Galve de Sorbe

2 marzo 2006

Análisis comparativo de la ‘Danza’ de Galve de Sorbe y de la fiesta del Corpus en Valverde de los Arroyos.

Cuadernos de Etnología de Guadalajara
Raúl Conde

A las gentes de la Sierra, por conservar sus raíces con esfuerzo y dignidad

I.- INTRODUCCIÓN

La definición clásica de lo que es el folklore nos la sirve el Dr. Castillo de Lucas: “el folklore es la ciencia que estudia la cultura popular tradicional” (1). Sin menoscabo de esta expresión, podemos convenir que el folklore constituye también una disciplina humanística que permite estudiar la evolución de los pueblos a través del costumbrismo, y que representa un factor de comunicación entre sus propios actores. Precisamente por tal motivo, acaso por otros muchos, conviene estudiar las tradiciones populares, comparándolas entre sí, poniéndolas delante del espejo de la Antropología y de otras ciencias afines, y extrayendo las conclusiones pertinentes. Tal es el fin que, modestamente, tratamos de perseguir en el presente estudio.
Para acometer nuestro trabajo, establecemos un punto de partida básico: la ‘Danza’ tradicional y popular de Galve de Sorbe, y su comparación con una manifestación festiva semejante: la Octava del Corpus en Valverde de los Arroyos. De las concomitancias entre las fiestas que vamos a detallar, deducimos la importancia del folklore en la tarea de relacionar las sociedades a lo largo de los tiempos, por un lado, y por otro, nos permite profundizar en aspectos inéditos, relevantes y curiosos de los paloteos de Galve y de Valverde.
Ambas celebraciones comparten unas características comunes que esbozamos en las siguientes páginas, además de mantener cada una de ellas rasgos distintivos únicos y exclusivos, encargados de enraizar a los pueblos que las practican.

II.- MARCO GEOGRÁFICO Y DESCRIPCIÓN DE LAS FIESTAS

Antes de estudiar con detenimiento los nexos de relación que unen las fiestas seleccionadas, dedicamos este punto para detallar su marco geográfico y trazar una descripción somera de cada una.

2.1. Octava del Corpus en Valverde de los Arroyos

Por orden cronológico, la primera fiesta de ‘Danza’ ritual que se practica en la Sierra Norte de Guadalajara es la de la Octava del Corpus de Valverde de los Arroyos, concretamente el domingo siguiente al Corpus.
Valverde de los Arroyos es un pueblecito de apenas cien habitantes anclado en la ladera más exuberante de la Sierra de Ayllón (2). Al pie del pico Ocejón, en la ribera alta del río Sorbe, Valverde se ha mantenido apartado de los caminos del mundo hasta hace bien poco, justo cuando se han creado infraestructuras, sobretodo carreteras que han venido a paliar el déficit histórico que arrastra esta comarca en materia de comunicaciones. Quizá fruto de esa circunstancia sus gentes han heredado una cantidad considerable de costumbres y fiestas populares, de las cuales los danzantes son su máxima expresión. En opinión de Pedro Aguilar, “Valverde es hoy por hoy uno de los escaparates turísticos de Guadalajara” (3).
En cuanto la fiesta podemos decir que la componen, principalmente, ocho danzantes que, acompañados por el botarga y el gaitero tamborilero –llamado pitero-, ejecutan danzas de palos, castañuelas y cintas para honrar al Santísimo en la plaza, en las eras y en la misa que se celebra en la iglesia. Su vestimenta es original, aunque parecida a la que utilizan los danzantes de la Hermandad del Santo Niño, en el vecino pueblo de Majaelrayo. El atuendo valverdano se distingue por el canastillo en la cabeza, formado con flores artificiales de colores vivos y espejillos; camisa y pantalón blancos con un pañuelo negro en la cintura; pañuelo de seda en el cuello y, cubriendo el pantalón, una falda o “sayolín”. Todo ello ornamentado con hermosas cintas en brazos, pecho y espalda (4).
El grupo de danzas de Valverde quizá sea en la provincia de Guadalajara el que con mayor pureza ha conservado su tradición, hasta el punto de convertirse en icono del costumbrismo guadalajareño, en parte gracias al apoyo administrativo recibido desde hace varias décadas. En cualquier caso, se observa un respeto escrupuloso, salvando detalles incidentales, por las normas de la misma. Ello ha proporcionado su asentamiento en el calendario festivo y su ejecución permanente por hombres del pueblo, al menos, por chicos con ascendencia valverdana. Los estudiosos del folklore se han fijado notablemente en esta fiesta, aunque la mayoría repite idénticos datos. Benito y Robledo escriben: “Nadie entró a fondo en el rito de la danza, limitándose los trabajos que hemos visto a describir el atuendo y poco más” (5). Precisamente ellos dos son autores del estudio más serio sobre el folklore de Valverde, junto a los trabajos rigurosos y precisos del etnólogo José Ramón López de los Mozos (6). Por otra parte, la fiesta de la Octava del Corpus ha sido utilizada en numerosas ocasiones durante los últimos años como enseña del folklore provincial, hecho que constata su atractivo y la voracidad del poder público para sacarles partido (7).
2.2. Danzas a la Virgen del Pinar en Galve

La villa de Galve lo es como tal desde que en el año 1557 el monarca Felipe II nombrara el primer conde del señorío, don Baltasar Gastón de Mendoza y de la Cerda (8). Situado en la ladera norte del Alto Rey, el pueblo se recosta a los pies del cerro coronado por el castillo medieval que construyeron los Estúñiga en la segunda mitad del s. XV (9). Tiene ayuntamiento con casi doscientos habitantes de población de derecho, y su altura sobre el nivel del mar es de 1.364 metros. Pertenece al partido Judicial de Sigüenza y le separan de Guadalajara algo más de ochenta kilómetros (10).
El castillo de Galve, a pesar de la imparable degradación que soporta en la actualidad, está considerado uno de los monumentos de mayor valor histórico de la comarca. Es preciso destacar su torre del homenaje, que Francisco Layna Serrano, cronista provincial e hijo de un doctor que estuvo ejerciendo un tiempo en la villa de Galve, consideró “la más bella de todas las torres señoriales que perduran en los desmochados castillos de la provincia” (11). La forman cinco plantas con escalera y escudos de los Estúñiga al exterior de las murallas y los fosos.
En tiempos de la Reconquista, Galve de Sorbe fue sede, junto a Ayllón, Atienza y Almazán, de un arciprestazgo perteneciente a la diócesis de Sigüenza. También hay constancia oficial de que fue cabecera de un viejo señorío, de un condado que abarcaba un territorio extendido por los pueblos de Valdepinillos, La Huerce, Zarzuela de Galve, Valverde de los Arroyos, Umbralejo y Palancares. Galve fue enclave de gran importancia en los siglos XV y XVI, en los que llegó a alcanzar personalidad jurídica propia, como lo demuestran los dos rollos –las picotas góticas- en las que se expiaban las penas de los reos (12).
Los danzantes de Galve de Sorbe ya cuentan con su propio instrumento de organización. Se trata de la Asociación Cultural “Danzantes de Galve de Sorbe”, creada en la primavera de 2000 con el objeto de conservar y potenciar esta fiesta ancestral que, después de ser recuperada en 1989, se encuentra ahora en pleno proceso de consolidación. El grupo de danzantes de Galve está compuesto por ocho bailadores, además del Zarragón, personaje que se encarga de proteger y vigilar al resto. Se completa el grupo con dos dulzaineros provistos de gaita (dulzaina) y tamboril. Actúan con motivo de las fiestas patronales de la villa, el tercer fin de semana de agosto, aunque puede variar según disposición municipal. Realizan el toque de diana pidiendo la voluntad por todas las casas, la procesión a la ermita de la Virgen del Pinar y, por la tarde, actuación popular en la plaza Mayor, lugar en el que se consigue crear un ambiente festivo único que cuenta con la participación y el júbilo del animoso público galvito. Entre el repertorio de danzas cabe destacar Las Cadenas, Es María pura y bella, El Cordón, Tero-Lero y El Castillo, en la que los danzantes forman una torre humana que corona con uno de ellos boca abajo. (13).
Las danzas, de carácter ritual y posible origen celtibérico, son en su mayoría del tipo de paloteo, aunque también se utilizan castañuelas y cintas. El traje de danzante se compone de pañuelo en la cabeza, camisa blanca de algodón y manga larga, faja negra, chaleco negro y entallada, corbata y chaqueta corta con las sisas abiertas, y con un diseño de rayas verticales rojas y amarillas. Hay que añadir las medias blancas caladas, el pantalón corto –a la altura de la rodilla- del mismo color y diseño que la chaquetilla y las alpargatas de esparto y suela de cáñamo. El Zarragón viste de forma similar aunque varía el tocado –lleva bonete, no pañuelo-, medias negras y chaqueta con faldones y pantalón a rayas azules y amarillas (14).

