Galve de Sorbe

2 marzo 2006

FOLKLORE

La dulzaina en Galve de Sorbe

Nueva Alcarria
Raúl Conde

No ha sido la dulzaina un instrumento justamente valorado en la cultura musical popular y tradicional de Guadalajara, en la que las rondallas y las bandas de música ocupan un papel predominante. Sin embargo, no por ello ha dejado de utilizarse. En Galve de Sorbe la dulzaina goza de gran prestigio, popularidad y tradición, formando con el tamboril, al menos en este siglo, una faceta inherente de la fiesta constituyendo parte esencial de ésta junto a los danzantes y el zarragón. Ahora bien, la pérdida de las danzas durante más de veinte años –desde los sesenta hasta 1989- repercutió en perjuicio de este instrumento. No hay fiesta sin danzantes, pero tampoco hay danzantes sin música. La dulzaina va invariablemente ligada a las danzas de Galve y, es obvio, si éstas no se practican aquélla desaparece. A pesar de todo, danzas y dulzaina son dos elementos que se complementan a la perfección y que originan la Fiesta en toda su magnitud.

Pocos datos hay recabados hasta la fecha pero los mayores del pueblo, vecinos de la villa de Galve como Celedonio Sierra Martín y Satunirno Esteban Ricote, ambos jubilados de 70 y 82 años respectivamente, certifican la relevancia de la dulzaina y el tamboril en la ejecución de las danzas y en el contexto festivo local pero lamentan la ausencia de gaiteros propios de la tierra en sus años mozos, es decir, en la década de los treinta, cuarenta y cincuenta. Ante la falta de dulzaineros guadalajareños, y así lo corrobora Lizarazu de Mesa en su “Cancionero popular tradicional de Guadalajara” (Diputación y Caja de Guadalajara, 1995), en Galve los danzantes y el Zarragón se veían en la obligación de contratar gaiteros de Segovia y, sobre todo, de Soria, concretamente de la localidad de Noviales. Estos dulzaineros, que según Celedonio y otros testimonios eran los mismos que iban a tocar con los danzantes de Valverde de los Arroyos, lograron dejar una profunda huella en Galve de Sorbe, por su maestría para tocar la dulzaina y el tamboril y por la cantidad de años que acudieron a la villa. Pascual Gordo Montero, jubilado de 63 años, antiguo danzante e impulsor de la recuperación de las danzas en los noventa, afirma sin rubor que aquellos gaiteros fueron “los mejores que han pasado por Galve en todo este siglo, sin desmerecer al resto”. Los gaiteros de Noviales hacían servir en Valverde la “gaita” o “pito”, “un tubo de hierro con cuatro agujeros” según descripción de Lizarazu de Mesa, pero en Galve el papel preeminente lo ocupaba –hoy sucede lo mismo- la típica dulzaina castellana, ya que la música de sus danzas es radicalmente distinta a la que acompaña a los danzantes de Valverde en su fiesta de la Octava del Corpus. Los gaiteros de Noviales, dos dulzainas y un tambor, acudieron a Galve hasta los años sesenta, en que se produjo la desmantelación del grupo de danzantes y la masiva emigración a las grandes ciudades. En el pueblo no recuerdan la fecha exacta de tal extravío folclórico.

En los siguientes años, la dulzaina quedó postergada al ostracismo en Galve, que no resistió el envite del éxodo brutal a las capitales. Comenzaron a aparecer, citando al prestigioso etnólogo Aragonés Subero, “la técnica fonoeléctrica y la extravagante canción extranjera”. Los mozos de la villa –los pocos que quedaban- olvidaron las raíces de sus ancestros, heredadas a través de los siglos, y abandonaron las danzas y la dulzaina. Sin fiesta popular y tradicional, sin danzas, no había ni gaita ni tamboril. Esto provocó ineludiblemente la decadencia de la dulzaina que en Galve llegó a adquirir tintes agónicos debido a que nadie del pueblo aprendió a tocarla –como aconteció en Valverde- ni tampoco en Guadalajara existían dulzaineros a los que recurrir. Claro que este era un problema menor puesto que tampoco había interés por practicar las danzas.

En 1979 ocurrió una anécdota singular. La intención esporádica de rescatar la ‘Danza’ obligó a Victorino de Antonio Sierra y a Celedonio Sierra Martín –alcalde y Zarragón por aquel entonces- a viajar justo la víspera de la fiesta hasta Ayllón y Segovia en busca del afamado dulzainero Mariano Contreras. Pudieron contactar con él a altas horas de la madrugada en su domicilio de la mencionada capital castellana. Lograron convencerle y durante el viaje de vuelta, Cele –al que tanto le gusta cantar las danzas con su voz rotunda y emotiva al mismo tiempo- consiguió enseñarle todas las piezas que componen el repertorio de los danzantes de Galve, hecho verídico que revela el talento de este reconocido dulzainero segoviano y también las precarias condiciones en las que se movían los protagonistas del folclore de entonces. Dulzaineros posteriores que fueron a tocar a Galve también procedían de Segovia, como los de la localidad de Cantalejo, que actuaron en 1989, año de la definitiva recuperación de la tradición.

Durante esta última década es inevitable destacar los nombres de José María Canfrán Lucea y Carlos Blasco Hernando, los “dulzaineros de Sigüenza” tal y como se les conoce en Galve, que siempre han manifestado un cariño y respeto por las danzas que difícilmente podrá pagar algún día el pueblo de Galve. Durante estos años han colaborado con los danzantes de una manera absolutamente plausible y desinteresada. Desplegando esfuerzo y tesón, aprendieron con celeridad las danzas galvitas cuando en Guadalajara nadie se acordaba de la dulzaina, e incluso actuaron en Sigüenza con los danzantes de Galve el 15 de agosto de 1991, con motivo de las fiestas patronales de la “Ciudad Mitrada”. Canfrán y Blasco, de la “Escuela municipal de dulzaina y tamboril de Sigüenza”, compartieron protagonismo en Galve desde 1994 con Antonio González y Antonio González hijo, gaiteros de Cantalojas. En los últimos años, capitalizados por la incorporación de jóvenes al grupo de danzantes hasta su total integración, la música es obra del grupo “Mirasierra” formado por los dos últimos gaiteros mencionados además de Valentín, Tini y Diego. Tres dulzainas y dos tamboriles para unos danzantes que piden paso en el folclore de Guadalajara con el objeto de recuperar el puesto que nunca debían haber abandonado.