Periodistas

6 mayo 2005

Javier Reverte, periodista, escritor y viajero

«Viajar acaba con los dogmas que arrastramos a lo largo de la vida»

Revista Consumer, Nº 24 Julio-Agosto 1999

Javier Martínez Reverte es un periodista y escritor de dilatada carrera, que precisamente este inicio de verano ha puesto en circulación en Alfaguara su última novela Todos los sueños del mundo, un viaje urbano por Madrid. Javier Reverte lleva viajando muchos años, conociendo gentes y paisajes y plasmando todas sus experiencias tanto en libros y novelas, (por ejemplo, la trilogía que se desarrolla en Centroamérica: Los dioses debajo de la lluvia, El aroma del copal y El hombre de la guerra) como en literatura de viajes, con su fascinante visión del continente negro: El sueño de África y Vagabundo en África.

Para Javier Reverte el viajar es huir de la monotonía y conocer gentes y paisajes. La fascinación del viaje le viene desde niño, cuando las novelas y películas de aventuras le cautivaron para siempre con esas tierras de hombres, de colores y de sabores. El lector, junto a Reverte se siente navegar por falúas omaníes en el Indico o remontando el río Congo en una temible noche en que los militares acechan.

¿Qué fuerza interior nos impulsa a viajar?

Mucha gente piensa que un viaje se realiza para huir de algo, y yo mantengo esa teoría. Uno huye de la monotonía, del estancamiento de la vida cotidiana. Ya lo decía el escritor inglés Graham Greene «Escribir un libro o viajar permiten huir de la rutina diaria, del miedo al futuro». Coincido plenamente con él. La otra causa que nos impulsa a viajar es el conocimiento de gentes, paisajes, países y monumentos. La curiosidad y el saber son el motor de muchos viajeros, entre los que me cuento. Lo ideal sería conjugar las dos cosas, abandonar la monotonía cotidiana y el intercambiar experiencias con gentes de otras culturas que ven la vida de forma diferente a tí. Viajar amplía mucho el horizonte de miras y cuando viajas mucho vas acabando con los dogmas que has arrastrado durante años.

¿Cuál es la diferencia entre un viajero y un turista?

La principal diferencia es el tiempo. El viajero viaja con más tiempo, no está encajonado por una fecha de vuelta, cosa que se si pasa al turista. Otra diferencia es que el viajero no tiene planificada la ruta detalladamente y se abandona a los caprichos del azar. El turista ya tiene un programa hecho en un tiempo concreto y sabe de antemano lo que va a ver. El viajero busca lo que no imagina. De todas formas yo siento un gran respeto por los turistas porque por lo menos salen a ver que pasa por el mundo y rompen con la monotonía.

¿Qué sensación le produce el ver que hay turistas fotografiándolo todo a todas horas?

Yo viajo siempre con una cámara fotográfica, pero no la utilizo en demasía. Me gusta recoger momentos que luego pueden completar mis reportajes o libros de viajes. Por ejemplo, las dos portadas de mis libros sobre África son mías. En cuanto al turista fotógrafo o videómano pienso que muchos ven los países a través del encuadre de un visor y luego ya en casa se enteran de lo que había allá por la sabana. Otros turistas realizan el viaje basándose en las compras, y adquieren todo lo que encuentran a su paso, una forma de viajar también muy respetable, como la de los turistas que fotografían todo.

¿Cuáles son los pros y los contras de viajar en solitario?

Para mí viajar solo no tiene nada en contra. Es mucho mejor viajar solo. Incluso en situaciones de previsible peligro, si vas en grupo siempre hay más posibilidades de que se líe más el asunto. El viaje en solitario te proporciona una sensación enorme de libertad, simplemente el decidir lo que vas a hacer ese día o esa noche sin tener que llegar a un consenso con nadie. De verdad que es muy gratificante. Además si viajas, como yo, con la intención posterior de transcribir esas experiencias en libros es fundamental hacerlo sin compañía. Por ejemplo, esa necesidad de comunicarte con la gente de los países por los que atraviesas nace de esa soledad del viajero escritor que ha decidido libremente con quién y de qué hablar.