III.- ANÁLISIS COMPARATIVO DE LAS DANZAS, DE SUS ACTORES Y DE SU ESPACIO FÍSICO DE REPRESENTACIÓN

Como ya hemos escrito con anterioridad, el folklore es una disciplina propicia para la comunicación de los pueblos, por muy lejanos que éstos puedan estar. Este axioma, hoy aceptado universalmente, se extrema entre los pueblos y las tradiciones pertenecientes a un mismo ámbito geográfico y cultural. Nosotros nos centraremos, pues, en la comarca de la sierra norte de la provincia de Guadalajara.
Se trata de una zona en la que abundan los núcleos de población pequeños, el ancestralismo, las formas antiguas de vida y, todo ello, en un marco físico abrupto, plagado de sierras y serrezuelas que agudizan su abandono e incomunicación. Pese a los cambios experimentados en los últimos años, las fiestas siguen conservando intacto el sello de su historia y de sus raíces, a pesar incluso de la aparición de fenómenos devastadores como el turismo rural, que se ha servido de la cultura popular y tradicional para acreditar la originalidad de su iconoclasta oferta. “El turismo beneficia al pueblo que hace la fiesta, pero no a la tradición” (15). Esta declaración, efectuada por J.R. López de los Mozos, avala la teoría que esbozamos. Es cierto que hay fiestas que se han recuperado por intereses, pero tampoco podemos omitir los esfuerzos de muchos anónimos que, sin mayor apoyo que el de su ánimo, han conseguido redimir tradiciones que, de otra forma, permanecerían durmiendo en el sueño de los justos. Ello no exime de responsabilidad, claro está, a quienes han utilizado las fiestas con fines partidistas. Juan G. Atienza escribe: “Necesitaríamos estudiar el motivo por el cual muchas fiestas que siempre fueron expresión del alma popular se han ido convirtiendo en un mero pretexto para atraer visitantes ociosos, con la consiguiente pérdida de la autenticidad que las caracterizó en un pasado más o menos remoto” (16).
Hay factores que han alterado el orden de las fiestas. Pese a ello, la sierra norte de Guadalajara mantiene en su calendario una serie de danzas de ritual o de solemnidad que protagonizan celebraciones festivas, hoy religiosas y antaño profanas. Son danzas que se imbrican en unas coordenadas sociales y culturales asumidas por la mayoría de sus actores, y con unas características propias definidas en cada uno de los pueblos en que se practican.
Proponemos, pues, la dualidad de nuestro pensamiento. Por un lado, la constatación de similitudes entre los rasgos de cada fiesta y, por otro, la aceptación explícita de la exclusividad de cada una de las tradiciones que son objeto de análisis. La grandeza de éstas permite estudiarlas de forma comparativa, sin otro interés que el de profundizar en la importancia de la ciencia folklórica en la tarea de relacionar a los pueblos del mundo. Comparar las fiestas en el caso que nos ocupa es sinónimo de indagar en nuestras raíces.

3.1. Galve-Valverde, una relación histórica

En el año 1982, Miguel A. Miguel López, en su guía sobre el macizo de Ayllón, escribió lo siguiente refiriéndose a los danzantes de Galve: “Estos danzantes, vestidos de forma similar a los de Valverde y Majaelrayo interpretaban danzas también muy parecidas a las de estos dos lugares, destacando la que llamaban de paloteo” (17). La geografía es, por tanto, el primer aspecto reseñable a la hora de establecer cualquier paralelismo. López de los Mozos también considera que el origen del paloteo de Valverde es el mismo que el de Galve (18). Otros estudiosos también opinan de idéntica forma, aunque los datos no son concluyentes.
Nuestro juicio no está definido en lo que al origen de estas fiestas se refiere. Es difícil y algo arriesgado pronunciar con rotundidad cualquier aseveración en este sentido. El exceso de confianza en el factor geográfico nos lleva a cometer imprecisiones como las que escribió Isabel Sanz Boixareu: “El origen del paloteo de Valverde es el mismo que el de Galve de Sorbe y también se baila el mismo día” (19). Por un lado, resulta errónea la referencia a la fecha, puesto que es obvio que el domingo siguiente al día de Pentecostés y el tercer fin de semana de agosto, jornadas en las que se celebran las danzas de Valverde y Galve, respectivamente, son días muy separados en el calendario. Ni siquiera la fecha de ejecución de la danza galvita en el segundo cuarto del siglo XX –el primer domingo de octubre- coincide con la información suministrada por Sanz Boixareu. Por otro lado, no se aporta ningún dato concreto, ninguna información o documentación contrastada, para corroborar la supuesta génesis de los danzantes valverdanos y galvitos.
Aragonés Subero va más allá y remata la faena apostillando lo que sigue, aludiendo al paloteo de Galve: “Tienen el mismo origen que los de Valverde de los Arroyos, e incluso se puede decir que con ligeras variantes son los mismos” (20). Se trata de una afirmación imprecisa, no sólo porque resulta imposible demostrar fehacientemente el origen de ambas fiestas –especialmente de la galvita-, sino porque llamar “ligeras variantes” a las profundas diferencias que las separan nos parece, cuanto menos, un error apreciativo. Otra cosa es que existan similitudes muy claras, tangibles que, en todo caso, no omiten las abultadas variantes. De la comparación de ambos extremos se deduce la vinculación de las dos fiestas y su importancia en el contexto provincial.
Pasemos, por tanto, a desgranar una a una las concomitancias y las variantes que acercan y alejan a las fiestas del Pinar y de la Octava.
3.2. Paralelismos y diferencias

Entre Galve y Valverde hay poco más de veinte kilómetros. Una distancia exigua para los antiguos caminantes y pastores de nuestros pueblos. Es innegable que la cercanía geográfica ha facilitado el contacto de sus tradiciones. Más aún: es seguro que las fiestas se han extendido como la pólvora siguiendo los caminos, por muy apartados que éstos pudieran estar. La geografía, pues, es un elemento condicionante de la transmisión del folklore, si bien esta ciencia rebasa cualquier frontera –física o mental- para llegar a todas las capas del ser humano. (21).
Dejando a un lado el tema del origen de ambas fiestas, antes reseñado, es conveniente ahora apuntar las coincidencias entre los dos rituales, y que analizamos a continuación:

a) Carácter religioso de la fiesta. El cristianismo absorbió casi todas las fiestas paganas y los paloteos no fueron una excepción. El principal motivo de los rituales de Galve y de Valverde reside en el acto de honrar, con el baile de los danzantes y el cántico de los fieles, al patrón de cada municipio o a un santo destacado. Los danzantes de Galve bailan en honor de la Virgen del Pinar y sus compañeros valverdanos hacen lo propio en homenaje al Santísimo Sacramento. Es un acto común en la mayoría de manifestaciones festivas de la península, un rasgo antropológico compartido entre los pueblos de la Península Ibérica y de la Europa occidental, aunque con variantes en la creencia en determinados lugares. Los danzantes de Valverde están muy ligados a la Cofradía del Señor, siendo la primera vez que se hace referencia escrita de ellos en una bula concedida por Paulo V en 1606, logrando la autorización para bailar cubiertos delante del Santísimo (22).
Los danzantes de Galve nunca han pertenecido a una hermandad, cofradía o similar. Al menos, no hay constancia ni oral ni escrita. Sin embargo, el patronazgo celestial se ha considerado siempre el eje vertebrador de la fiesta, aunque en el caso galvito algunas letras y pasos nos pueden llevar a conclusiones erróneas, por su fuerza y dinamismo, muy alejados de los rituales solemnes y circunspectos.
La fiesta del Corpus es una de las más conocidas, y Valverde de los Arroyos ha sido siempre un referente nacional. El Corpus Christi es una celebración que promovió en 1246 el obispo de Lieja, Roberto de Thorote (23). El papa Urbano IV promulgó en 1264 la bula Transiturus de hoc mundo, institucionalizando la festividad. Mª Ángeles Sánchez nos explica el trasfondo del asunto: “Esta decisión viene a poner fin a los desvelos y sinsabores de una monja, Juliana de Lieja, a la que, desde muy joven, le había perseguido una obsesiva visión: cada vez que se disponía a rezar creía ver una luna llena, cuyo centro aparecía oscurecido por una sombra. Después de mucho orar le fue dado, por intercesión divina, conocer su significado: el círculo luminoso representaba el conjunto de fiestas celebradas por la Iglesia, ensombrecido por la ausencia de una dedicada al Santísimo Sacramento” (24).
Los danzandores de Valverde participan directamente en la liturgia de la fiesta. Ejecutan la danza de la Cruz para el Señor, interpretan los Autos Sacramentales, el mayordomo de la Cofradía es danzante, danzan en la procesión, etcétera. Por su parte, en Galve también contribuyen al desarrollo del ritual religioso: suben a la Virgen del Pinar a la ermita del mismo nombre bailando en procesión, se arrodillan en la danza en su honor, a veces entrechocan los palos en forma de cruz, el Zarragón dedica las danzas a la imagen de la patrona, se sienta en el altar junto a las autoridades durante la eucaristía, etcétera.
La cristianización de la península, como se ve, imprimió en las fiestas unas señas de identidad que hoy parecen considerarse indiscutibles. La solemnidad de los rituales católicos ha proporcionado mayor popularidad entre el vulgo ante esta clase de expresiones folclóricas.

