Estatut
Qué lata, pero qué lata están dando los francotiradores de la Constitución con el Estatuto catalán. Me produce bastante lástima la imagen pública que se está transmitiendo de la tierra donde mi padre, que es un catalán de Galve de Sorbe, lleva toda la vida pagando impuestos. El otro día, durante una comida, escuchaba decir a un importante cargo público alcarreño: “no esperéis nada de los catalanes, nunca han sido solidarios”. Los números contradicen esta falacia. Cataluña lleva muchos años siendo el gran pagano del desarrollo estatal. Bastante más que las comunidades autónomas que disfrutan de un régimen foral y ya no digamos aquellas que todavía están en los límites del subdesarrollo europeo. Los hay que se quejan de la palabra nación. ¿No será que es una excusa para evitar que los nacionalistas revelen las balanzas fiscales?. Desde un punto de vista jurídico, no me atrevo a juzgar el nuevo Estatut. Doctores tiene el Tribunal Constitucional, y serán ellos, y sólo ellos, y no Acebes y Zaplana, ni Barreda pactando con el PP, quienes digan si traspasa los límites de la Carta Magna. Políticamente, no se me ocurre mejor cosa que respetar el procedimiento previsto. El proyecto viene avalado por el 90% del Parlamento catalán, así que poco o nada tiene que ver con el plan Ibarretxe. ¿Recuerdan? Aquella fiera que se iba a cargar la piel de toro y al final acabó engullido por la sonrisa de Zapatero. Pese a todo, los legionarios de la patria intentan meter miedo con la desintegración de España, España, España. Y yo creo que no es para tanto. No me inquieta en absoluto que algunos españoles no se sientan españoles. Ni que lo expresen con claridad. Ni tampoco que sus ideas se aprueben o rechacen allí donde reside la soberanía de todos. ¿Creemos o no creemos en la democracia?