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17 abril 2006

JUANMA TRUEBA

El Espanyol ha vuelto

Fabulosa victoria perica con Tamudo Luis García bigoleador. No pudo el Zaragoza.
Importa mucho el trabajo diario, entrenarse, planificar, reunir un buen grupo, respetar los códigos, ser bueno, tener paciencia, todo eso y mucho más, pero hay noches que son tuyas y otras que no lo son, te pongas como te pongas. En los últimos 90 minutos de un torneo influye cada uno de los pasos que se dieron antes, pero queda un último impulso que es ajeno a la estrategia, a la calidad de los protagonistas, a los antecedentes o a los gigantes que mataste y que depende básicamente de la inspiración o como quiera que se llame esa conjunción astral que llena las velas en la dirección adecuada y que adelanta los hechos a los deseos. El Espanyol es campeón de la Copa, campeón de España, y lo es porque jugó la final perfecta, justo la que le conducía al triunfo y hasta me atrevería a asegurar que la única que le conducía al triunfo, pues las demás opciones, millones tal vez, daban ganador al Zaragoza, un equipo hermoso en la victoria, pero también en la derrota.
AS, 13.04.06
Juanma Trueba

No es raro que Víctor pareciera afligido durante la semana por su condición de favorito y que Lotina se relamiera con su aparente inferioridad. Para un favorito el éxito se convierte en una isla rodeada de un océano de fracaso y cuesta no mojarse los pies. Y cualquier hombre de fútbol (o mujer) sabe además que las finales son caprichosas y se inclinan del lado de los teóricamente más débiles, pues no hay débiles en ese último asalto, lo sabe muy bien el Liverpool, aunque mejor el Milan. Sin embargo, creo que Víctor, ni en la peor de sus pesadillas, sospechaba un destino tan adverso.

No habían pasado ni dos minutos de juego cuando el Espanyol consiguió el primer gol. Lo más asombroso es que en ese tiempo el Zaragoza ya había llegado a la portería de Kameni con cierto peligro. Cuando el árbitro pitó falta a unos metros de la frontal del área de César, De la Peña colocó la pelota como quien posa una corona sobre un cojín de terciopelo rojo. Resultaba evidente que a él no le parecía ni demasiado lejos ni demasiado pronto. El lanzamiento, empujado con el talento (infinito) y con los riñones (dos), salió como un proyectil de su bota derecha y pegó en el larguero con tanta fuerza que resonó en el estadio entero. El pasmo que siguió, la reacción que provocó el eco, nos hizo desatender la jugada, como si todo hubiera acabado ahí y ya fuera bastante eso, el susto para unos y la emoción para los otros. Es posible que algún defensa del Zaragoza también se sintiera paralizado por el impacto. Es seguro que a Tamudo no le ocurrió. Se compara muchas veces al delantero centro con un asesino (es un killer, decimos), pero existe una variedad particular de ariete que recuerda más a los viejos carteristas con dedos de concertista de piano, que asaltan sin agredir y encima te devuelven el carnet de indentidad y la foto de los niños. Así es Tamudo y por eso supo aprovechar que el mundo se movía a cámara lenta para cabecear a la red el balón que creíamos roto. Gol.

No había peor noticia para el Zaragoza, un equipo virtuoso del contragolpe, que tener que plantear el partido como un asedio al área contraria, ni mejor noticia para el Espanyol que esperar acontecimientos resguardado en su área. En ese reparto de papeles fue discurriendo el partido, mecido por un clamor que no dejaba de atronar en el Bernabéu, pues, quizá por las tempranas emociones, a los ánimos de unos se sucedían los de otros, y ocurría igual con las bocinas, hasta el punto de que era de todo punto imposible asistir al encuentro sin gritar o tocar el claxon. Qué maravilla es la Copa y qué difícil explicar lo que el fútbol nos provoca.

Veinte minutos después de comenzado, el encuentro seguía en posesión del Espanyol, pues el dominio evidente del Zaragoza carecía de fluidez y cada movimiento se enredaba en mil faltas, juego detenido y vuelta a empezar. Sin embargo, la insistencia tuvo premio. En una jugada ensayada, Óscar cabeceó casi en la línea de fondo hacia la olla, que es el lugar donde los defensas y los delanteros hacen chup-chup. Por allí aparecieron cabezas y piernas varias, pero fue Ewerthon quien marcó después de que tocara Gaby Milito. Empate.

Admito que pensé que hasta allí había llegado el Espanyol. Su muralla se venía abajo muy pronto y el Zaragoza parecía que recuperaba la confianza perdida después del mazazo inicial. Mal adivino. No dio tiempo a extraer conclusiones sobre el estado anímico de los contendientes después de la igualada porque cinco minutos después el Espanyol volvió a adelantarse. De la Peña envió un pase en profundidad a Tamudo, que controló escorado a una banda y tan solo como un náufrago. Pero en lugar de rendirse esperó, protegió la pelota y vio que llegaba Luis García, al que mandó un balón con lazo y celofán. El ex madridista cabeceó con ansia y logró un tanto fabuloso. 2-1. Y locura blanquiazul. Supongo que en esos instantes, aunque nadie lo dijera, las miradas de quienes se abrazaban los delataban: es nuestra noche.

Chispas
El Zaragoza volvió a recoger el castillo de cartas y trató de ponerlo en pie, sin rechistar, convencido, entregado a su empeño e impulsado por una afición que hoy estará destrozada porque ayer jugó un partido de fútbol. Las chispas saltaban cuando Cani dominaba el balón y conectaba con algún compañero. El problema es que el compañero nunca era Ewerthon o Diego Milito, perdidos entre los centrales rivales. Y así el acoso era como tratar de conquistar un país a empujones.

En la segunda parte, los entrenadores decidieron influir en el choque tanto como les fuera posible, y eso, la intervención, multiplica méritos y alivia fracasos. Coro y Moisés sustituyeron en el Espanyol a Ito y Fredson. Movilla reemplazó a Celades en el Zaragoza y Savio entró por Óscar. Del cambio de fichas salió ganador Lotina. Lo supimos cuando en una de las pocas contras del Espanyol, cada vez más escasas, el pase de De la Peña encontró las piernas ágiles de Coro por la banda izquierda y el inteligente pasito atrás de Tamudo, que estaba en fuera de juego posicional y se desentendió de la jugada. El galope del canterano concluyó con un tiro que batió a César por debajo de las piernas: ¡3-1!

El gol lo descubrió todo: un Espanyol en estado de gracia y un Zaragoza sin suerte representado por un César tan apesadumbrado que linda en la más preocupante gafancia. El portero, que ha jugado tres finales de Copa y las ha perdido todas, fue expulsado poco después por arrojar con saña al público un objeto que había caído desde las gradas. Si le quedaba alguna esperanza al equipo de Víctor, allí desapareció.

Aunque hubo lugar para otro gol, el cuarto del Espanyol. Con el partido roto y el Zaragoza hecho pedazos, Luis García condujo por el centro el balón y se sacó un chut raso al que no llegó Valbuena.

La fiesta perica, primero con la pasión contenida que nace de la incredulidad y luego ya al fin completamente desatada, contrastaba con la cara de los zaragocistas, futbolistas y público, que ayer fueron todo uno. El mérito del Espanyol, además de la influencia física y psíquica del gran Lotina, es saber montarse en su fantástica historia para irrumpir de nuevo entre los grandes, por segunda vez en seis años. Humildemente, inicio desde estas últimas líneas la colecta para levantar un monumento a Tamudo en la puerta del estadio, de cualquier estadio.