b) Posición preferente en misa. Tanto los danzantes de Valverde como los de Galve ocupan un lugar destacado durante la celebración de los oficios religiosos de sus respectivas fiestas. Es costumbre que se sienten en los bancos del altar, acompañados de las autoridades municipales. Esta circunstancia tiene doble lección. Por un lado, ratifica el protagonismo absoluto que ostentan los bailadores durante la fiesta y, por otro, ahonda en la raíz cristiana de la misma. La escena se repite en ambos pueblos: el sacerdote desde el púlpito expresando el sermón, las autoridades acompañándoles y los danzantes junto a todos ellos. Es una imagen que convierte en solemne la función ritual de la danza, al tiempo que sitúa a los danzantes y a los botargas en el mismo papel y protagonismo que sacerdote y munícipes.
Cuentan los mayores de Galve que el hecho de ser danzante era un prestigio en el pueblo. Eso ocurría antaño. Hoy las cosas han cambiado mucho. La tradición se mantiene gracias al esfuerzo de unos pocos –auténticos motores que arrastran a los demás- y el apoyo decidido del resto del pueblo. Se está enseñando la danza a muchos niños con el objeto de aumentar la sana competitividad entre ellos, lo cual llevaría a elevar el prestigio social del danzante (25). Actualmente hay más de veinte niños que saben bailar las danzas de Galve, dato que indica el grado de aceptación de la fiesta, al menos, en las edades comprendidas dentro de la infancia y la juventud. La renovación permanente de este grupo de infantes, obviamente, aseguraría el futuro de la ‘Danza’ y de la fiesta del Pinar en su conjunto.
c) Número de danzantes y música tradicional. El número de danzantes (ocho) es el mismo en uno y otro grupo, a los que hay que añadir el Zarragón en Galve y el Zorra en Valverde. La mayoría de grupos de danzas de ritual de la península están compuestos por este mismo número de protagonistas (26). Todos pertenecen al sexo masculino. No bailan mujeres porque no es costumbre y porque hay suficientes hombres, aunque en Galve de Sorbe han aprendido las danzas varias chicas de distintas edades.
El acompañamiento imprescindible para los bailadores son los músicos. En Galve acuden dulzaineros y tamborileros y en Valverde existe la figura del pitero, que es un vecino del pueblo que toca el tambor y la gaita simultáneamente. “En realidad toca una flauta sencilla y no una gaita ni una dulzaina” (27). El aerófano en cuestión transmite un sonido monótono y consiste “en un tubo de hierro con cuatro agujeros que fue copiada de la que tocaban los gaiteros de Noviales (Soria)” (28).
En Galve el instrumento más popular es la dulzaina, la clásica, la que se utiliza en Castilla y en otras regiones del país. En la actualidad acuden a tocar los Gaiteros Mirasierra, formado por tres dulzainas y dos tamboriles, de Cantalojas y de Atanzón. La dulzaina es un elemento singular en la fiesta. La gente dice reconocer el comienzo de ésta cuando oye los primeros sones por la mañana, en el toque de diana. A Galve, como a Valverde, también venían a tocar los dulzaineros de Noviales, siendo todavía recordados y añorados por su extraordinaria capacidad y su bonhomia (29). También es justo destacar en este punto la trascendencia del dulzainero. José Mari Canfrán, fallecido recientemente, y el tamborilero Carlos Blasco, artífices de la recuperación de las melodías galvitas con la ayuda de las gentes del pueblo, sobretodo en la década de los ochenta (30).
d) Esquema de la fiesta. Por encima de pequeños rasgos distintivos, ambas fiestas presentan un esquema muy similar, que se puede sintetizar de la siguiente forma: misa solemne, procesión, danza ante el Santísimo o la Virgen y almoneda. Son danzas de carácter deambulatorio, ya que son ejecutadas en las calles y plazas, ante los vecinos o los forasteros. Los escenarios de la danza se mantienen inalterables con el paso de los años. Tanto en Valverde como en Galve es relevante la presencia de los danzantes en el campo, no sólo en el caserío, concretamente en las eras al pie del Ocejón y en las de la ermita del Pinar, respectivamente. Cabe agregar, también, que es en estos escenarios naturales en los que ambas fiestas muestran sus mejores galas reuniendo a curiosos atraídos por la espectacularidad del ritual pero también del paisaje.
Sin embargo, a pesar de mantener una estructura análoga, existen diferencias que las definen de manera muy precisa. En Valverde el Santísimo es custodiado bajo palio –cosa que no ocurre en Galve con la Virgen del Pinar-; y el sacerdote participa activamente, no sólo en las oraciones; sino en la propia fiesta, dirigiendo la procesión y portando al Santísimo durante el transcurso de la misma. En Galve, el párroco se limita a la función propia de su puesto, aunque en el marco del ritual festivo (31).
También se repite en los dos pueblos la almoneda. En Valverde el Zorra es el encargado de subastar las rosquillas, que las dejan colgando, “como si fueran frutos de un árbol que previamente ha sacado un monaguillo de la iglesia” (32). Antes, los danzantes ejecutan las piezas de paloteo en la plaza. En Galve, en cambio, la almoneda se lleva a cabo al final de la procesión del primer día festivo (normalmente el tercer viernes del mes de agosto), en el patio de la Iglesia Parroquial. El alcalde y otro vecino –en los últimos años Celedonio Sierra- son los que subastan los bandos destinados a la Iglesia –nunca a los danzantes- y a veces algunas rosquillas.
Por último, en cuanto al esquema particular de la fiesta galvita, hay que reseñar las actuaciones que efectúan por la tarde en la plaza Mayor. Forma parte de la tradición descomunal que existe en Galve, ya que antaño permanecían bailando casi sin cesar (y por caminos de polvo y tierra) tres días seguidos, además de la víspera. En Valverde, el papel de los danzantes está más concentrado. Muchas de las danzas que practica el grupo de Galve son a petición del público que, a través del Zarragón, participa directamente en la fiesta. El peticionario pide la danza, el Zarragón se la concede y ordena a los danzantes su ejecución. Idéntico ritual desarrollan en Valverde por la tarde, después de comer, cuando los danzantes, el Zorra y el pitero se reúnen ante la puerta del templo parroquial. Los espectadores recompensan en todo caso a los artistas con una propina. El Zarragón de Galve cierra la danza profiriendo un grito amable al peticionario. En Valverde esto se conoce como “dar el viva”. Simplemente consiste en la ejecución de la danza añadiendo al final el nombre de la persona que haya hecho la petición, a cambio de una propina, de la siguiente manera: “¡Viva la señora… y su familia!” (33).

