La noche de las pistolas rotas
Guadalajara no fue una excepción al resto del país y vivió la intentona golpista con el aliento contenido, las calles vacías, o casi, y el teléfono del Gobierno Civil echando humo. La ausencia de incidentes fue la nota predominante durante las diecisiete horas y media que duró el asalto al Congreso de los Diputados, perpetrado por 200 guardias civiles al mano del teniente coronel Antonio Tejero. Los ciudadanos, como sus representantes políticos, se enteraron por la radio de la algarada, y sólo los vecinos de la calle General Vives Camino y aledaños sospecharon que algo había pasado, minutos después, cuando vieron la movilización de los GEO que eran llamados a concentrarse en su cuartel. Por lo demás, calma absoluta.
Ningún altercado
A la hora que Tejero irrumpe, pistola en mano, en el pleno que decidía la votación para elegir presidente a Calvo-Sotelo, tres diputados nacionales por Guadalajara permanecen dentro de la Cámara Baja: Luis de Grandes y José María Bris, de UCD, y Leopoldo Torres, del PSOE. El ex alcalde de Guadalajara pensaba que eran terroristas: “al principio creíamos que los que habían entrado eran etarras, pero la presencia de Tejero apuntando al presidente de las Cortes nos hizo ver que era un golpe de Estado al más puro estilo bananero”.
El talante conciliador se hizo presente en Guadalajara desde las primeras horas. Aquella noche no hubo ningún enfrentamiento serio entre las gentes de izquierdas y la ultraderecha alcarreña que, por aquel entonces, tenía una presencia importante. Falange contaba con tres concejales en el Ayuntamiento de la capital. Pocos dieron la cara, la mayoría permanecieron en casa a la espera de acontecimientos, pero fueron muchos menos los que celebraron prematuramente la victoria del golpe. El entonces gobernador civil de Guadalajara, Benigno de la Torre, un gallego con capacidad de ironía y retranca, recuerda que recibió una llamada en nombre de Fuerza Nueva. “Sí, me ofrecieron su apoyo e incluso me propusieron venir al Gobierno Civil a pasar la noche conmigo y traerme un refrigerio. Creo que me llamaron cuando lo estaban celebrando”, evoca.
Comunistas organizados
La organización del Partido Comunista, acrisolada durante la resistencia antifranquista, hizo que esta formación política fuera la que demostrara mayores reflejos ante lo que estaba sucediendo en la carrera de San Jerónimo. Los comunistas alcarreños tuvieron esa tarde una reunión en su sede y allí se encontraban a las 18,25 horas con su secretario provincial, Francisco Palero, como cabeza visible. Intentaron comunicarse con Madrid por teléfono pero las líneas estaban bloqueadas y, ante la ausencia de información, decidieron guardar sus archivos en casa de una familia no significada (en Azuqueca hicieron lo mismo y en la sede de los sindicatos). También pidieron a sus familiares que se marcharan a casa, por razones obvias de seguridad. Los que se quedaron en el local se dedicaron a pintar pancartas a favor de la democracia, por si fueran necesarias para el día siguiente, y a salir por las calles a ver cómo estaba el ambiente. Palero fue a visitar al gobernador civil y le pidió información. Pero encontró pocas respuestas porque, en aquellas horas, la confusión era la nota predominante. De la Torre le dijo que creía que Milans del Bosch –que formaba parte de la rebelión desde Valencia- apoyaba la Constitución pero ya a esas horas el gobernador civil de Guadalajara sabía, o al menos tenía datos para intuirlo, que la realidad era bien distinta. En Sigüenza, el entonces concejal comunista Javier García Breva, después de enterarse del golpe, decidió enterrar los archivos en un jardín.
En la capital, el teniente de alcalde por el PCE, Juan Ignacio Begoña se desplazó junto al resto de concejales hasta el Ayuntamiento. Y lo mismo hicieron en Azuqueca, donde gobernaba este partido con Antonio Rico y Florentino G. Bonilla como responsables. La consiga que tuvieron clara, en todo caso, era la de tranquilidad y no provocación. Y tampoco nadie fue a provocarlos.
Los socialistas
El entonces alcalde de Guadalajara, el socialista Javier de Irízar recibió una llamada de su padre, destacado falangista que había participado en el golpe del 36, aconsejándole que se quedara en casa. Al principio le hizo caso, pero más tarde, tras hablar por teléfono con algunos de sus compañeros de partido y de la corporación municipal, se marchó hasta la sede del ayuntamiento, donde ya estaban los tenientes de alcalde Juan Ignacio Begoña y Ricardo Calvo. Al mismo tiempo, pidió que se cerrara la sede del PSOE pero Javier Solano, secretario provincial, y Rafael de Mora, entre otros, prefirieron dejarla abierta. Este hecho era consecuencia de las discrepancias internas que por esas fechas sufrían los socialistas. Lo primero que hizo Irízar fue acuartelar a la policía local para evitar algún altercado y ponerse en contacto con el gobernador. Confiesa que “quizá tener el Ayuntamiento abierto fue una pequeña temeridad, no pasó nada pero podía haber ocurrido”.
En los cuarteles
Tanto en Guadalajara capital como en el resto de la provincia la noche transcurrió con normalidad y a la espera de noticias. Tal vez el punto más caliente estuvo en los cuarteles del Ejército. El 23 de febrero de 1981 no había coronel y las funciones de gobernador militar las desempeñaban, por meses, los tenientes coroneles de los diferentes cuarteles. Ese mes ejercía el teniente coronel Izquierdo. Por la noche todos los efectivos del cuartel de Artillería permanecieron en alerta. Los soldados durmieron con el cargamento y el traje puesto y sabía a qué camión debían subirse en caso de tener que salir a la calle. Los mandos hacían vela en la cantina. El gobernador civil pudo contactar con el gobernador militar, aunque éste previamente no había acudido a la reunión de la Junta de Seguridad convocada por el primero. El gobernador militar le pidió que acudiera a su puesto, y el gobernador civil le denegó la propuesta: “era él quien tenía que venir a mi despacho y así se lo dije, puesto que yo era la máxima autoridad de la provincia”, matiza Benigno de la Torre.
Algún soldado que permaneció acuartelado esa noche nos ha confesado que, días después, cuando se celebró la manifestación contra el golpe recibieron órdenes de permanecer formados junto a las rejas y con los cañones apuntando al exterior para disuadir cualquier ataque. Eso sí, la orden era de que, en caso de que ocurriese la hipotética amenaza, se retrocediera y en ningún caso se disparase contra la población civil.
Pasados pocos minutos después de la una de la madrugada, el mensaje televisado del Rey hizo suspirar de alivio a todo el país. La calma llegó al Gobierno Civil, al Ayuntamiento y a las sedes del PCE y el PSOE que, a esas horas, eran las únicas que permanecían abiertas. Tan solo cabía esperar el desenlace final, que se alargó hasta la mañana del martes 24 de febrero. El viernes siguiente, Guadalajara vivió la mayor manifestación de la historia para reivindicar la democracia y para celebrar que las pistolas del 23-F, felizmente, acabaron rotas.