REPORTAJE

Una escuela zen en Brihuega para profundizar en el “hondón del alma”

La religiosa Ana María Schlüter puso en marcha hace veinte años la Escuela Zendo Betania en Brihuega El zen es una tradición espiritual de origen budista que no excluye a ninguna confesión Más de mil personas pasan por este centro, que pretende “ayudar al ser humano a reencontrar sus propias raíces”
A finales de diciembre comenzó el último curso de la Escuela Zen de Brihuega. Se trata de un lugar donde lo principal es el silencio. Una reunión de personas de diferentes credos en la que se practica zen, una tradición espiritual de origen budista, en un marco occidental y cristiano. Ana María Schlüter, una monja de 72 años que decidió abrir esta escuela hace dos décadas, explica que la anima “el deseo de ayudar al ser humano de nuestro tiempo a reencontrar sus propias raíces profundas”. Más de mil personas pasan anualmente por esta escuela, enclavada en la carretera de Masegoso y donde las vistas del Tajuña ayudan a desintoxicarse del ruido de nuestro tiempo.
Nueva Alcarria, 12.01.08
Raúl Conde. BRIHUEGA

La Escuela Zendo Betania se ubica en unos riscos de la carretera de Masegoso, nada más salir de Brihuega. Tiene unas vistas del valle del Tajuña imponentes. Incluso cuando el día amanece nublado y lluvioso, la vista continúa siendo excepcional. El lugar pretende emanar paz, quietud y contacto con la naturaleza. Y lo consigue nada más llegar. No hace falta imbuirse de ningún espíritu. El paisaje hace entrar al espíritu. En la pared de una de las casas que conforman esta escuela hay colgado un cuadro con una cita del Quijote: “Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera”.

El centro se llama Zendo, que significa sala del zen, y Betania porque la congregación a la que pertenece su alma mater recibe el nombre de “Mujeres de Betania”. Ana María Schlüter, una religiosa que nació en Barcelona hace 72 años, es una mujer extremadamente culta, que habla español, catalán y alemán entre otras lenguas, estudiosa y lectora voraz. Una excelente conversadora que escucha a su interlocutor pacientemente y medita sus respuestas. Es una persona sencilla. Vive sola. “Sola no, tengo dos perros mastines”, matiza. Sin embargo, irradia simpatía y una especial habilidad para relacionarse.

En 1986, Ana María Schlüter viajó hasta Brihuega para ver qué servicios tenía el pueblo. “Si viene gente a los cursos tienes que tener servicios y tiendas”, razona. La escuela empezó adquiriendo una finca en la carretera de Masegoso. Pagó a 100 pesetas el metro cuadrado. “No teníamos nada de nada, pudimos tirar adelante porque todo el mundo colaboró mucho y ya había grupos en la península de zen y entre todos, les propuso que valía la pena crear un centro propio, donde no tendríamos que irnos a los cuatro días de terminar un curso, y además con el estilo zen de aquí”, matiza. Veinte años después, está contenta de haber elegido Brihuega y un emplazamiento geográfico privilegiado, con unas vistas del valle del Tajuña espléndidas. “Precisamente aquí, donde hace setenta años ocurrió una batalla de la Guerra Civil, conviene que haya sitios de paz que intente curar las heridas”, explica Ana María. Suya fue la idea inicial de recalar en el “jardín de la Alcarria”, atraída después del aviso que recibió de una amiga también monja. “Buscábamos algo por el centro de la península, accesible por igual desde las esquinas, no en un extremo. Madrid era impagable y Guadalajara estaba accesible, ahora ha subido mucho pero hace veinte años, Bono aún no le había dado tiempo de hacer tantas cosas, aquí era lo único medianamente accesible y pagamos la finca en tres años”. La finca donde se ubica la escuela suma tres hectáreas. A la gente que acude a la escuela zen briocense le encanta el lugar. “Muchísimo, muchísimo”, recalca Ana María. “Además, una vez vino uno que entiende fen sui, el arte chino de elegir los sitios, y me dijo: qué bien escogido está. Decía que era un sitio ideal para un centro de meditación”.

Tradición espiritual

El zen es una tradición espiritual de origen budista que conoció un jesuita que ha estado sesenta años en Japón. Es la base de la cultura japonesa, aunque es de origen chino. El jesuita se metió para comprender a los japoneses pero se dio cuenta que también podía beneficiar a los cristianos. Con el padre Arrupe, decidieron que se iba a dedicar a eso. Básicamente, es una manera de hacer silencio para recogerse en lo que los místicos llamaban el hondón del alma. “La persona se serena, se pacifica, pero sobre todo se va como quitando telarañas de la percepción de la realidad y te enteras más de lo que son las cosas, puede haber un momento de despertar, del misterio que es uno mismo”, cuenta Ana María. Esto se materializa en una mejora de la persona: siendo mejor o pensando en los demás, por ejemplo.