e) Transmisión generacional de padres a hijos. La transmisión ha sido un factor de análisis esencial para reflejar la historia de las fiestas del Pinar y de la Octava del Corpus. Es un axioma generalmente aceptado que los dos procesos que marcan los pasos de una tradición son los de su conservación y transmisión, a los que habría que añadir el de su recuperación en los casos que fuera preciso y pudiera darse tal circunstancia. En Galve y en Valverde tenemos dos ejemplos paradigmáticos. Las fuentes orales de ambos pueblos aseguran que la fiesta se remonta a sus ancestros, en unos saltos generacionales que Dios sabe hasta qué época nos remontaría. Las fiestas son, pues, “de toda la vida” (34). Hasta tal punto esta afirmación es cierta que en Valverde podemos convenir que la base de la fiesta de la Octava consiste en la rigurosidad con que efectúa su propia transmisión. A los más veteranos les cuesta abrir el paso a los jóvenes, pero cumplen con el rito de enseñar las danzas a éstos. Tal actitud es la que mantiene viva e invariable a la tradición. El compromiso de traspasar la tradición y, si es posible, de padres a hijos. Un relevo generacional que hace que el baile se mantenga “sin perder su antiguo sabor en ninguna de sus manifestaciones” (35).
Antaño el aprendizaje se materializaba en “hacer varios ensayos de las danzas y de la representación teatral, comenzando allá por la Ascensión, así como todos los domingos posteriores y preparaban los paloteos y el Auto Sacramental” (36). Hoy casi ningún danzante vive en Valverde, así que se juntan un par de domingos antes de la fiesta para preparar el día grande.
En Galve la transmisión de la fiesta ha sido mucho más costosa. La despoblación que padeció el medio rural español a fines de los sesenta provocó la interrupción del relevo generacional en la danza y, en consecuencia, ésta permaneció varios lustros hasta que volvió a recuperarse, hecho que no ocurrió hasta el 15 de agosto de 1989. Antes hubo intentos esporádicos por resarcir la danza llegando incluso a bailar en alguna fiesta a finales de los setenta (37).
Es importante reconocer el esfuerzo que supone para decenas de generaciones el hecho de mantener una costumbre que se considera algo propio, pero no desde un prisma de individualidad, sino colectivo. Es el conjunto del pueblo quien custodia la danza, necesitado siempre de esta clase de actos para evadirse de la realidad y para remarcar la jerarquía social de sus actores. “A través de la fiesta nos unimos a la conciencia colectiva, volvemos a enfrentarnos con nuestra tradición y aparcamos por unas horas o por unos días el radical aislamiento que nos separa de nuestras raíces: las de todos los que integramos el colectivo humano” (38).
En Galve, los danzantes mayores enseñaban a los jóvenes en ensayos que se celebraban unos ocho días antes de la fiesta. Los niños copiaban de los veteranos y había disputas por acceder al grupo. De este modo, la continuidad de la tradición estaba asegurada, ya que existían tres o cuatro grupos de danzantes, pertenecientes a diferentes generaciones, si bien los “titulares” eran los de mayor edad (39). Todos los hombres aprendían a bailar y la sustitución generacional se producía con toda naturalidad, exactamente, hasta finales de la década de los sesenta. A partir de aquí, la emigración hace estragos en la danza hasta los noventa, época en que se ha recuperado con extraordinario vigor y solidez. Esta labor se ha desempeñado gracias a muchos vecinos, a los jóvenes que se han interesado por la danza y, sobretodo, a dos antiguos danzantes: Pascual Gordo Montero y José Herrero Montero, jubilados ambos de 65 y 66 años, respectivamente. Ellos han conformado la pareja encargada de pasar la tradición, es decir, enseñar las danzas a multitud de niños y niñas del pueblo. “Nadie nos ha ayudado, es más, algunos decían que los chicos nunca iban a aprender” (40). En la fiesta de 2001 Galve contó con dos cuadrillas de danzantes formadas por jóvenes, y su asociación promovió durante este año la organización del II Encuentro de Danzantes de la Provincia, una página web en Internet del pueblo, la publicación de un boletín de la fiesta y diversas actuaciones fuera de Galve. Los resultados son incontestables.

f) Los trajes. Éste es, casi siempre, uno de los aspectos más vistosos de las fiestas populares. Pero si las mismas ostentan también la etiqueta de ‘tradicional’, en ese caso, el atuendo adquiere la categoría de documento histórico. O casi. Porque, en líneas generales, suele reflejar el estilo de la fiesta y algunos de los misterios que ésta esconde. Veámoslo, pues, en los dos casos que nos ocupan.
Si establecemos paralelismos entre el traje utilizado por los danzantes de Valverde y el de los danzantes de Galve, observamos tres bien claros: la variedad cromática, el uso de camisa blanca de manga larga con cuello de picos y de alpargatas de cáñamo, de esparto. Es muy sugerente la viveza de colores de uno y otro atuendo. En Galve siempre ha ocurrido así, con independencia del diseño general, a rayas verticales o en estampado de flores. En Valverde también, sobretodo en las cintas y en el bordado de los mantones, que son preciosos.
Estos mantones son grandes y están anudados a la cintura, simulando una falda y cubriendo el pantalón blanco. “Probablemente hayan sido cuidadosamente guardados de un año para otro a lo largo de los tiempos y así transmitidos de padres a hijos a lo largo de generaciones” (41). Hay que destacar el bordado que exhiben en hilo de seda de todos los colores “que destacan sobre el fondo negro” (42). Es significativo que en el corazón de la Castilla sobria y austera, de recias maneras, pervivan a estas alturas peregrinas costumbres capaces de asombrar a nuestras pupilas. Los sombreros, mitras o canastillas que coronan el atuendo valverdano, el mencionado bordado de sus mantones y los colores que adornan el pañuelo, la chaqueta y el pantalón de Galve, representan la vertiente más profana de este tipo de danzas. Es curioso el proceso de adaptación del cristianismo –nada dado a estas licencias-, rebautizando como propias tradiciones paganas, algunas de cuyas reminiscencias han sobrevivido al paso de los años.
El pañuelo se utiliza de distinta manera en los dos pueblos. En Valverde lo llevan anudado al cuello, en forma de corbata, haciendo juego con la mitra y el mantón; y en Galve se exhibe como tocado, en la cabeza, al estilo del cachirulo maño. Los danzantes de Galve siempre han llevado el pañuelo diferente, cada uno como quería, y algunos eran auténticas piezas de diseño. Hoy todos utilizan el mismo tipo de pañuelo, de tela, similar en los colores a la chaquetilla y el pantalón.
El calzado también es otro punto concomitante. Ambos grupos practican sus danzas ayudados por alpargatas de suela de cáñamo o de esparto, de color negro en Valverde y blanco en Galve, aunque antes de los cincuenta también los llevaban atados con cintas negras. Son zapatillas muy parecidas a las “miñoneras” de Zaragoza, y a las clásicas que se han extendido por toda Castilla (43).
Podemos decir, pues, que la vestimenta es un punto fuerte de las Danzas de Valverde y de Galve. Hoy por hoy son completamente diferentes: en la forma y en el fondo, ni siquiera se parecen como antaño en los colores. El significado ritual de muchos aspectos de sus atuendos todavía a estas alturas los desconocemos. Y quizá siempre nos quedemos con esa incógnita. Sea como fuere, su relación a lo largo de los tiempos está comprobada y documentada.

g) Los palos y las castañuelas. Se trata del punto concordante más gráfico entre el paloteo de Galve y el de Valverde. Incluso los neófitos de las tradiciones son capaces de atisbar tal analogía. Los palos son un elemento básico en ambos rituales. Simbolizan la rudeza de los viejos pobladores, el carácter guerrero de los antiguos practicantes de estos ejercicios. El paloteo de Galve quizá presenta un grado mayor de intensidad que el valverdano, lo que va íntimamente ligado al sentido profano que impregna a la danza galvita. Las de Valverde, en regla general, son danzas más serias, más tranquilas, acaso acentuando la solemnidad del Corpus.
Los palos que se utilizan los danzantes de Galve tiene un proceso de extracción “tradicional”, heredado con el paso de los años entre la gente del pueblo. Se cortan ramas verdes de “mariselva” que se pelan con navaja y se dejan secar para después perforarlas por un extremo, por donde se mete una cinta, cada danzante de un color, con la que poder sujetar los palos cómodamente.
Las medidas de los palos suelen ser de 50 cm. de largo, teniendo 2 o 3 cm. de diámetro. Se prefiere que tengan en la punta un nudo, llamado en Galve popularmente “cachiporra”. Los danzantes de Valverde, por su parte, van provistos de palos más gruesos que los que se utilizan en Galve, si bien el tamaño es muy similar. Son palos que producen un cimbrado singular acorde con el ritual.
Además de los palos, los dos grupos de danzas se ayudan en algunas piezas de las castañuelas. Son muy similares en ambos pueblos. Se caracterizan por ser ovaladas, compuestas de dos trozos, aproximadamente cóncavos, de madera, tela prensada o fibra de 20 cm. de largo por 8 cm. de ancho. En el caso de Galve están unidas por una cinta del mismo color que la de los palos. Los danzantes no cuelgan las castañuelas de las fajas, puesto que en la copla inicial y final (que en Valverde se denomina “enlace”), idéntico en todas las danzas, es necesario tocarla con aquéllas.
Es curioso destacar, además, la posición que adoptan los danzantes para hacer uso de las castañuelas. En Valverde los danzantes alzan los brazos por encima de los hombros, al estilo de los joteros de Aragón. En Galve, por el contrario, y quizá porque su uso es más habitual, los danzantes levantan los brazos a media altura adoptando una figura mucho más cómoda, aunque quizá menos vistosa.

