La Garlopa Diaria

10 octubre 2008

Luz gris, envolvente, húmeda

Madrid en otoño es la fuerza de la melancolía. Esta mañana ha amanecido tristona, como casi todos los días en este tiempo. Sale el sol a cachos, pero el aire rezuma un ambiente que anima, a veces, a encerrarse con una manta, y otras a comerse la calle.

Cuando me he levantado, a eso de las ocho, también me ha dado por pensar en lo diferente que son los amaneceres en Madrid y en Barcelona. Ambos las tengo recientes. Pura comparación, nada de rivalidad estúpida. Allí las mañanas, por lo general, tienen sol y luz. Aquí sólo hay luz cuando se enciende el color azul de su cielo berroqueño. Hoy es un día plomizo, alicaído. Lo más curioso es que Madrid consigue transmitir vida incluso en sus horas mohínas. Yo creo que es justo reconocer que en este infierno de coches y tubos de escape, el otoño permite una reconciliación. Hay que buscar la ciudad al anochecer. O tal vez por las mañanas. Es igual. Hay que buscarla con ese mismo punto de frío y acidez con la que ella nos recibe. Pasear por las calles. Abrigarse con una chaqueta fina. Entrar al metro y abrir un periódico. Subir la cuesta de las clases en octubre. Entrar a una cafetería y tomarse un par de vinos. No uno, que sabe a poco, sino dos. Visitar Fuentetaja y cargarse de emociones. Cenar en algún sitio discreto. En fin, qué quieren que les diga. Que en casa se está muy bien, pero que afuera está la vida.

Hay ciudades que son para esta época. El campo, también. Mañana voy a perderme por Tejera Negra, luego comeremos un asado en el Hostal y seguiremos disfrutando del otoño. De la melancolía. Entre hayas y robledales. Entre gente buena y gayuba en el camino.

En su último libro, Juan Cruz escribe: «Sobre Madrid cae implacable la luz gris, envolvente, húmeda, del otoño”.