Vicky Cristina Barcelona
Las mañanas de Barcelona están presentes en la última película de Woody Allen: Vicky Cristina Barcelona. Están presentes las mañanas y las noches, con ese mundo subyugante que dibuja el perfil de esta ciudad desde el 92. Vimos la película hace unas semanas, curiosamente, en Barcelona, en las salas de la calle Aribau, en una tarde húmeda y con brisa como son las tardes que preludian el invierno del litoral.
Criticar a un genio es demasiado fácil, pero también casi imposible en este caso. La película me pareció, digamos como los maestros de escuela, manifiestamente mejorable. Tiene golpes buenos, actores y actrices que merecen respeto. En cambio, el guión flojea en todo momento. La historia que narra (un pintor que se lía con dos americanas que pasan el verano en Barcelona) es tópica, absurda y trivial, pero la película no decae por eso, sino por los guionistas no le sacan partido a esa absurda y trivial historia. Sobran muchos diálogos, sobran escenas ridículas, sobran las postales archiconocidas de Barcelona y Oviedo. Sobra la historia en sí, que no emociona, ni engancha, ni entretiente, ni apenas consigue arrancar alguna sonrisa. Al menos esas fueron mis sensaciones cuando salí del cine. Pienso que lo mejor que se puede decir del cine de Woody Allen es que te hace pensar y sonreír. Lo peor que se puede decir de su último trabajo es que ni te hace pensar ni te hace sonreír. No estimula.
Maruja Torres escribió en su columna: «Debió de rodar con un comisario turístico cerca, un asesor de postales: por suerte, no salen fotos de paellas. Pero el gran tema -ya que sobre el amor y la conciencia no tiene nada que añadir a cuanto nos ha dado en su filmografía anterior-, de la histeria hipernacionalista que llevó a los barceloneses a contratarle, nada que contar. Puede que ni siquiera se fijara. ¡Dios! Cuando pienso en los irónicos paseos que él y sus intérpretes habrían podido realizar, para retratar la ciudad y su eterna división entre el ombliguismo y la impotencia…»
La película, eso sí, tiene un halo melancólico y bohemio que le va muy bien al otoño. Incluso al otoño iluminado del parque Güell o la Rambla de las Flores. Stevenson decía que un editor es el que separa el grano de la paja e imprime la paja. Quizá lo mismo tendría que ser un director de cine, pero no siempre se consigue.