El editorial del último número de la revista The Economist dice que el ejército de EE.UU. debería retirarse de Irak «si el Gobierno iraquí se lo pidiese formalmente». ¿El Gobierno iraquí? ¿Cuál? ¿Aquél que tutela la propia Casa Blanca, a pesar de las últimas elecciones? Lo que más me sorprende de esta posguerra no son los insurgentes, ni el descontento suní, que parece algo lógico tal como se han desarrollado los acontecimientos. Para mí lo más sorprendente es la indiferencia y la desidia del pueblo estadounidense, primero, ante el sufrimiento de la nación invadida, y segundo, ante la inoperancia, la estupidez y la falta de talento de su propio Gobierno y sobre todo del presidente federal. La misma nación que condenó a Kennedy por una guerra caprichosa, la misma nación que se cargó a Nixon después del Watergate, la misma nación que apoyó el impeachment a Clinton por una felación en el despacho oval, es la que ahora se muestra condescendiente con la sangre de sus propios soldados -más de 10.000 muertos- y con la calamidad del hijo de Bush. Juro que no lo entiendo.