Ahora que el Ebro ha saltado al primer plano por las crecidas en su curso medio (repito para perforantes que insisten con la aberración del trasvase derogado: en su curso medio, no en la desembocadura) recomiendo este estupendo y emotivo libro de Virginia Mendoza: Detendrán mi río (Libros del KO).
Virginia es una manchega que vive en Zaragoza y que se ha pateado los pueblos del Cáucaso como especialista de antropología social. Forma parte de la generación literaria que ha puesto el foco en el declive demográfico y cultural del medio rural en España. El libro que traigo aquí es una crónica de la desaparición de la huerta de Cauvaca por la construcción de varios embalses en la zona de Caspe, Zaragoza. Pero, en realidad, es mucho más que eso. Las vivencias personales recopiladas en este lugar sirven de hilo conductor para trazar una crónica del desgarro producido en cientos de comarcas españolas como consecuencia de una planificación hidrológica que priorizaba atender la demanda de las grandes ciudades en materia de energía hidroeléctrica frente a la conservación de pueblos, paisajes, costumbres y, en definitiva, de todos aquellos aspectos etnográficos que dan sentido a la cultura rural. Su idea era hacer una segunda parte de Quién te cerrará los ojos (un libro deslumbrante), pero orientada a los pueblos sumergidos de España. Lo que le convenció para centrarse en Caspe fue el testimonio de Mercedes Sanz. A través del mismo hilvana todas las historias que relata en este volumen, amplificadas en el mapa-reportaje elaborado por la propia autora y disponible a través de un código QR. Detendrán mi río es un proyecto vivo que tiene continuidad en la página web detendranmirio.com
España es el país de la UE con más grandes presas y el quinto del mundo. Alrededor de 500 pueblos e incontables núcleos habitados –como la huerta que protagoniza el libro- fueron engullidos por el agua. Son cifras que aporta la autora aunque no existe una estadística oficial porque al Estado nunca le ha interesado llevar la cuenta. Pedro Arrojo, veterano del conservacionismo, ha calificado esta salvaje política de “hidrocausto silencioso”. Comenzó ejecutándose en aras del regeneracionismo y la necesidad de reformar las infraestructuras agrarias de abastecimiento y terminó siendo explotada como un fin lucrativo de banqueros como March y buena parte de la oligarquía franquista. Oligarquía, por cierto, cuyos descendientes se sientan hoy en los consejos de administración de los gigantes eléctricos que han convertido el precio de la luz en un privilegio de clase. Pero esa es otra historia.
En este caso, es interesante subrayar el impacto que tuvo todo esto a la hora de acelerar el abandono de las áreas rurales. “Nadie quiere llamar ruina a la que fue su casa. Nadie ve escombros, barro, decrepitud en los lugares en los que creció”, escribe Virginia sobre los supervivientes que tuvieron que cargar con la losa de ver su patria chica laminada. Lo dice para reflejar la importancia del agua en la vertebración de la cultura aragonesa, pero puede extrapolarse al conjunto de las dos mesetas y buena parte de la cornisa cantábrica. La vorágine hidráulica llevó a levantar proyectos faraónicos. Toneladas de hormigón taparon expropiaciones forzosas, a veces violentas, y el ocaso de caseríos enteros, de valles y de modos de vida. Este libro constituye un estallido de memoria a partir del desarraigo provocado por las pérdidas sufridas por tantos vecinos de pueblos que ya han desaparecido de la geografía, pero también por la llegada de pantaneros, esto es, los trabajadores que se desplazaban hasta estos lugares –Caspe, Mequinenza, Flix, etc.- para ser empleados en la construcción de grandes embalses. Son lo que la autora llama con toda razón los “hijos de la ENHER”, la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana, con sede en Barcelona. Porque el devoro del campo tuvo responsables y también beneficiarios, y conviene señalarlos con nombres y apellidos.
Abusar del victimismo puede conducir a la melancolía, pero negar que subyacen causas políticas en la despoblación que exceden a la pura tendencia de los movimientos migratorios supone un acto de ignorancia imperdonable por parte de determinados autores que se empeñan en considerar el éxodo rural un hecho inexorable. La investigación de Virginia demuestra qué pasó en realidad: pueblos anegados, huertas arrasadas, cultivos destrozados, familias desplazadas y expulsadas de sus lugares de residencia. El franquismo hizo desaparecer un mundo para hacer emerger otro diferente. Entre las causas figura una política del hormigón que aún hoy algunos se empeñan en reivindicar, y me remito de nuevo a quienes aprovechan las riadas en Navarra, La Rioja y Aragón en pleno 2021 y con la crisis climática desbocada para resucitar la quimera del trasvase del Ebro, que Dios lo tenga en su gloria.
Hay en Detendrán mi río un esfuerzo notable por cultivar el periodismo narrativo y también por recoger el léxico del terruño: almud, pontón, cierzo, pernera, zoqueta, tinaja, medieros, esguaz, espuertas, matancía, tajuela, llosa, sosa, desgallarofando, filandón, fiadeiro, trasnocho, carburero, latencia, dalle, bacía, cedazo, picarazas, picapuercos, feraz, zahorí, ataguías, barreno, meandro, galacho. Los libros de Virginia Mendoza dan fe de la pérdida irreparable que acarrea la extinción de la cultura rural.