Para acudir a la Escuela Zen no se pide nada. Sólo que anhele la búsqueda de una paz interior. Pero no hay discriminación según las religiones que se profesen. Se admite a todo el mundo. Acuden practicantes, algunos sacerdotes y religiosos, y otros alejados de la Iglesia pero en origen cristiano. También va un musulmán e incluso agnósticos. “Eso de recogerse en el centro le hace bien a cualquiera”, subraya Ana María Schlüter. Está convencida que a la sociedad de hoy le hace falta mucho zen: “muchísimo, hace falta recogerse de la dispersión y no vivir totalmente deshilachado para fuera, encontrar el centro, eso hace mucha falta y descubrir que la razón, por muy importante que es, no es la instancia última para conocer la realidad. Hay algo más allá”. Y entonces evoca una cita del científico Pascal: “la función más noble de la razón es reconocer sus propios límites y darse cuenta que hay una realidad que yo no entiendo con mi cabeza”. Eso es lo que da sentido profundo a la vida según la tradición zen. “Yo pienso que los pastores que pasan por aquí llevan transistores, pero antiguamente no podían llevar nada, bueno, en este silencio de tantas horas, o el campesino cuando no había luz eléctrica o televisión, se sentaba delante de su casa y miraba, pero no miraba nada. Ahí se percibía algo. O los artesanos. Ahí se percibe algo que no se puede explicar. Y el que no lo ha notado no se entera aunque nadie se lo cuenta”, concluye la responsable de Zendo Betania.

El hecho de localizar una escuela de este tipo en una zona rural facilita el ejercicio espiritual que reclama el zen. El periodista Manu Leguineche, vasco afincado en La Alcarria desde hace más de dos décadas, tiene escrito que “Brihuega es la capital mundial del silencio”. Todo el mundo busca un rato de silencio. Incluso los que viven rodeados de ruido. Según Schlüter, “de vez en cuando es bueno retraerse a un lugar donde el mismo lugar ayude, un lugar de silencio y donde la vista no se vaya para allá. Aquí la vista se puede ir por el valle o por la noche arriba, porque aquí se ven las estrellas como en ninguna ciudad, pero por eso las salas de zen o zendos deben estar rodeadas de árboles, para que todo ayude a recogerse”.

Ana María Schlüter trabajaba de profesora de ecumenismo en Madrid cuando tuvo contacto con el padre Lassalle, precursor del zen en España. Se fueron formando grupos por toda la península hasta que se creó la escuela. La finca donde se encuentra la Escuela Zendo Betania está plagada de árboles. Cada uno es diferente y tiene el nombre puesto en una placa. Las casas de la escuela están hechas de forma escrupulosa. Todo limpio y aseado, perfectamente distribuido y organizado. Se ha cuidado hasta el más mínimo detalle. Hay salas para las distintas actividades, un salón principal con capacidad para más de 60 personas y dependencias privadas. En una de ellas vive Ana María y la custodian dos mastines. ¿Alejada del mundo? En absoluto, lee a diario y tiene un aparato de radio al lado de su sillón. Fue la presidenta de la asociación de vecinos de San Blas mientras residió en Madrid. “En 1976 me llevaron incluso a declarar a la DGS, en la Puerta del Sol”, confiesa. A su juicio, “las ideas políticas no son enemigos del zen, lo que está en contra del zen es pensar que por fines buenos para la sociedad se pueda matar, robar o mentir”. Y no esconde su opinión sobre la actualidad. En referencia la reciente manifestación “por la familia” de la cúpula de la Iglesia española, sostiene: “los obispos me dan una pena terrible, están haciendo mucho daño a la imagen de la Iglesia. Tienen una posición intransigente y además se afilian a un partido político de manera clara. No sólo me pone triste, sin que me da un poco de repelús, me da miedo. Habíamos llegado a un punto en que esto no era así. En tiempos de Tarancón se hacían las cosas de manera diferente. Cada uno pensaba en conciencia como quisiera. La Iglesia tiene responsabilidad de orientar, pero no decir que los que no hagan eso, son malos. Hay resabios del nacionalcatolicismo y eso no es bueno”. Amén.