3.3. Pasos de las danzas

Ya hemos visto que, con sensibles diferencias, el esquema general de la Danza de la Virgen del Pinar y de la Octava del Corpus es exactamente el mismo que la Iglesia ha impuesto y que el pueblo aceptó hace ya mucho tiempo: “misa, pasacalle, procesión, banquete, baile y fuegos de artificio” (44).

Aceptado este análisis, subyacen paralelismos explícitos en el ritual de la danza, así como en los pasos que los danzantes efectúan de forma sistemática. Se trata de una “especie de pasacalle en el que los danzantes van cambiando de pareja y haciendo entrechocar y sonar sus palos, chocando unos con otros de forma alternativa. Es decir, unas veces lo hace uno de los danzantes entrechocando sus palos en forma de cruz con su pareja correspondiente y otras veces con los palos restantes” (45). Éste sería el movimiento estándar de los danzantes, especialmente válido para los de Galve.
El grupo, compuesto por ocho integrantes o paloteadores, se divide asimismo en cuatro guías –los que están situados en las esquinas- y los cuatro del centro. El movimiento más habitual en Galve es el siguiente: el danzante de la esquina entrechoca sus palos con el de enfrente mientras se mueve hacia el que tiene a su lado, terminando en la otra esquina entrechocando los palos con el que al empezar la danza estaba situado en la otra punta de su misma fila.

Los números señalados en las láminas que acompañan a estas líneas corresponden al orden secuencial en que se producen los movimientos en la danza.

(Insertar aquí Lámina I)

El movimiento se completa con la vuelta al puesto original que ocupa cada danzante, dar un fuerte salto adelante y “pasar de calle”, es decir, situarse en la siguiente fila. Los esquineros cambian su posición frente y lateral en cada copla. Cada danza se compone de cuatro coplas, o sea, cuatro calles aunque el grupo cambia la figura horizontal (al empezar la danza) por la vertical (al acabar la danza).
(Insertar Lámina II)

El grupo quedaría situado de la siguiente forma; y vemos la evolución de nuestro danzante/punto. Cada danzante termina la danza en el sitio en que la comenzó.
(Insertar Lámina III)

Las tres figuras intentan ilustrar el paso base en la danza de Galve. El paloteo es fuerte y vigoroso, igual que la música, aunque también hay melodías suaves y monótonas. Este paso es el que se utiliza para ejecutar danzas como El Pastor, Señor Mío Jesucristo, La urraca o Tres hojas. En el resto de danzas hay variedad de movimientos. El Cordón es la clásica en que los danzantes enroscan las cintas alrededor de un mástil con forma de cruz; y El Castillo es una torre humana que corona con uno de los danzantes puesto boca abajo (46).
En las danzas tituladas Taraverosán y Tero-Lero cada danzante entrechoca sus palos con todos los danzantes que estén en su fila, como observamos en la siguiente figura:
(Insertar Lámina IV)

La danza de La Rosa también es original. El movimiento consiste en que los danzantes esquineros realizan un paso frontal y lateral situándose en el centro de las dos filas, para después volver a abrirse y “pasar de calle”:
(Insertar Lámina V)

El esquema general de movimientos de los danzantes de Valverde es muy similar al de sus colegas de Galve. Las danzas de Valverde son de dos tipos: de castañuelas y de palos. “A ellos hay que añadir un subtipo de castañuelas y cintas” (47). La música, como en Galve, es de gaita y tambor.
Parece ser que sólo se conservan seis danzas de las doce que se recuerdan: Los Molinos, La Perucha y El Capón, de palos; La Cruz y El Verde, de castañuelas, y El Cordón, de cintas. Las perdidas son El Garrullón, La Redonda, Las Campanillas, el Tiroteo, Los Capuchinos y El Cordón del segundo día (48).

IV.- LAS BOTARGAS: EL ‘ZARRAGÓN’ Y EL ‘ZORRA’

Las botargas son las figuras festivas de carácter ritual que salen por las calles de multitud de pueblos de la provincia de Guadalajara, fundamentalmente en las comarcas de La Campiña y de la pre-Sierra (49). Aparecen en su mayoría en la época de Carnaval o a principios de año, marcando el inicio del calendario festivo y cotejando al público al calor de sus carreras y groserías.
También se consideran botargas a los personajes que acompañan a los grupos de danzas, si bien en algunas poblaciones reciben nombres específicos. Es el caso de Galve y de Valverde, donde se les conoce como Zarragón y Zorra, respectivamente (50). En uno y otro caso presentan características comunes a través de las cuales se las puede identificar en un mismo “corpus” festivo. La originalidad de sus atavíos, la extravagancia de movimientos o la capacidad que ostenta dentro de la danza para dirigir al grupo son algunos de esos rasgos a los que aludimos. Las funciones, en cualquier caso, son muy parejas. Es interesante, creemos, compararlas entre sí y con las del resto de botargas de la tierra de Guadalajara.
a) Funciones del ‘Zarragón’ y del ‘Zorra’. Nos referimos a las funciones específicas que desempeñan estos personajes en sus fiestas. El zarragón de Galve es interpretado por un joven del pueblo que actúa como botarga o jefecillo del grupo de danzantes desarrollando, básicamente, una misión organizativa: poner la hora que se han de reunir los danzantes, imponer multas si éstos no cumplen, mantener el orden, recoger el dinero recaudado, abordar a los forasteros y al público en general para que éstos soliciten danzas y, además, pedir la voluntad a todos los vecinos, casa por casa, en el toque de diana del primer día de las fiestas patronales. El Zarragón, mientras los danzantes ejecutan las danzas, baila, salta y entrechoca sus palos entre sí al tiempo que anima a la gente, por ejemplo, sacudiéndoles con sus estacas huecas –así no hace daño a la chiquillería- en las tardes de danzas en las fiestas del pueblo (51).
El Zarragón, al igual que su homónimo valverdano, tiene unas funciones establecidas en la fiesta, pero su actuación en algunos momentos es libre del grupo de danzantes, y eso le otorga una especial relevancia y autonomía (52). El Zorra de Valverde, por su parte, no tiene quizá el papel estelar que ostenta la botarga en Galve. Sin embargo, desarrolla casi las mismas ocupaciones en el ritual: dirige a los danzantes y los ayuda en la danza de “La Cruz” y aguantando el mástil con el que ejecutan la danza de las cintas; vocea la subasta de rosquillas y la almoneda y persigue a los chiquillos –aunque cada vez menos- ayudado por un látigo.

b) Simbolismo ritual. Ya hemos dicho que, si bien las dos botargas actúan acompañadas de los danzantes, sus movimientos son un tanto independientes del grupo. Serrano Belinchón escribió que el Zarragón de Galve “representa al demonio y suele danzar alrededor de los demás componentes” (53). Se trata de un personaje caricaturesco que, como el Zorra de Galve, no lleva careta ni tampoco se pinta la cara. Ambos van tal cual, vestidos de forma chillona, pero a cara descubierta. Las acciones del Zarragón son parte esencial de la ritualidad de la ‘Danza’ de Galve. No lo identificamos con el demonio, lo cual no exime de que pudiera representarla en alguna etapa del pasado. Es un elemento festivo diáfano, alegre, atrevido, provocador y “propiciador de crecimiento” (54). Para acometer esta tarea, es imprescindible que el Zarragón sea interpretado por una persona viva, de carácter afable y abierta a la fiesta y al público. Lejos del papel austero que representa en Valverde, el Zarragón tiene encomendada las tareas organizativas de la fiesta, pero sobretodo animar la danza para goce y deleite de los asistentes. El protagonismo del Zarragón no desdeña a los danzantes. Ambos personajes se complementan y los nueve constituyen el máximo atractivo de la celebración.
López de los Mozos es el investigador que mejor ha diseccionado el simbolismo del Zorra de Valverde. Sale con los danzantes pero sin taparse la cara, “al ser visto por todos, no pueda hacer mojiganga, ni mucho menos actuar con la jocosidad que, a veces, caracteriza a otras botargas y por lo tanto se dedique a dirigir la danza y a la almoneda de las roscas” (55). Ignoramos su origen etimológico y su génesis, pero en la actualidad el Zorra restringe su papel al ya significado anteriormente. También participa en los oficios religiosos, puesto que el componente cristiano es muy importante en el ritual valverdano. “Poco más tarde del siglo XIV comenzarían las representaciones, en el interior de las iglesias, de obras cortas de teatro de las que se sacase un beneficio moral, o las danzas ante el Santísimo, que una vez llegado el momento en que los abusos de botargas y personajes hicieron que estas manifestaciones del sentir popular tuviesen que llevarse a efecto fuera del recinto sagrado” (56).

