecidos en el incendio de Guadalajara. Una de las preguntas es formulada de la siguiente manera: «¿Cómo les ha sentado que el presidente del Gobierno se haya desplazado a Afganistán para tributar un homenaje a los 17 fallecidos en el accidente del helicóptero y no tenga previsto hacer algo similar con las víctimas de Guadalajara?». Voy a ejercer de gallego y sugiero otra pregunta: ¿no hubiese sido más imparcial y riguroso hacer la pregunta, por ejemplo, interesándose por la actitud del presidente del Gobierno, sin más, sin hacer ningún tipo de juicio de valor?
«Yo comparto la idea de Hannah Arendt de que no existe libertad de opinión si no se sabe mantener la diferencia entre hechos y opiniones». (Alain Finkielkraut, París, 18-12-05).