Los girasoles ciegos
En su columna dominical, Javier Rioyo cuenta que durante el estreno en Orense de la película Los girasoles ciegos, parte del público se reía con los excesos patrióticos de los curas. No se lo podían creer ni el director de la película, José Luis Cuerda, ni el periodista. Los excesos de los curas, controlando a los niños en la escuela, haciéndoles cantar el Cara al sol, obligándoles a seguir el catecismo, aparece muy bien retratado en la cinta. Ahora, tras varias décadas, muchos lo observan como parte de una bufonada impropia de un país como el nuestro. Pero hay que recordar, porque en la vida conviene recordar, que no es licencia del director de la película, ni del escritor de la novela en que se basa. Son hechos reales. Es lo que sucedió. Tal cual. Sin aderezos ni escenas de impacto. La realidad es que en España, hace tan sólo treinta años, los niños tenían que cantar el Cara al sol, brazo en alto, antes de entrar a clase y aprender que sus dos objetivos principales en la vida eran: ser buen cristiano y ser buen español.
Los girasoles ciegos narra la historia de un profesor socialista que vive escondido en un recodo del armario de su casa, mientras su mujer y su hijo pequeño, Lorenzo, intentan mantener la apariencia de una vida normal. Uno de los curas del colegio termina atraído por la mujer. Cuando está a punto de violarla, el marido no aguanta más y sale del escondrijo para evitar la humillación. Entonces se descubre y acaba suicidándose por la ventana. Esta es la sinopsi general, muy esquemática. En el fondo subyace un relato trágico, uno más, de los miles de españoles que fueron postrados ante un régimen nacido de un golpe de Estado.
Una de las escenas más locuaces se produce cuando el cura, ansioso de saber más información de aquella mujer y su familia, acude a ver a un amigo al Gobierno Civil de Orense, que es donde se ubica la acción. Allí este amigo saca una lista del cajón y le cuenta que el marido de la señora es “socialista, rojo y masón” y está desaparecido desde la guerra. Y que su otra hija [que el cura no sabía que existía] también es roja y se ha fugado con un prófugo “republicano y masón”. Me impactó esta escena, dado el momento que vivimos. Me causó una tristeza enorme pensar lo fácil que tuvieron algunos consultar listas y controlar a la gente, mientras a otras personas se les sigue negando la elaboración de listas de desaparecidos, incluso en el 2008.
El joven republicano vio cómo moría su pareja, que es la hija de los protagonistas de la película. También cayó el hijo de ambos mientras intentaban huir a Portugal. Se encontró solo y perseguido. Y acaba muerto de un disparo en medio de un camino polvoriento. Por su puesto, sin recibir sepultura. Como dice Rioyo, “uno de los miles de inocentes que terminaron asesinados en caminos, descampados, tapias o en su propia casa”.
Las interpretaciones de Javier Cámara (que hace de profesor socialista) y Maribel Verdú (su mujer) rozan la perfección. Y el actor que hace de cura, Raúl Arévalo, lo clava. El guión es de Rafael Azcona, ya fallecido, y José Luis Cuerda. El argumento está basado en la novela de Alberto Méndez, que firma uno de los relatos más emocionantes de la posguerra española. Méndez murió de cáncer poco después de entregar el original a su amigo, Jorge Herralde, editor de Anagrama. El propio Herralde, en un obituario publicado en El País, recuerda que nada más empezar a leer el manuscrito entendió que “se trataba de un libro excelente y de una sorprendente sabiduría narrativa. Un libro que es un ajuste de cuentas con la memoria, un libro contra el silencio de la posguerra, contra el olvido, a favor de la verdad histórica restituida y a la vez, lo que es muy importante, decisivo, un encuentro con la verdad literaria” (02.01.05).
Lean Los girasoles ciegos y luego vayan a ver la película. Se sentirán mejores personas después de entender la carga de profundidad que irradia esta historia. Se sentirán más humildes y más cercanos con el sufrimiento que les tocó vivir a miles de españoles que, por la gracia divina, pasaron a ser considerados “malos españoles”. La película no exagera ni saca de su contexto nada de lo que pretende transmitir. La inteligencia del niño, la visión machadiana del profesor, el estoicismo de su esposa, la impunidad del cura, la laxitud de una sociedad podrida.
Escribe Juan Cruz: “Los que ahora quieren que los desaparecidos de aquella guerra no tengan otra sepultura que el olvido quieren tapiar aquel pavor, y usan la maldad como argumento de su comedia”. Me parece que Los girasoles ciegos está dedicado a todos los que, aún hoy, siguen cerrando los ojos ante la memoria.