c) El traje. Probablemente ésta sea la característica común más llamativa entre ambos personajes. El atuendo del Zarragón y del Zorra se parecen, básicamente, en su colorido, en las diferencias con sus respectivos grupos de danzantes y en el tocado. Todo esto ratifica la libertad de sus movimientos dentro de la danza. El traje de Zarragón consta de camisa blanca de algodón; faja ancha, negra, colocada alrededor de la cintura; chaleco negro de pana lisa; chaqueta corta, de tela a rayas horizontales amarillas y azules, diferente a la de los danzantes, con solapas pequeñas adornadas con dos escarapelas, entallada, con un corte horizontal en la cintura que salen los faldones terminados en pico, que llegan hasta las corvas. Los chiquillos y no tan pequeños juegan a darle tirones de los faldones. Completa el atuendo el pantalón de la misma tela que la chaqueta, de hechura semejante al de los danzantes, pero con un pequeño volante en la boca de cada pernera, que termina en picos; cubriendo los pies utiliza medias de lana negra (de las usadas por las mujeres); alpargatas de esparto atadas con cintas negras, idénticas a las de los danzantes y, finalmente, gorro de distinta tela que el pantalón y la chaqueta, ajustado a la cabeza, del que pende una borla amarilla. No es un pañuelo como el de los danzantes sino un gorro, lo que acentúa la diferencia de este característico personaje con el resto de los danzantes (57).
El traje de Zarragón ha variado tantas veces como el de los danzantes, pero siempre ha mantenido dos aspectos: su vistosidad y sus diferencias con el resto del grupo. El Zorra de Valverde luce chaqueta de paño en colores rojos, amarillo y negro, correspondiendo cada color a una pieza de tela distinta y están unidos de manera original, “simulando el anverso y reverso de una chaqueta reversible cuyo anverso sería el lado derecho y el reverso el izquierdo o viceversa” (58). En la cabeza lleva una gorra (o gajos de colores en tonos rojos, los llama Isabel Sanz) calada hasta media frente y ladeada hacia el costado izquierdo, “recordando bastante a las chapelas vascas”.
d) Rasgos antropológicos. La ciencia antropológica constituye la mejor herramienta para analizar manifestaciones culturales como las que nos ocupan. La reflexión humana vale tanto para la acción de los danzantes como, en este caso, del Zarragón y del Zorra. Difícil explicar de otro modo las correrías de estos personajes, su función burlona, sus guiños al personal, sus expresiones extrovertidas. Y más complicado aún encajar su ritual en el ámbito de una tradición festiva cristiana. La historia permite estas cosas sin menoscabo de la misión, en cierta medida caricaturesca, que desempeñan este tipo de botargas. Pero lo cierto es que la tradición se mantiene inalterable con el paso de los años, ya que se transmite a lo largo de generaciones y en Valverde incluso de padres a hijos.
Todo esto tendría como consecuencia algo así como la “trasposición de los valores”, en este caso culturales y no sólo de género, de la llamada cultura popular. Es posible que en tiempos lejanos estos “zarragones” o “zorras” representaran al demonio, al diablo o a cualquier otro icono de la historia antigua. Es casi imposible averiguar su génesis ritual, si bien podemos deducir sus diferencias con respecto a las funciones que desarrollan a día de hoy. Animan la fiesta y a sus propios compañeros-danzantes; participan en los oficios de la Iglesia, lo cual redunda en la solemnidad del acontecimiento; y mantienen durante la danza una serie de costumbres que le hacen adquirir un protagonismo especial. El pueblo (y el público) no lo detecta únicamente como un danzante más, corriente, sino como un integrante decisivo en la ejecución completa del ritual. En Galve, por ejemplo, resulta encomiable la veneración que existe en la actualidad para los niños que han aprendido las danzas, pero es sintomático que sea aquél que ocupa el papel de Zarragón, el que concita el mayor número de parabienes y el que centra la atención de casi todos.
Tanto el Zarragón como el Zorra, igual que las botargas de la Alcarria o de la Campiña o cualquier otra careta de las tantas que salen por tierras peninsulares, pertenecen a ese género de manifestaciones festivas carnavalescas que trascienden a su época primitiva. Existen botargas de invierno y ahora también de verano. Los tiempos cambian y las tradiciones también. Muchas botargas, como la de Majaelrayo, son trasladadas a época estival por decisión del pueblo o bien por facilitar la ejecución de la fiesta. Las de Valverde y de Galve también se salen fuera del calendario invernal, si bien los rasgos generales de cada una son comunes: capitanear al grupo, dirigirlo, ahuyentar a la chiquillería con estacas huecas (Galve) o con un látigo (Valverde), la ausencia de caretas en las mojigangas y su significado religioso (59).

V.- LA LETRA DE LAS DANZAS

Dejamos por un lado las melodías de ambas fiestas, que merecería un estudio aparte, y por otro, el análisis de lo que podríamos denominar ‘objeto final de la danza’, es decir, aquello por lo que los antiguos pobladores comenzaron a bailar unas piezas que hoy, felizmente, continúan llevándose a efecto, en algunos casos, de forma vigorosa. Nos centramos ahora en las letras de estas danzas, o lo que es lo mismo, en la belleza o la fealdad que nos puedan transmitir pero que, en todo caso, llevará implícito un mensaje final, por muy prosaico que éste pueda parecer. Es muy importante repasar las letras de las danzas, aunque muy a menudo pasan por ser uno de los ámbitos secundarios de las mismas. Las danzas se interpretan musical y coreográficamente. Sin embargo, el contenido que pretenden transmitir se halla en la letra. Por tal motivo le dedicamos esta apartado.
Si comparamos las letras de los paloteos que abundan en la geografía peninsular, nos daremos cuenta de hasta qué punto pueden considerarse fruto de una misma “cultura”, o de un mismo pasado, corroborando así los vínculos históricos que las unen. Si a ello le agregamos el ya mencionado factor geográfico, las consecuencias son bastante obvias. Así pues, las letras que acompañan a la música de las danzas de Galve y de Valverde presentan similitudes diáfanas que demuestran su interrelación (60). Las diferencias, aunque existentes, son mínimas, casi imperceptibles. En este punto detallamos las relaciones entre la letra de las danzas galvitas y las valverdanas, repasando al tiempo el título de todas las piezas.
A continuación hemos agrupado todas las letras en función de una serie de aspectos que presentan en común:

5.1. Danzas en las que aparecen nombres del lugar.

En Galve no hay ninguna danza que contenga algún nombre propio del lugar. En Valverde, en cambio, se cita el de “Juan Benito” en la danza de “La Perucha”:

Juan Benito, el sacristán
y su primo Tomasillo,
y Santos, el mayoral,
todos fueron la causa
del hurto del animal.

Otro nombre, el de Pedro López, aparece en la danza de “Los Molinos”, aunque desconocemos si este señor / personaje es oriundo de Valverde:
Al molino de Pedro López
se le ha encenegado el caz,
y si no le limpian pronto
el agua se le pasará.
(…)
En el molino de Pedro López
juntita la harina está,
y si no le limpian pronto
el agua le llevará.

5.2. Danzas en las que aparecen útiles y escenarios del campo.

Tanto las danzas de Galve como las de Valverde tienen en su medio natural de celebración –el campo, el mundo rural, como gusta llamarlo ahora-, una de las principales fuentes de inspiración de sus letras. Costumbres propias del lugar, aperos del campo utilizados en las ya viejas labores o la simple recreación de un escenario natural, conforman el corpus de danzas que aunamos en este capítulo, y que ponen de manifiesto la relevancia del agro en la cultura popular.
El campo está presente en las danzas de Galve y de Valverde en algunas melodías. La danza de “El Capón” (Valverde) refleja varios términos propios de este campo semántico:
– El zurrón: bolsa grande de pellejo, que regularmente usan los pastores para guardar y llevar su comida u otras cosas.
– La alcuza: vasija de barro, hojalata o de otros materiales, generalmente de forma cónica en que se guarda el aceite para diversos usos.
– La fragua: fogón en que se caldean los metales para forjarlos, avivando el fuego mediante una corriente horizontal de aire producida por un fuelle o por otro aparato análogo.
– El capón: dícese del hombre y del animal castrado (61).