Me imagino que decide realizar un viaje para convertir esa experiencia en lo que se denomina literatura de viajes. ¿Cómo se realiza la transición de viajero al escritor?

Mis viajes siempre los hago siempre con un cuaderno de notas, en él apunto ideas mientras las personas se acercan curiosas y comienzan a contarme cosas y a enriquecer ese cuaderno. Ya no sé si viajo para escribir o escribo para viajar, no puedo hacer una cosa sin la otra. Escribir es como detener, mejor dicho, ralentizar el tiempo, como el viajar, ya en su tiempo lo apuntó Graham Greene «Viajar detiene el tiempo». Antes de iniciar un viaje me documento y leo mucho sobre la zona, luego ya in situ tomo las notas en el cuaderno, por las noches paso las notas a un bloc más grande e incluyo las reflexiones del día. En España, retomo esas anotaciones y las doto de ese estilo literario que ayuda a conformar un libro.

¿De dónde le viene la llamada de África?

Con los continentes y los países te encaprichas, y los amas igual que a las mujeres. Nadie sabe muy bien por qué. Antes de ir a África, pasé mucho tiempo en Centroamérica enviando reportajes periodísticos. En aquel periodo convulso de guerras y guerrillas, me cautivó el calor de sus gentes y el nulo valor que se daba a la vida. Se vivía al borde del abismo, a un paso de la muerte. La fascinación por África me viene de la infancia; yo creo, como Hemingway, que África nos devuelve a la niñez. Es el continente literario por excelencia, muchas aventuras que leí de niño y que Hollywood las trasladó al cine sucedían en África, por eso yo soñaba con ir allí. En mi libro Vagabundo en África he seguido la estela de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, cursando el río Congo. Hay una verdad que es vieja en literatura: la imaginación es una forma creativa de ordenar la experiencia, y es también maestra de la vida y del arte. Y África es la prueba de esa verdad literaria.

A muchos turistas y viajeros les molesta esa sensación de agobio de llegar a un país subdesarrollado y encontrarte con que todo el mundo te pide algo. ¿Qué cree que se debe hacer, ser dadivoso o negarse a dar “limosna” para no fomentar la mendicidad?

Eso pasa sobre todo en lugares muy turísticos. Por donde viajo, yo no suelo tener grandes problemas de agobio. Con estas personas siempre tengo una actitud de cortesía, ya que ellos son gentiles conmigo. Normalmente, sólo les interesa saber de dónde vienes y cómo es la vida en tu país. Yo les doy algo de dinero o tabaco, y cuando creo que es suficiente les digo que no tengo más; ahora bien, es verdad que no es lo mismo salvar la curiosidad de los lugareños en la selva tanzana que el enjambre de personajes que pululan a tu alrededor en el zoco de Rabat.

¿Para descubrir esos mundo recónditos a los que acude el escritor viajero, son útiles los libros de guías o es mejor llevar libros de viaje alusivos a las zonas a recorrer?

Por lo general, las guías tiene una duración de dos años, por lo que su información caduca rápidamente. En países africanos, las informaciones sobre aduanas, rutas y otras cuestiones fundamentales pueden cambiar de la noche a la mañana. Una guerra o una catástrofe natural lo transforma todo. Yo leo las guías en casa y tomo nota de datos fundamentales y me llevo literatura de viajes que describen reflexiones y el alma de esos parajes. Ahora mismo, estoy preparando un libro sobre Grecia y Turquía y me he interesado en saber como las descubrió y sintió Henry Miller hace muchos años.

¿Qué tipo de literatura de viajes recomendaría a los lectores de CONSUMER para que éstos puedan viajar con su imaginación?

Hay muchos libros de viajes que me han aportado mucho. Pero si he de señalar algunos me inclinaría por El coloso de Maroussi de Henry Miller; Viaje al Congo de André Gide; Vía de escape, de Graham Greene y cualquiera de Manu Leguineche, un artista en este tipo de género, por ejemplo: El camino más corto.