“No concentrarse en ningún objeto”

La escuela zen de Brihuega está teniendo éxito. En los cursos intensivos pueden estar 60 personas. Más no caben. Se descalzan al entrar y cada uno tiene sus mantas y su cojín dentro de la sala zen. La práctica consiste en no concentrarse en ningún objeto, para lo cual se recomienda atar la atención a la respiración; el proceso se acompaña con entrevistas personales. Están preparando el próximo fin de semana de introducción. La sociedad, al parecer, está necesitada de silencio. Hay incluso listas de espera. “Admitimos los que podemos porque si no, no les podemos atender bien”, dice Ana María. “Por fuerza puede parecer aburrido –afirma Schlüter- estar durante días muchas medias horas sentado en silencio con las piernas cruzadas, sobre un cojín, en el suelo, y con la vista inclinada, los ojos abiertos pero la mirada en un ángulo de 45 grados, y centrándose en la respiración. No hacen más”. Lo fundamental es “no concentrarse en nada”. Desayunan, comen y cenan allí. Viven en comunidad, pero sin atascos, sin ruidos, sin gritos. Lo que sí practican es trabajos con las manos, todas las mañanas después del desayuno. La lista de actividades asciende a 60 y el visitante puede escoger su tarea. Cada mañana tienen una exposición orientativa en común, para todos. Luego, durante la práctica silenciosa, hay dos o tres horas de acompañamiento personal. Las entrevistas son más bien cortas. Y descansan.

El obispo de la diócesis Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez, ha estado visitando Zendo Betania varias veces. Y lo bendice. Ana María recuerda que “cuando inauguramos el zendo, le pedimos al anterior obispo, José Pla, si quería venir a bendecirlo, y vino, curiosamente, cuando fui a Sigüenza a hablar con él, me preguntó quien era el director espiritual, y le contesté: pues aquí está sentada delante de usted. Se quedó muy cortado. Él pensaba en un sacerdote, no en una mujer religiosa. Cuando vino aquí, en su discurso habló largo rato sobre la importancia de la mujer en la Iglesia”. Schlütter sostiene que “si no hubiera sido por el cardenal Tarancón, cuando yo estaba en Madrid, habría sido muy difícil empezar porque teníamos que tener una personalidad jurídica y eso lo arregló rápidamente, fue todo gracias al espíritu aperturista de Tarancón, que supuso mucho”. El obispo Sánchez conocía el zen de sus años en Alemania. Allí conoció a dos asistentes sociales que hacían zen. Lo ve con buenos ojos. Los mismos con los que se acercan cientos de practicantes cada fin de semana.

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Una mujer de mundo

El 18 de julio de 1936, la familia de Ana María Schlütter abandonó Barcelona para volar rumbo a Berlín. La fecha es pura casualidad. Cuando llegaron a Alemania, su abuelo le contó que había estallado la guerra. “Nos quedamos allí hasta que se terminó la guerra y hasta que los aliados dieron permiso para salir de Alemania”, cuenta. Hasta 1949 no regresaron a España. Durante la 2ª Guerra Mundial, Ana María visitó junto a su familia el monasterio de Montserrat. “Aquello me marcó de manera increíble”, afirma. “Decidí que viviría para eso”. En su familia alemana había precedentes de pastores luteranos pero en su familia española no existía ningún religioso. Ella fue la primera. Estaba absolutamente convencida. Su espíritu, sin embargo, es libre y abierto a todos los credos. En Alemania, tras sufrir los bombardeos sobre Berlín, conoció a las mujeres de la congregación de Betania. Tras sus estudios en Barcelona, se fue a Holanda y allí encontró otra monja madrileña que preparaba su regreso a España. “Esta mujer murió en Madrid pero como estaba preparado me dijeron a mí que fuera con otra mayor”. Por el ecumenismo entre cristianos, recaló en Madrid. En ese tiempo, una holandesa y una austriaca le escribieron animándola para ir a un curso de zen. Entonces vivía en San Blas, vivía de su trabajo y no tenía dinero para volar. Ana María recuerda que “les pedí que me mandaran los programas para estar al corriente, me nombraron para una comisión de estudio en Betania y tuve que ir a Austria pasando por Franfurkt, allí me encontré con el padre Lassalle, y me enteré que le habían invitado a un curso en Los Molinos, en Madrid, me ofrecí de traductora y volví”. A partir de ahí fue cuando Schlütter empezó a cuajar su antigua idea de crear una escuela zen. “Mi maestro zen japonés me dijo un día: primero se trata de construir su templo interior y cuando haya contenido saldrá el contenedor”, sentencia.