Por aquel gallo capón
Que por mi puerta pasó,
No le quiero, no.
(…)
Zurrón sin pan,
alcuza sin aceite,
bolsa sin dinero.
¡Vuélvete cuero!

Cuatro fraguas tiene el herrero
y un carbonero
y a todas las da carbón.

El zurrón, un utensilio muy característico de la vida en el pueblo, también surge en la danza de “El Pastor” de Galve de Sorbe, también conocida con el título “Cuando me casó mi madre”:

Cuando me casó mi madre
me casó con un pastor.
Cuando viene por la noche
me trae rasgado el zurrón.
No me deja ir a misa,
tampoco a la procesión,
que quiere que me esté en casa
remendándole el zurrón.
El reñir; yo a regañar,
y el zurrón se ha de remendar.

La danza de “Los Molinos” también es rica en contenidos de esta materia; resaltamos los siguientes términos:
– El molino: máquina para moler, compuesta de una muela, una solera y los mecanismos necesarios para transmitir y regularizar el movimiento producido por una fuerza motriz; como el agua, el viento, el vapor u otro agente mecánico.
– El caz: canal para tomar el agua y conducirla a donde es aprovechada.
– La harina: polvo que resulta de la molienda del trigo o de otras semillas.

Al molino de Pedro López
se le ha encenegado el caz,
y si no le limpian pronto
el agua no pasará.

Estribillo.

En el molino de Pedro López
juntita la harina está,
y si no le limpian pronto
el agua le llevará.

En Galve de Sorbe el número de danzas conservadas es mayor que en Valverde de los Arroyos. En consecuencia, el número de letras lo es también en las mismas proporciones, especialmente cuando se trata de reflejar el paisaje y el paisanaje. En la danza “Es, María pura y bella” se menciona el molino, ya significado, y otros dos:
– El batán: máquina generalmente hidráulica, compuesta de gruesos mazos de madera, movidos por un eje, para golpear, desengrasar y enfurtir los paños.
– El trigo: género de plantas de la familia de las gramíneas, con espigas terminales compuestas de cuatro o más carreras de granos, de los cuales, triturados, se saca la harina con que se hace el pan.

El que quiera batán y molino
muchos hijos y mala mujer,
muchos hijos, poco trigo,
no te falta que atender.

La vida diaria, el costumbrismo, las imágenes que nos retrotraen a tiempos pretéritos, tienen cabida en la letra de las danzas galvitas. Así, por ejemplo, se citan los típicos cuartillos de vino y algo tan simple y hoy muy demandado como es el agua. La “marcha prusiana” o “Tero-Lero”, mezclando el ambiente de pueblo con un cierto aire militar; incluso la música, austera y monótona, lo confirma:

Toca la marcha prusiana, Mariana
y echa cuartillos de vino como agua.
Paso regular
Y echa las trompas a andar.
Tero lero, lero, lero, lero, lan. (10 veces).
El mundo de la nobleza tampoco es ajena a estas danzas. Es un tema recurrente de la cultura popular tradicional. La pieza galvita que lleva por nombre “Los hidalgos de Bustares” es un guiño a la picaresca del casticismo, a los poetas del Siglo de Oro y a la literatura clásica española. Un capítulo del Lazarillo de Tomes, en el que el ingenuo protagonista es acogido por un hidalgo de postín, bien vestido pero pobre como el último mendigo, podría sintetizarse en los siguientes versos:

Los hidalgos de Bustares
cuanto más hidalgos son,
cuanto más se alarga el día
más se acorta la ración.

La visión de la hidalguía de Bustares, extrapolable a la de toda Castilla, es tan burlona, aunque menos estética, que la que traza con rasgos simplones el mundo de la caballería. La danza “Madrugaba un caballero” es un paradigma de ello:

Madrugaba un caballero
la mañana de San Juan
a dar agua a su caballo
y a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
oye un rústico cantar,
las aves que iban volando
se pararon a escuchar.

5.3. Danzas es las que aparecen elementos de la Naturaleza.

Básicamente este tipo de danzas aparecen en la fiesta de Galve. Dos piezas –“Tres hojas” y “El verde”, cuyos títulos ya son significativos- recrean la naturaleza en la Danza galvita. En la primera, respectivamente, se hace referencia a los árboles y, cómo no, a las hojas (62):
Tres hojas
en el “arbolé”.
Tres en el aire
‘meneabansé’.

La danza de “El verde” o “Al verde retama” cita a las retamas y al olivar, recreando un paisaje idílico y simpático:

Al verde retama, “chulitanga”,
al verde, al verde.
A la sombra, a la sombra,
a la sombra de aquel olivar,
“chulitanga” y mar “serená”.
Que sí, sí, sí.
Que no, no, no.
Y aquel que moneda no tiene,
“chulitanga” y allí se quedó.

Quizá la danza del “Taraverosán”, una de las más conocidas del repertorio galvito, condensa en pocas líneas una retahíla de coles y verduras que demuestran la influencia del tema campestre en la coreografía de Galve:

Taraverosán
toca la Marianilla
taraverosán
tocar a bailar.
Tronchos, coles,
pepinos y melones,
rábanos, acelgas,
lechugas, pilongas,
clavo, canela,
pimiento y azafrán.

Por último, hay que reseñar la danza “La Rosa”, sencilla en su ejecución y cuya letra dibuja una vista excelsa, acorde con la temática general de esta clase de danzas:
La rosa en el prado verde
ella mismo dijo así:
¡qué hermosura, qué belleza!
si no me sacas de aquí.
Los danzantes de Valverde ejecutan la danza de “El verde”, que recibe el mismo nombre que en Galve pero que carece de letra. No resulta complicado imaginar que ambas piezas han utilizado las mismas fuentes para sus respectivos pasos. En la danza de “Los Molinos” se citan, como ya hemos reflejado, el molino, la harina y el agua, los cuales no dejan de ser elementos propios relacionados con el medio natural y sus estampas habituales. En el caso de Valverde, decir también que la naturaleza cobra especial relevancia en la escenografía, puesto que los danzantes bailan algunas de sus piezas más destacadas en las eras del pueblo, al pie mismo del pico Ocejón y en medio de laderas exuberantes que generan unas vistas espléndidas y de gran belleza.

5.4. Danzas en las que aparecen oficios tradicionales.

La vida moderna o posmoderna ha acarreado, intencionadamente o no, la pérdida de numerosas labores artesanales, ligadas al mundo rural, y cuya función social era fundamental para estas sociedades. En el mejor de los casos, tales oficios se han visto reducidos a exiguos trabajos más o menos manuales que sirven de reclamo turístico para los pueblos del interior. Tal es el caso del pastor, hoy una actividad en desuso, pero igualmente importante. La danza galvita que lleva su nombre, cuya letra hemos trascrito en el apartado 5.2 de nuestro estudio, lo refleja de manera muy precisa. De igual manera, la labor del caballero, citada en la danza “Madrugaba un caballero”, y que no deja de recordar al famoso romance del conde Olinos, muy popular en la literatura clásica española.
La figura del molinero surge en la danza “Es María, pura y bella”, de Galve, y en la de “Los Molinos”, de Valverde. La letra de ésta última la hemos trascrito en el punto 5.1 y la de aquélla en el 5.2. El carácter militar, por otra parte, conforma la esencia de la danza “Marcha prusiana” o “Tero-Lero”. Su música mantiene concomitancias con una marcha militar, así como su letra que hemos dejado escrita en el apartado 5.2 del presente trabajo.
Otro oficio muy popular es el de tabernero, o tabernera. Las tascas de los pueblos han sido, son y seguirán siendo –si la despoblación no lo fastidia- uno de los centros neurálgicos de la vida en el pueblo. La cultura popular se ha fijado en el ambiente que se crea a su alrededor para escribir letras como la que ilustra el final de la danza de “La Urraca”:
Que si quieres que te ronde a la puerta,
tabernera de mi corazón;
que si quieres que te ronde a la puerta,
dame del vino mejor.

Aparte del ejemplo que ya hemos mencionado del “molinero”, en Valverde aparecen oficios tradicionales como el de herrero y el de carbonero, aunque no sean éstas actividades muy extendidas por la sierra norte de Guadalajara. La danza de “El Capón” los cita así:

Cuatro fraguas tiene el herrero
y un carbonero
y a todas las da carbón.

