La Garlopa Diaria

6 noviembre 2009

Ayala

Francisco Ayala. Fuente: La Razón.

Francisco Ayala. Fuente: La Razón.

Siempre que se muere un escritor se le cuelga una etiqueta con la que los cronistas de los periódicos trufan sus necrológicas. Francisco Ayala (1906-2009) fue el escritor del exilio, de la paz y del perdón. Pero quizá conviene no colgar tantas etiquetas desde el principio. Ayala escribió novelas, ensayos, artículos. Fue un literato prolífico, un pensador lúcido y un personaje público que proyectaba la imagen de la serenidad, la humildad y el humanismo. Un tipo al que fusilan a su padre, en la guerra, en el penal de Burgos y es capaz de aprovechar el exilio para enriquecerse tiene que ser muy inteligente por fuerza. Me gustó siempre la sensación de serenidad que transmitía, y era en sí mismo el símbolo de la reconciliación de un país demasiado acostumbrado a devorar a sus hijos más ilustres.

Vargas Llosa escribe en ABC que Ayala fue un demócrata cabal. Y añade: «van a echarle de menos tirios y troyanos». Es cierto. El escritor granadino tenía la virtud de aunar voluntades, nunca de dinamitarlas. Para eso huyó del sectarismo y del rencor, y se instaló de por vida en una actitud de ahínco intelectual, de afán de sabiduría, de avidez mental. «Nunca dejó de disfrutar de la buena mesa, de la buena lectura, de la buena conversación, de la buena amistad. Nunca paró ni se rindió». Así concluye el obituario que publica El Mundo sobre su figura. La escritura sin rendición. La conciencia del compromiso. La clarividencia de quien acepta todo, «menos la pedantería», como subraya Enriqueta Antolín, que por cierto es autora de un fabuloso libro: Ayala, sin olvidos.

Es posibe que Ayala no haya sido uno de los escritores contemporáneos más leídos. Admitámoslo y reconozcámoslo en desdoro de nuestra propio vulgo. A quien vocea, se le escucha más. A quien vocea y escribe, se le lee más.  Es así, y basta compararlo con algunos de sus coetáneos. Lo cual, evidentemente, no le resta mérito alguno. A mí siempre me gustaron más sus ensayos y sus escritos volcados al pensamiento que sus relatos de ficción, pero su literatura se nutre de lo mejor de la tradición literaria española: Tragicomedia de un hombre sin espíritu, Historia de un amanecer, Cazador en el alba, Muerte de un perro.

Pienso que resulta especialmente instructivo el sentido tolerante que imprimió a sus escritos y a su propia presencia. Sin renunciar a las ideas. Tampoco al compromiso. Pero siempre con un espíritu constructivo y nada vanidoso. «En este mundo en descomposición la única salvación que podemos encontrar es la revolución moral», apuntó. Ayala vivió exiliado en Argentina, Puerto Rico y Estados Unidos. En 1980 regresó a España. Recibió premios, parabienes y honores, públicos y privados. Tenía amigos en todas las trincheras. Disfrutó de la vida. Fue testigo de un siglo. Y además supo contarlo con verdadera fruición. Para él y para sus lectores. Eso, durante 103 años. Ay, bendita longevidad.

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