La Garlopa Diaria

13 octubre 2008

Lluvia fina

Lo más hermoso del fin de semana ha sido la rivalidad del sol y las nubes. Han competido para imponerse y al final ha acabado ganando la lluvia. El sábado llovió. El domingo, también. La Sierra de Guadalajara, cuando llega otoño y la lluvia, se puebla de seteros. Mi tío Pascual, al volver de coger unas néculas entre Galve y Campisábalos, me dijo anteayer: “hay más seteros que setas”. Los que salgan hoy lunes al campo a recolectar van a ir bien servidos porque el agua da vida, pero sobre todo da boletus. Y níscalos.

En Tejera Negra no ha salido aún la hoja. En cambio, la mezcla de lluvia fina, sendero húmedo y brisa serrana terminó venciéndonos. No me gusta nunca utilizar el blog para contar anécdotas personales. Creo que suelo escapar siempre a esa tentación en la que caen muchos ‘bloggeros’. Pero hay cosas de la experiencia personal que quizá merece la pena compartir. Y esta es una de ellas. El especáculo de un bosque de hayas a más de mil metros de altura es un ritual imprescindible. La sombra de los árboles adelantó la noche, o eso parecía. Me llamó la atención la romería de turistas que acude un fin de semana a un parque natural sin haberse preocupado, si quiera en la misma entrada, de cómo está el camino y cuál es su nivel de exigencia. Hay personas que pisan un parque natural como el que entra al Carrefour, a ver qué compro hoy o a ver qué me encuentro. Y claro, en un Carrefour te puedes sentar a tomar una cerveza cuando estás cansado. En un parque natural, cuando el sendero se empina, conviene apretar los dientes. Cuando llegamos hasta lo alto de la senda de Carretas, nos comimos una manzana. Me ha resultado curioso leer hoy la columna de Miguel Delibes de Castro en Público, el hijo científico del gran novelista, ponderando las virtudes de esta fruta y explicando que su origen se sitúa hace cinco millones de años en una región de Asia Central. «La patria del manzano», se titula el artículo. Muy recomendable.

Fantástica la sierra. Me pregunto qué cojones tendrá el mes de octubre, y también algo noviembre, que deja la tierra con esa estampa tan tentadora. En Cantalojas hubo feria del ganado, también pasada por agua. Poco ganado y menos ganaderos. Cantalojas es un pueblo con un topónimo bellísimo y una estampa de casas en forma de ele minúscula. Un reguero de tejados que mezcla materiales árabes y algunos resquicios de la pizarra negruzca que abunda en el Ocejón. Juan de Pedro, el gerente del hostal de Galve, me dijo que el sábado dio más de 150 comidas y el domingo, sólo de reservas, ya tenía 112. Las 15 habitaciones que dispone el hostal, completas. Por la noche, el personal estuvo tomando copas hasta las cinco de la mañana, que es cuando echó el cierre. A las siete ya lo tenía abierto otra vez repartiendo desayunos y platos de migas. Alguna vez alguien debería hacer un homenaje a todos los valientes que mantienen abierto un negocio en la sierra. El homenaje, desde luego, no costaría mucho. Son pocos y la cosa va a menos: mucha casa rural y mucha gaita, pero cada vez quedan menos carnicerías, pescaderías, panaderías y comercios. Y, por cierto, visto lo visto me dio por pensar que, tal vez, y digo tal vez, todavía no ha llegado la crisis a la Sierra de Guadalajara. De lo cual me alegro. Siempre es bueno tener a mano un refugio en el que esconderse de los rufianes del sistema.

Por cierto, el almuerzo que nos preparó Juan, soberbio. Éramos diecisiete, pero hubo consenso rápido: setas, boletus, mollejas, matanza, tres ensaladas para despistar y unas fuentes de barro surtidas de cordero y cabrito. Le pedí que nos trajera un Ribera y sacó un Torremilanos cuyo año de crianza, 2004, deberían grabarlo los dioses de la uva. Afuera, en la calle, hacía fresco, pero no frío. La niebla escondió durante toda la tarde las laderas del Alto Rey.

No ha sido un coñazo el fin de semana, no. A la próxima invito a Rajoy.