5.5. Danzas en las que aparecen elementos religiosos.

Resaltar a estas alturas la trascendencia del factor religioso en las danzas de ritual resulta una obviedad, aunque nos permite introducir este punto que, sin duda, es fundamental para entender las letras de las fiestas que analizamos en estas líneas. Las danzas de solemnidad, como las de Galve y las de Valverde, si bien pudieron ser en un principio ritos propios de celebraciones paganas, hoy y desde hace ya muchos siglos, pertenecen al acervo festivo, ritual y cultural del cristianismo. La religión católica fue extraordinariamente hábil al propagar su mensaje a través de esta clase de festividades muy consolidadas en el vulgo. “La conciencia religiosa se manifiesta mediante ritos que atañen a toda la sociedad” (63). Es fácil comprender que la doctrina católica impone su voluntad y lo que algunos llaman idiosincrasia, en la existencia de la práctica totalidad de elementos que jalonan la vida humana, ya sean de carácter natural o material, y también las conciencias de quienes se identifican como fieles. Fiestas como las que reseñamos han sido utilizadas a lo largo de los tiempos como vehículos para la proyección de la palabra de Cristo, incluso en los lugares más alejados de nuestra geografía, lo cual subraya las intenciones de la Iglesia católica, por un lado, y la voluntad posterior del pueblo, claramente de aceptación.
En el catálogo galvito, las referencias a rituales propios del cristianismo son constantes, además del ambiente netamente católico en el que se inscribe su celebración. Igual pasa en la danza de Valverde. Sin embargo, hay tres piezas en Galve que reflejan de manera diáfana esta influencia religiosa. La letra del “Señor Mío Jesucristo”, de alabanza de la figura de Cristo, es un ejemplo paradigmático:

Señor Mío Jesucristo,
Dios y Hombre verdadero
Creador y Redentor
de la Tierra y de los Cielos.
En nombre de Dios, amén,
vosotros dos también,
besando en la tierra,
que nos lleve a “usté” a gozar
de Dios a la Gloria eterna.

Otra danza, titulada “Admirable Sacramento”, continúa la misma línea de exaltación de algunos de los iconos del catolicismo:

Admirable Sacramento,
de los Cielos dulce prenda,
por siempre sea alabado
de los cielos y la tierra.
Purísima Concepción,
María de gracia llena,
concebida sin pecado,
que siempre alabada sea.

La danza “Es, María, pura y bella” es una de las más significativas en Galve, y cuya ejecución es de una factura hermosa y llamativa. La letra ensalza a María en sus primeras estrofas:
Es, María, pura y bella, ro [sonido tamboril]
de Joaquín bello clavel,
es hermana de Santa Ana, ro
y esposa de San José.
Aquí has de morir, traidor,
con escopeta y puñal,
y aquí has de morir, traidor,
sin poderlo remediar.

La ‘Danza’ de Valverde de los Arroyos, como ya hemos dicho en anteriores páginas, constituye un ritual festivo eminentemente católico, independientemente de sus orígenes remotos, que tampoco están contrastados. Tal afirmación se corrobora, por ejemplo, en la danza de “La Cruz”, que es una pieza musical bailada pero sin letra. Es la única que se ejecuta delante de la custodia. Lizarazu de Mesa lo describe del siguiente modo: “Por la mañana, después de la misa mayor, se sale en procesión hasta las eras del pueblo con el Santísimo Sacramento. Allí se ha instalado un altar ante el que danzan los ocho danzantes y la botarga (quien dirige el baile). Los danzantes llevan la cabeza descubierta. Se vuelve a bailar, como el resto de las danzas, por la tarde a petición del público. Es la más larga y acaba con un ¡Viva Jesús sacramentado!, dado por el botarga y los danzantes” (64).
Otra danza, la de “Los Molinos”, hace referencia explícita a Dios en su estribillo, que se repite hasta en cuatro ocasiones durante el desarrollo de aquélla:
¡Válgame Dios y si molerá!
¡Válgame Dios y si saldrá!

La presencia de elementos religiosos se palpa en otras danzas, como la de “La Perucha”, un poema de libre verso que dice lo siguiente, en alusión a las figuras del sacristán y el mayoral:

Juan Benito, el sacristán
y su primo, Tomasillo,
y Santos, el mayoral,
todos fueron la causa
del hurto del animal.

5.6. Danzas en las que aparecen las relaciones humanas.

Recabamos en este punto aquellas piezas que hacen alusión a relaciones humanas de diversa índole, estampas de lo cotidiano de una forma de vida antigua, desconocida para algunos y añorada para otros. La cultura popular, como es obvio, se fija en las actividades rutinarias del ser humano para establecer sus manifestaciones externas que, a fin de cuentas, no dejan de ser un espejo fiel de la mentalidad y de la cultura de quien las promueve. Las danzas de ritual no son una excepción. Tanto en Galve como en Valverde son comunes las letras que recrean, a veces con ironía e incluso con sátira, escenas costumbristas y simpáticas de la vida en el campo. La danza de “La urraca”, en Galve, es un caso muy claro:

Dice la urraca:
paga, paga.
Dice el cuervo:
luego, luego.
Dice el tordo:
todo, todo.
Dice el gorrión
que todos vivamos
en el ‘mogollón’.
Que si quieres que te ronde a la puerta,
tabernera de mi corazón;
que si quieres que te ronde a la puerta,
dame del vino mejor.

A veces también estas escenas derivan hacia un lirismo poético, como el que irradia la letra de “La rosa” o “El verde”, o hacia la sátira burlona como la danza “Los hidalgos de Bustares”. Forman parte, en cualquier caso, del cúmulo de danzas que resultan graciosas por su letra jocosa o moralista. A veces también se han heredado letras que tampoco tienen demasiado sentido, teniendo en cuenta el desconocimiento de su origen. Tal es el caso de “Las cadenas”:

¿Quién me las ha echado, madre,
las cadenas al pie?
¿Quién me las ha echado, madre?
Yo me las quitaré.

Más difícil de interpretar resulta el “Tero-Lero”, una danza que combina el rigor militar de su melodía y el juego simpático de los “cuartillos de vino” en su letra:

Toca la marcha prusiana, Mariana
Y echa cuartillos de vino como agua.
Paso regular.
Y echa las trompas a andar.
Tero lero, lero, lero, lero, lan (10 veces).

El coqueteo jocoso de la escena entre el pastor y su esposa se describe en la danza de “El pastor”, cuya letra hemos trascrito en el apartado 5.2 de este trabajo. Lo mismo que la relación entre el molinero y su esposa en la danza “Es, María pura y bella”, iconos que se repiten en la danza de “Los Molinos” de Valverde de los Arroyos:

Estribillo:

¡Válgame Dios y si molerá!
¡Válgame Dios y si saldrá!

Al molino de Pedro López se le ha encenegado el caz,
y si no le limpian pronto
el agua no pasará.

Estribillo

En el molino de Pedro López
juntita la harina está,
y si no le limpian pronto
el agua le llevará.

Estribillo

Crece el agua del río
y se le ha encenegado el caz,
y si no le limpian pronto
el molino no molerá.

Estribillo

En la fiesta de la Octava del Corpus en Valverde, la danza de “El Capón” se ejecuta por la mañana, en la plaza, después de la eucaristía y durante la subasta de rosquillas que se lleva a cabo ante el altar instalado para la ocasión. “Con el dinero obtenido se contribuye a pagar los gastos de la Cofradía del Señor, a la que pertenecen los danzantes. Se puede repetir por la tarde si es solicitada a cambio de un donativo lo que tiene lugar a la puerta de la iglesia” (65).
La letra de “El Capón” es, quizá, la más zumbona y sarcástica de cuantas se conservan en Valverde, puesto que utiliza un estilo directo y con palabras propias del campo semántico del lugar, acordes con las tareas que describe, tales como zurrón, alcuza, fraguas, herrero o el propio capón (66). Su letra recuerda en cierto modo a la danza de “El Pastor” de Galve, no sólo por las escenas que se explican, sino también por los términos empleados y la repetición de varias estrofas en cada una de estas piezas. “El Capón” valverdano dice así:

No le quiero, no (bis)
no, no, no. (bis)

Por aquel gallo capón
que por mi puerta pasó,
no le quiero, no.

Ven aquí danzando y bailando (bis)
ven aquí tú.

Zurrón sin pan,
alcuza sin aceite,
bolsa sin dinero.
¡Vuélvete cuero!

Cuatro fraguas tiene el herrero
y un carbonero
y a todas las da carbón.

Aquí verás, capón,
lograr tu coraje,
no serás mujer
de tan mal ‘trajer’ (bis).

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